El manantial literario del Quijote es inagotable, como se demuestra en esta nueva edición a cargo del catedrático de Literatura y poeta, el cordobés Diego Martínez Torrón, que se asoma a ese caudal con todo su bagaje, sabiduría y experiencia profesoral y ensayística.

Pero ¿por qué una nueva edición del Quijote? Dejando a un margen el cervantismo acendrado y riguroso de Martínez Torrón, su amor a este libro y a la literatura en general, del que ha dado sobradas muestras, el objetivo declarado en repetidas ocasiones de esta nueva edición del libro de los libros, va dirigida a enseñarnos que la ideología del autor quijotesco se trasluce en toda su obra, lo que le confiere a la novela un valor suplementario al puramente literario. Esto es lo que hace diferente a esta edición. Porque como bien piensa Torrón, el Quijote se basa en la realidad y al enseñárnosla tal como es –miserable éticamente- se convierte el Quijote también en un vehículo ideológico en donde la crítica social prevalece y la ideología del autor se trasluce. Así escribe Torrón que «la ideología subsume a toda la filosofía y a todos los sistemas de pensamiento por abstractos o concretos que estos sean».

Cervantes hace crítica social en el Quijote, como se deriva del reflejo de una realidad caricaturizada en la figura de un loco, mas ¿convierte ello al Quijote en una novela de tesis? Bien pudiera parecerlo a la luz de esta perspectiva y sopesando que Cervantes escribió un libro de caballerías contra ese tipo de libros aunque más que contra los libros de caballerías impostados, de mala calidad, contra su amaneramiento, pues los auténticos, como aparece en alguna enumeración del Quijote, le son queridos. Aquí está la paradoja mayor del Quijote. Una paradoja que Torrón tiene bien a recalcar y que sobrevuela toda la novela.

Pero también hace diferente esta edición varias características. En primer lugar, Torrón, basándose en los textos anteriores, nos acerca a un Quijote más contemporáneo, sin forzar en el lenguaje, actualizando determinados arcaísmos, y ha acentuado el carácter popular del uso del español «sin traicionar nunca a Cervantes». También marca su criterio en la puntuación -que revisa y adapta a las formas actuales y sustituye por ejemplo los puntos y comas por puntos-, intuyendo la intención y sobre todo, y aquí está la originalidad más preclara de esta edición, en cómo construye las notas a pie de página, aunque por motivos editoriales se recogen todas juntas al final de cada uno de los dos tomos. En esas notas establece Torrón un diálogo con el escritor castellano pero no exento de erudición (Torrón sigue en general las notas de cervantistas previos, siendo las más numerosas las que corresponden a las ediciones de Pellicer de 1797-1798 y Clemencín 1833-1839 y en especial de este último que para Torrón es el mejor Quijote), y sobre todo aporta una información importante tanto de la propia edición y de cómo se ha elaborado como del Quijote.

Así, leer las notas se convierte en un nuevo ejercicio literario, casi un género nuevo de la literatura. En ellas establece ese diálogo, más que un discurso paralelo, con la novela, en el que no sólo cabe referencias propias y comentarios alusivos a su propia obra y auto citas, sino también digresiones que van desde las puramente literarias hasta comentarios políticos o de actualidad, comentando hasta la globalización. El propio editor nos lo dice: «no he pretendido hacer erudición sino pensamiento», pero también Torrón ha conseguido un cierto equilibrio entre erudición y literatura, lo que no excluye que las notas se conviertan en pequeños aforismos a veces, ensayos otras y siempre con su punto de vista particular y un rigor ineludible en las que incluye la valoración de lo popular, «añadiendo mi propia forma de reflexionar».

Ello responde a la sistemática literaria y profesoral del cervantista de que cada obra va inmersa en su propio tiempo y en ese tiempo es donde se explica y refleja, muy de acorde con el estructuralismo literario chomskiano. Incluso en la introducción, Torrón hace una loa, con nostalgia no disimulada, a la cultura humanística, que, como es bien sabido, se está perdiendo en la servidumbre digital. «Intentaré adaptar en mis notas a este Quijote mi concepto de la relación entre ideología y literatura» y «hacer pensar al lector», nos dice Torrón. Esta nueva perspectiva de la lectura quijotesca tiene el peligro de que cada cual la adapte a su modo. Pero también en eso está la fuerza del libro, que resiste cada mirada, cada manera de entender la vida. Esta «hermenéutica de contenidos» que busca Torrón, está dirigida a hacer de Cervantes una persona con inquietudes sociales, de una modernidad soterrada. Y es cierto que el Quijote no sólo es un libro «moderno», sino que cada época es capaz de hacer del mismo una lectura diferente y propia.

El ‘Quijote' como reflejo de vida

Uno de los aspectos fundamentales del punto de vista de Torrón es que insiste en la autenticidad basada en lo real de la obra de Cervantes a pesar del tema imaginado que se aleja bastante de lo real. La eternidad del Quijote, según Torrón, surge de que refleja la experiencia de la vida. Sin duda, aunque qué libro o escrito no surge de esa experiencia. Lo que le hace realmente el texto más grande de la literatura universal es el lenguaje que usa y cómo lo usa, que hace que esa experiencia de la vida tan localista -una Mancha pobre- se convierta en universal, y que el personaje principal pueda referenciarse en cada época y lugar. Cada palabra de Cervantes en el Quijote, aún corregida, está sobrada de contenido y realidad. La vida y la experiencia de todas las vidas brota en cada frase. Eso sólo lo hacen algunos grandes además de Cervantes: Shakespeare, Dostoievski, Dante, Flaubert...

Y como bien señala Martínez Torrón, el idealismo fracasado del Quijote nos produce melancolía en ese juego de espejos entre idealismo y realismo. El idealismo así no sería sino un realismo deformado. Y el fracaso se justifica porque no podría ser de otro modo. El fracaso es el destino ineluctable de cualquier ser humano. El personaje se nos hace así entrañable porque ese recorrido de fracaso en fracaso, de ridículo en ridículo, no es sino un reflejo del fracaso existencial, del propio fracaso de la vida. Por ello la ironía cervantina, mejor sorna, que también Torrón se encarga de remarcar. Y, además, en el fracaso del Quijote se intuye el fracaso de la sociedad española de la época y más allá el de todo proyecto vital. Pero también, como dice Azaña en su texto Cervantes y la invención del Quijote, «ninguno expresó de España tanto como él». Para Azaña: «le somos deudores de una parte de nuestra vida espiritual, somos criaturas cervantinas»; y coincide con Torrón en la proyección social de la novela que, según Azaña, «se logra del modo más directo: merced al contraste de la agitación del personaje principal y la quietud, la calma, la flema de los otros», ya que «transporta a la esfera de lo social, el punto de vista autobiográfico, la efusión lírica, motores originales del Quijote» y «unas formas de vida no expresadas antes por nadie».

Esta edición del Quijote, publicada muy cuidadosa y atinadamente por la editorial Renacimiento, sí es por tanto una «edición de tesis», rigurosa y erudita aunque sin abusar de una erudición que entorpecería esta lectura original y diferente. Y enseña que hacer una nueva edición de esta novela no es un ejercicio superfluo o puramente académico, sino que demuestra que una edición bien trabada crea y recrea un mundo literario, una verdad vital y un lenguaje que enriquece nuestro acervo cultural. Quizás podríamos enmarcar esta lectura del Quijote en lo que el filósofo actual alemán Markus Gabriel llama nuevo realismo, que es percibir la realidad sin que exista un mundo o realidad que abarque todo lo existente. Para Torrón eso sería la «verdad» de la obra, palabra reiterada por el autor cordobés. Una verdad en la que él sí cree y que queda reflejada porque, como dice el pensador estadounidense Richard J. Bersntein, «se tiene que luchar contra la idea de que no hay verdades». Que en paralelo Torrón sitúa al nivel de lo verosímil. Una verdad que es la realidad. Considera que en el Quijote hay una verdad que va más allá de lo que nos cuenta Cervantes, aunque también piensa paradójicamente que «el arte es una hermosa mentira que nos subyuga». Lo que Torrón llama «la realidad de la ficción». Lo que intenta Torrón es «aproximarse a su obra con una perspectiva idealista que no olvide al mismo tiempo el entorno real del que surge, y el entorno real desde el que, en nuestro siglo XXI, podemos aprender de él». Y afirma: «No es simple realismo ficticio, sino que muestra siempre… una verdad humana». Se trata de que «el punto de vista del narrador reside en la plasmación de la realidad directa y cotidiana, frente a la fantasía literaria del personaje»; «Se une así parodia y lirismo, construidas con la poesía de un lenguaje popular y viva, como era el español de la época, para acceder a una dimensión crítica de una serie de valores que contrastan con la realidad y se censuran a la vez que se admiten». Esta edición es la culminación del cervantismo de Torrón, con un trabajo concienzudo, ingente, meritorio, y cuya intención confesada es acercar el Quijote al lector del siglo XXI. Un edición por tanto necesaria en la que el contenido -el fondo- es tan importante como la forma -el texto-, y relaciona forma y contenido como el paralelismo entre ideología y literatura. Con una anotación y un texto ex novo, que, apoyándose en las ediciones anteriores, intenta, salvo en contadas ocasiones, no reiterar lo ya sabido, modificando algunos aspectos ortográficos y una interpretación propia del texto, a la que por supuesto no se escapa la propia percepción y concepto vital del editor. Una hermenéutica y una ecdótica que desde la tradición, respetando las ediciones anteriores, se presenta original, actualiza el texto y la intención de una obra en la que se confunden y van a la par realismo e idealismo; y podemos aprender el sentido de libertad, los valores humanos, y la ironía de la vida. Torrón nos hace ver un Cervantes comprometido ideológicamente.

En resumen, Diego Martínez Torrón desde su visión como filólogo y filósofo, convierte el ideal caballeresco en crítica social. Mira el Quijote con ojos nuevos. Ha pretendido «comprender a Cervantes. Amar a Cervantes» -que hace que Torrón nos remita incluso a su infancia- cuya modernidad reside en su espíritu democrático, en «una obra infinita, la más hermosa y profunda que se ha escrito nunca en todas las culturas». Símbolo eterno -señala Torrón- funciona por su calidad literaria, su leyenda, como símbolo de idealismo y como objeto bibliófilo. Porque el Quijote es un mito «y a la vez un diamante poliédrico de mil reflejos abiertos que inagotablemente recoge la crítica». Diego Martínez Torrón ha culminado su cervantismo en esta edición crítica diferente, original, actual. Una edición en la que lleva trabajando desde hace casi treinta años y que marca un hito en los estudios cervantinos.

Un Cervantes ecologista, filántropo y profeminista

Una de las cuestiones que más sorprenden de esta edición es que Torrón nos presenta en sus notas un Cervantes ecologista, filántropo, protofeminista -aunque con ramalazos misóginos-, anticlerical, tolerante y, sobre todo, democrático en el sentido moderno y social. Un pensamiento, el de Cervantes, que Torrón considera avanzado al de su época, con las limitaciones propias. Una ideología que para Torrón imbuye el texto del ‘Quijote’ y cuya intención expresa también es refutar a quienes han visto en Cervantes un pensamiento reaccionario. Todo ello ‘avant la lettre’. Cervantes rompe moldes con el ‘Quijote’ y en su complejidad narrativa encontramos toda la narrativa posterior a él. Por eso escribe Torrón, «creo que el discurso de Cervantes es mucho más inquietante y moderno, y enlaza con las visiones del anarquismo, hasta llegar a la contracultura hippy de los años 70 del siglo XX». Un Cervantes democrático -lo recalca muchas veces- aunque no hay que olvidar que inmerso en la corrección ideológica de la época para esquivar la censura y la represión. «El sentido democrático de Cervantes es evidente en toda la obra», afirma. 

Completa la edición interesantes apéndices ensayísticos -también de otros autores- que conforman una determinada visión de Cervantes y el ‘Quijote’ sobre el lirismo de la obra, la locura quijotesca -un tema que él mismo desarrolla- y donde recalca la tesis para él fundamental del ‘Quijote’: «El idealismo es una locura, una sublimación errónea de la realidad, que es lo auténtico. Pero esta locura idealista -tan propia de la sociedad española- es entrañable y encantadora, constituye la sal de la realidad sin la que esta se torna roma y rutinaria, de donde la complejidad de la obra». Una locura que Cervantes usó «para burlar la censura de la época». También en uno de los apéndices reflexiona el editor sobre Shakespeare como elemento comparativo de la literatura cervantina y española. 

Y la contemporaneidad del autor alcalaíno es tal que es él en este libro quien inventa la metaliteratura -reflexionar sobre la obra en la propia obra-. Y su modernidad es como el jugar con diversos planos narrativos, algo habitual en la novela contemporánea actual -incluso en el cine-. Quizás porque «Cervantes escribe literatura al margen de los modos intelectuales del momento: no quiere que su obra refleje grandes lecturas y conocimientos, sino la experiencia del pueblo, la de la vida que él vivió, y que es capaz de trascender hasta extremos excelsos».

‘Don Quijote de la Mancha’ (Edición de Diego Martínez Torrón).

Autor: Miguel de Cervantes.

Editorial: Renacimiento . Sevilla, 2020.