La historia sigue mostrando su fragilidad. Como un gran desconcierto nuestra cultura se agarra a ella para vencer las mentiras, la ausencia de libertad, nuestra propia inseguridad. Pero la cultura forma parte de la historia, es su protagonista. La cultura no precisa de fundamentalismos, ni de engaños, tan solo es el alimento. Una mañana fría de primavera un gato corrió hasta un niño y le indicó que tenía hambre. El niño tomó algo de comida y la colocó en un pequeño recipiente, la llevó hasta el gran laurel, junto a la hornacina. El gato permanecía a su lado, hacía sus mudanzas y arqueaba el lomo. Se acercó al recipiente y probó el alimento. Pero al poco tiempo acudió de nuevo al niño y volvió a indicarle que tenía hambre. El niño comprobó si quedaba aún comida en la vasija, y vio que aún estaba toda. Cogió un plato y vertió algo de leche, la llevó de nuevo al gran laurel y la colocó junto al alimento. El gato seguía arqueando el lomo y erizando su pelaje, apenas probó la leche y huyó.

"El gato es nuestra consciencia, todo lo que podría haber sido, pero también todo lo que en realidad es"

El niño había permanecido esta vez a su lado y contempló con sus propios ojos como el gato se marchaba sin tomar nada. No había transcurrido mucho tiempo cuando el gato buscó de nuevo al pequeño. Entonces no indicó nada, observaba al niño y andaba tenuemente alrededor de él, sin prisas, sin sonido, con una elegancia desconcertante. De vez en cuando le miraba, agachaba la cabeza y seguía su danza pausada y circular.

El gato es nuestra consciencia, todo lo que podría haber sido, pero también todo lo que en realidad es. Queremos, pero no agradecemos. Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos y deseamos más y más, para acabar teniendo todo, que es lo más parecido a no tener nada. Dicen que el gato volvió otra vez cuando se cansó de orbitar alrededor de un solo ser, se sentó en la mesa del porche y se puso frente al libro del niño. El niño reconoció el verdadero alimento solicitado. Ambos resolvieron juntos los enigmas.