Entró por la puerta grande en el mundo del relato en 2016 con Manual de jardinería (para gente sin jardín). Esta obra despertó un enorme interés en críticos y público. De ella se hicieron más de media docena de ediciones. También se ha movido por el mundo de la literatura infantil y juvenil en el que ha publicado cerca de 20 títulos, tanto de novelas como de álbumes ilustrados , editados además de en España, en Italia, Francia, Argentina o México. Daniel Monedero es también guionista.

Cuando he leído su libro de cuentos Volar a casa, lo primero que se me ha venido a la mente en el relato que abre el libro, «Ornitologia ilustrada», es que sus palabras gozan de libertad total, son todo lo contrario de convencionales y se alían con las que les parecen más de su estilo, aunque no pertenezcan a su campo semántico. Esto crea un clima fuera de lo normal que le adentra en otros mundos seductores.

Mi materia prima como escritor son las palabras, igual que la de un pintor es la pintura y la de un cineasta las imágenes. Por eso trato de explorar todas sus posibilidades de combinación y de crear una atmósfera propia con ellas, singular. De no caer en la pereza de las frases hechas o de las fórmulas facilonas. Me gustan los textos creativos en ese sentido, que huyen de la pereza expresiva y narrativa. Me gusta que la literatura me sorprenda y me saque de la cotidianidad del lenguaje trillado. Por esa razón en ocasiones hay tantos encuentros inesperados de palabras en mis textos. Trato de ir en busca del hallazgo verbal, del chispazo iluminador, no con la intención de decir algo de forma ingeniosa porque sí, si no por el afán de encontrar una forma precisa de nombrar aquello a lo que las palabras no alcanzan. La literatura para mí no es solo una forma de entretenimiento, es mi manera de intentar comprender el mundo y para ello despliego las herramientas que tengo a mi alcance, que no son otras que el lenguaje y todas sus posibilidades.

Aquí en este primer relato nada es verdad ni mentira, es la verdad y la mentira, pasando por muchos matices, del lector. Un relato que le presta enigma y belleza al desastre de la vida. ¿No es así?

Creo que eso es una constante en el libro. ¿Qué es real y qué es ficción? ¿Qué es verdad y qué es mentira? Los límites y las fronteras no están tan claras como podríamos suponer. A veces vemos la realidad trastocada por las ficciones que conocemos. Y a la vez toda ficción está impregnada de realidad, no surge de la nada, si no de la propia vida. Por otro lado, una historia bien contada nos parece más real que una historia mal contada, pero no quiere que decir que lo sea. Como vemos, se trata de un tema resbaladizo. Y mis cuentos se lo juegan todo en ese lugar intermedio, en esa falla entre la mentira y la verdad, en esa herida hecha de ficción y de realidad que es nuestra propia vida. Y esa herida está llena de preguntas, pero también de belleza.

En el relato «Emily Dickinson» se cuestiona algo que no parece obvio. El hombre sin cara que es pintado por una mujer existe y puede desencadenar hechos reales. La imaginación transmite vida.

Sí. En ese relato al que haces referencia hay un incidente doloroso que ocurrió en el pasado. La madre de la protagonista desapareció y nunca se encontró una respuesta a esa desaparición. Y la solución que parece sobrevolar en el cuento escapa a la lógica habitual y razonable: a esa mujer «se la llevó» un hombre irreal, que ella pintaba pero no conocía en el ámbito de lo que llamamos realidad. ¿Es realmente posible que ese hombre de ficción se llevase a una mujer real? No parece probable, pero en el cuento se plantea la posibilidad de que el mundo de la imaginación tenga el poder de dinamitar la realidad hasta ese punto. ¿Es tan delirante esa posibilidad como parece? En el cuento no se ofrece una respuesta clara. Yo prefiero plantear preguntas, o algunas posibles respuestas sin demasiada convicción. Prefiero sugerir que sermonear. Me gusta dejar que el lector tome sus propias conclusiones. Influido, eso sí, por mi manera de ver el mundo. Para algo escribo yo el libro. Algo de ventaja tendría que tener ser el que escribe los cuentos, ¿no?

Una metáfora bellísima de la poca distancia que hay entre lo real y lo irreal, algo tan consustancial a este libro. Es el caso «de la desaparición de mamá»: «¿Puede alguien caerse dentro de un verso y desaparecer dentro?»

Así es. Esto no deja de profundizar en la idea que desarrollaba anteriormente. Intento transmitir que entre lo real y lo irreal hay vasos comunicantes y en ocasiones no es tan fácil distinguir con nitidez sus fronteras. ¿Se puede alguien caer dentro de un verso y desaparecer dentro? Yo creo que sí. En realidad la lectura concentrada, gozosa, nos permite eso. Desaparecer dentro de ella. Y de pronto el mundo que tenemos alrededor desaparece y nos zambullimos en otra realidad. Al salir de la lectura o de la experiencia artística auténtica estamos transfigurados. Somos otros. Y sentimos que se ha añadido una mirada a nuestra mirada. De eso modo amplificamos nuestra vida. Podríamos decir que «ensanchamos» nuestra realidad. Y también nos hace vivir con más hondura nuestra propia experiencia vital. Eso que conocemos como «lo real» y «lo irreal» quizá no sean más que dos caras de una misma moneda, imposibles de comprender la una sin la otra.

Unos cuentos rozan y presentan en primer plano el absurdo de la vida a través de los objetos, que a veces parecen reales y viceversa. Esta mirada cubre todo el libro magistralmente.

Es cierto. Hay una mirada sobre el absurdo que supone en muchas ocasiones la experiencia humana. Se trata de una mirada de extrañamiento sobre la realidad cotidiana, que paradójicamente no está llena de cosas ordinarias, sino extraordinarias. Pero para descubrirlas hay que poner una atención especial y entrenar un poco la mirada. Para ello es necesario salir un poco de nosotros mismos y de nuestros pequeños problemas domésticos y mirar alrededor. Ese extrañamiento es algo que flota en la atmósfera de la mayoría de mis cuentos. En ocasiones provoca la risa y en otras el estupor. Y en general mucha desorientación, un desasosiego al no encontrar un suelo firme en la realidad ni grandes verdades inalterables. Lo único que salva a algunos personajes en mitad de tanta extrañeza son pequeños momentos de iluminación, pequeñas rendijas desde las que se parece intuir alguna certeza. En ocasiones encuentran esos momentos empujados por la literatura y en otras por el azar y el encuentro con otros personajes igual de perdidos que ellos. No hay duda de que Volar a casa es un libro de perdidos.

Un libro lleno de referentes literarios, me obliga a preguntar: ¿qué es la literatura para Daniel Monedero? ¿Por qué escribe?

Escribo para intentar comprender el mundo que me rodea y para intentar comprenderme a mí mismo. Para aportar, con humildad pero también con convicción, algo de belleza al mundo. Escribo porque el lenguaje hablado y «administrativo» se me presenta escaso y poco fulgurante. Porque siempre me quedo con ganas de decir más cosas y de otro modo cuando vuelvo de la calle y cierro la puerta de mi casa. Escribo como una forma de recogimiento pero también para comunicarme con los demás. Escribo para intentar recuperar algo perdido, pero que no sé de lo se trata. Para averiguarlo. Escribo por razones que voy descubriendo constantemente y que van cambiando. Estas son solo algunas que hoy tengo presentes. Mañana quizá haya otras. Pero casi siempre escribo, por pedante que pueda resultar, para encontrar mi lugar en el mundo.