La inteligencia artificial, la robótica, la obsesión de mejorar al ser humano desde lo puramente tecnológico nos lleva a un futuro deshumanizado donde los niños crecen con carencia de empatía, miedo a la soledad, hostilidad y falta de humanidad. Ya no asisten a clase sino que se forman desde casa de forma telemática, con dispositivos electrónicos, en completa soledad, dentro de familias monoparentales donde los progenitores trabajan y no pueden dedicar tiempo a sus hijos. Para suplir ese calor humano compran sofisticados AA, amigos artificiales, que les hagan compañía. Asistimos, en esta excelente obra, a un futuro de ficción nada inverosímil, ya que vivimos en una sociedad que va reuniendo ya muchas de las características descritas por el autor: «El problema, Chrissie, es que tú eres como yo. Los dos somos unos sentimentales. No podemos evitarlo. Nuestra generación todavía arrastra los viejos sentimientos. Una parte de nosotros se niega a abandonarlos. La parte que quiere seguir creyendo que hay algo inasible en el interior de cada uno de nosotros» (pág. 233).

Y para mostrar ese futuro descorazonador, Ishiguro, con genial maestría literaria, centra la novela desde la óptica de ese dispositivo humanoide AA, amiga artificial, que cuenta desde fuera, con objetividad y omnisciencia tecnológica, el cambio que sufre una niña, Josie, en su intento de mejorar su genética, de pertenecer a una élite social, intelectual y económica, aunque sea a costa de correr riesgos y acometer sacrificios que anulan sus sentimientos humanos. Su amigo real, Rick, que conserva a duras penas desde la infancia, renunciará a ese procedimiento y, en consecuencia, a pertenecer a esa élite social; se verá cada vez más apartado de ese grupo elitista de «mejorados» pero decidirá seguir siendo, para bien y para mal, un ser humano.

Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954), aunque nacido en Japón, viajó a Inglaterra con seis años de edad y escribe en lengua inglesa. Cuenta con grandes obras que ha publicado Anagrama, como Pálida luz en las colinas (Premio Winifred Holtby), Un artista del mundo flotante (Premio Whitbread), Los restos del día (Premio Booker), Los inconsolables (Premio Cheltenham), Cuando fuimos huérfanos o Nunca me abandones. Klara y el sol es la primera novela que ha publicado tras haber recibido el Premio Nobel de Literatura en 2017.

La historia se nos desvela poco a poco llena de intrigas y de descripciones meticulosas, certeras e impresionantes. La descripción avanza como si fuera una cámara de cine. Desde el principio el autor nos sumerge en unos personajes llenos de vida y de secretos. Llama la atención la extraña enfermedad de Josie, motivada por esa ambición por mejorar su genética, lo que parece haberle costado la vida a su hermana Sal; las madres de Josie y Rick viven una existencia angustiosa y llena de recovecos, de cicatrices en el alma, que se van desvelando con maestría e intriga a lo largo de la novela. El dispositivo robótico, Klara, usa energía solar, una especie de Dios para ella, y se va humanizando mientras sus dueños se robotizan. No deja de aprender y sorprenderse de las reacciones humanas, del sufrimiento por la soledad pero también de la capacidad de sacrificio de una madre y el poder del amor. Se imbuye de todo ello y se integra hasta llegar a convertirse en un miembro más de la familia. En torno a ella surge la cuestión de la esencia de la naturaleza humana, hasta el punto de que el padre de Josie se atreve a preguntarle directamente: «Permíteme que te pregunte una cosa. Deja que te pregunte esto: ¿crees en el corazón humano? No me refiero al órgano físico, claro está. Me refiero a su sentido poético. El corazón humano. ¿Crees que existe tal cosa? ¿Algo que hace que cada uno de nosotros seamos especiales e individuales?» (pág. 242). Esa cuestión sobre la esencia de la naturaleza humana es la que desenvuelve todo el hilo narrativo de la novela.

‘Klara y el sol’.