Da la impresión de que en la mayoría de las ocasiones somos una proyección controlada. Nuestro alcance lo creamos nosotros, al igual que nuestras intenciones. Y perdemos más tiempo en proyectarnos que en leer, por poner un ejemplo gráfico. Actuamos en base a nuestra mente, y dejamos a un lado la consciencia. Y no podemos olvidar que la mente es limitada, y está controlada, y tan solo es el origen del fruto de esa proyección. En cambio, la consciencia es infinita, y se busca y se ejercita bien poco.

Sí, nos gusta proyectarnos, exhibirnos, mostrar nuestras virtudes públicamente para tapar o cubrir nuestras reales carencias. Y, desde luego, perdemos más tiempo en hacernos notar en las redes sociales que en leer. De eso saben mucho los escritores, aunque piensen lo contrario. ¡Qué pérdida de tiempo! 

La lectura conecta nuestras ilusiones, nos hace sentirnos vivos, aunque en realidad estemos muertos, porque no olviden que en estos tiempos vivimos muertos, presentándonos como una falsa identidad.

Mientras que un libro es un compendio infinito de magia enriquecedora, un sublime encanto, el hechizo y el atractivo infinito de alguien que ha escrito algo para todos, la pérdida de tiempo en enseñar o en mostrar aporta poco a nuestra consciencia. Y no solo se trata de aportar, también está el hecho de engrandecernos, de alimentarnos. ¿O es que usted prefiere permanecer toda su vida enseñando o mostrando?

Escribía Cervantes en El Quijote: «Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera». Leer, contemplar, descubrir la hermosura o la grandeza de nuestro entorno. ¿A quién queremos engañar si mostrándonos nos estamos engañando nosotros mismos?

Para abandonar la falsa identidad lo primero que debemos tener claro es si poseemos realmente identidad. Pero bueno, ese es otro tema que nos acerca a la Paradoja de Teseo. Lo dejaremos para otra ocasión.