Caducan los libros en las estanterías de nuestras casas, al igual que una lata de sardinas, un estofado o un yogur en la nevera? Indudablemente la respuesta a tan pueril pregunta debiera ser un rotundo NO. No se podría entender de otra manera. Soy de la opinión de que las primeras lecturas, aquellas que se devoran en la adolescencia casi sin criterio, salvo el que te imponen y condicionan los amigos o las modas, no suelen dejar el sedimento necesario como para regresar a ellas de una forma más pausada ya en la madurez. Desde ese punto de vista se podría entender que las mismas tendrían fecha de caducidad. Sí que es cierto que descubrí a Albert Camus, a Sartre, a Herman Hesse y a Lawrence Durrel, por citar sólo a cuatro de mis referentes literarios, con apenas quince años, cuando mi formación como lector aún se encontraba en un estado incipiente, pero siempre mantuve que fue un hallazgo prematuro. Por eso ahora, cuarenta años después de estos hechos que he intentado esbozar, quizás de una forma desordenada, al intentar ordenar mi biblioteca me he encontrado con muchas de aquellas primeras lecturas, generalmente pertenecientes al catálogo de Anagrama, una editorial que entonces a los jóvenes nos fascinaba. Y recolocando mi biblioteca, me reencontré con un escritor que sin duda no caducaría en librería alguna. Se trata de Gabriel García Márquez, de quien están próximas a editar García Márquez: Historia de un deicidio, de Mario Vargas Llosa, así como Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina, la conversación perdida entre dos premios Nobel. Márquez, de quien se narran no pocas anécdotas y sin embargo se obvia alguna a mi entender de las más interesantes. La más entrañable, que recuerdo al hilo de su escritura de Cien años de soledad, fue cuando dotó a sus personajes de los llamados golondrinos: «Mire usted, recuerdo que yo escribía en una vieja Olivetti, y que me habían salido en las sobaqueras unos extraños bultos que se empeñaron en crecer hasta tal punto que cuando trabajaba sólo podía mantener los brazos levantados como un pájaro presto a volar. Más tarde supe que aquellos bultos recibían el nombre de golondrinos, y no se me ocurrió mejor manera de eliminarlos que traspasándoselos a uno de los personajes de la novela. Y, créame usted, que realmente funcionó». Una anécdota que no acostumbra a figurar en manual alguno, y que por sí sola muestra el talento creativo y humano de su autor. Por eso la pregunta ¿caducan los libros en las estanterías? debería ir acompañada de ¿acaso tiene fecha de caducidad la obra de Kafka (una de las más sorprendentes), Nabokov, Borges, Proust e, incluso, de Art Spiegelman, autor de la novela gráfica célebre Maus.

¿Cuál es el libro que a usted, lector, le hizo cambiar su forma de ver el mundo? Piensen en ello cada vez que se acerquen de nuevo a Rulfo, Cortázar, Landero o Eduardo Mendoza, de quienes precisamente tenemos nuevas entregas esta primavera. Felices lecturas.