Luis Vives es un perfecto desconocido para una mayoría, pese a que esconde una vida apasionante. Para subsanar esta laguna aparece una biografía sobre su figura en la colección Españoles Eminentes (Taurus), del profesor José Luis Villacañas (Úbeda, 1955), historiador de ideas políticas en la Universidad Complutense de Madrid.

Vives (1493-1540) es nuestro primer pensador moderno, padre de la psicología moderna y reformador de la educación, que estuvo a la altura de talentos como Erasmo de Rotterdam y Tomas Moro.

En el caso de Vives vemos el ejemplo de un tipo humano excepcional que supo ver el inicio de la modernidad con los ojos de un sefardita valenciano con mentalidad de europeo.

Ortega fue autor de una biografía sobre Vives al que califica como filósofo errabundo e independiente cuya vida consistía en estudiar, escribir y publicar, llevando una vida intelectual bajo la influencia del erasmismo, del que fue un fiel representante. Vives y Erasmo compartían, además de una amistad, un amor a las letras, un aprendizaje mutuo y un gusto común por el humanismo.

Villacañas parte de estas reflexiones para darnos su particular visión de Luis Vives. Una biografía es un perfil de un alma, que identifica una manera de estar en el mundo, un tipo humano ideal, una fisonomía ética. El personaje Vives es algo más que su obra y su vida por lo que representa de historia significativa de España.

Joan Lluis Vives nació en Valencia en 1493. La ciudad del Turia era la primera urbe española en riqueza y población. Su familia estaba formada por comerciantes judíos acomodados, obligados por la Inquisición a convertirse al cristianismo para proteger sus propiedades y evitar así ser expulsados. Siguieron practicando el judaísmo clandestinamente y al ser descubiertos sus padres y su tío fueron procesados. Esta causa contra su familia continuó durante décadas. Su padre fue condenado a muerte y quemado, así como su madre Blanquita March.

En su juventud, a la edad de 15 años, entró en la Universidad de Valencia, situada en la judería. Por las amenazas y sufrimiento que empezaba a tener su familia, sus padres decidieron mandarlo lejos, a París, a la Universidad de la Sorbona para ampliar estudios. Allí se vio rodeado de numerosos profesores y estudiantes españoles, donde acabó graduándose de doctor en Clásicas. Es en esta etapa de su evolución intelectual cuando rompió con la escolástica hegemónica en los ámbitos académicos.

Tras la trágica muerte de su madre decidió no volver a Valencia a pesar de la nostalgia creciente que sentía por su patria chica. Optó por marchar a Brujas, donde vivían conocidas familias judías de mercaderes valencianos y donde encontró a la que sería su futura mujer.

Una ciudad que era de su agrado, donde admiró la educación y serenidad de sus gentes. Una cultura familiar basada en el sentido del Derecho y del pacifico espíritu cristiano. Le agradó el sistema de gobierno basado en la paz y en la justicia. El joven filósofo no se sintió en ningún momento ni extranjero ni extraño, sino, por el contrario, relajado y seguro. Contaba la ciudad flamenca con una noble nómina de humanistas que tanto van a influir en su obra.

En Brujas no había universidad, por lo que se trasladó a Lovaina, ciudad que detestaría, donde impartió clases privadas de latín. A la muerte de Nebrija le ofrecieron la cátedra de Gramática de la Universidad de Alcalá, que por miedo a la Inquisición rechazó.

Vives viaja de nuevo a Londres estableciéndose en la Corte, gracias a su amistad con la reina Catalina de Aragón, donde pensaba que un humanista como él podría desarrollar dignamente su trabajo de investigador de la cultura. Aunque añoraba la vida académica de Lovaina, y las discusiones apasionadas con los amigos de Erasmo, aquí le va a permitir entablar una amistad duradera con Moro. Fue este quien escribió a Erasmo que se sentía impactado y entusiasmado con la lectura de las obras de Vives.

Cuando el emperador Carlos V emprende su campaña en Europa, Vives busca su protección frente a las insidias de Enrique VIIII, que había expulsado a Catalina de Inglaterra. Entonces es cuando Vives abre su espíritu mediterráneo a este vasto territorio común que es Europa, unida por una lengua común, el latín y la latinidad.

En los últimos días de su vida en Brujas, donde murió a los 49 años, se dedicó a perfeccionar su cultura humanística, sin olvidar nunca su Valencia natal. José Luis Villacañas sostiene en esta biografía que Vives tiene mucho que decirnos en la actualidad.