Es poco habitual celebrar los cien años del nacimiento de un autor que aún está entre nosotros. Felicidades por ello, desde luego, pero mucho más por su poesía. No hace mucho escribí en este mismo espacio, entonces hablaba de sus noventa y nueve años, que ya no hay que felicitarle por los que cumpla, sino por todo lo demás, y todo lo demás, en este caso, es su escritura lírica, menos conocida que su pintura.

Hoy se habla de su poesía como adscrita a Cántico, más por motivos literarios que esenciales, pues su poética, lenguaje y temas se diferencia claramente del grupo, también la vida y el mundo heterodoxo de Liébana es un espacio muy distinto, desde la misma raíz de su enfoque y sarcástica ironía sobre las cosas que nos encumbran. En esta mirada suscribo plenamente las palabras, necesarias y acertadas, que Bernd Dietz aportaba ad hoc en este suplemento hace unas fechas: «Ginés Liébana es un inusitado e irrepetible escritor, un raro que vale un potosí y al que no pocos ensalzan de boquilla por respeto a su fama como pintor, aunque sin calibrar su originalidad y mérito, y reputándolo inferior a los poetas canónicos de Cántico, quienes, siendo conmovedores, preciosistas y notables, desempeñan una función menos heterodoxa y, ni de lejos, tan palpablemente angelical». Liébana disimula muy bien su otoño, la «edad roja» que llamó Margarit, pero sin ninguna retórica del pesimismo y tampoco de la afirmación. Juan Carlos Reche, con buen criterio, nos anuncia Si me podes romero, una antología de la poesía de Liébana con motivo de su cien cumpleaños que, seguro, también le hubiera gustado celebrarlos con globos y piñata, como un niño, un poeta niño, no hay muchos, travieso, descarado, saboteador de cosas y miradas entroncadas.