Tras haber sido galardonado con numerosos premios, como el Sebastián Cuevas o el Premio Nacional de Poesía Rumayquiya, José Miguel García Conde ha sido merecedor del XXII Premio Nicolás del Hierro, por su obra El principio del caos. Este profesor de lengua castellana y literatura ha publicado los libros de poemas Lápiz rojo, Matemática impura y No perdí esta vez. Sus poemas han sido incluidos en revistas y antologías como Anónimos 2.2. (Cosmopoética, 2014) y Me gusta la Navidad (Cuadernos del laberinto, 2016). Colabora con diversas revistas culturales y medios de comunicación.

El principio del caos ha sido reconocido con el XXII Premio de Poesía Nicolás del Hierro este 2020. ¿Qué supone para tu trayectoria este premio?

Supone un reconocimiento increíble. Hasta ahora había tenido la suerte de conseguir premios de ámbito local o nacional, pero ganar el este premio es todo un impulso. Además, esto me ha dado la oportunidad de publicar el libro en una editorial de primer nivel. Está claro que un escritor no escribe para ganar en un certamen, si no para los lectores, pero si los premios llegan hay que recibirlos con los brazos abiertos. Y El principio del caos no hace más que darme alegrías.

¿Qué significa, además, ser publicado por Valparaíso?

Es un salto cualitativo. Siempre había soñado con que mi nombre apareciera en la editorial Valparaíso, que los lectores puedan empezar a conocerme en muchos rincones de España y Latinoamérica. En esta editorial han publicado poetas de la talla de Luis García Montero, Jericho Brown, Elvira Sastre o Gerardo Rodríguez Salas, entre otros. En este sentido, tengo que agradecerle al poeta Fernando Valverde, uno de mis editores, todo su apoyo y consejo en el proceso de revisión.

Y, además, con un prólogo de Pablo García Casado...

Bueno, esto ha sido una de las grandes alegrías, ya que Pablo es uno de mis poetas de cabecera, de mis referentes cercanos. Su libro Las afueras es uno de los pozos de donde bebe El principio del caos, así que fue el primero en quien pensé. Cuando se lo propuse, en seguida tuvo la generosidad de escribirme el prólogo.

Ahí comenta de la «confluencia de palabra y ritmo convierte el poema en un espacio habitable para el lector». ¿Implicará esto una mayor cercanía?

Quería conseguir que el lector se sintiera implicado, sintiera que lo que encuentra en los textos también le sucede a él. A fin de cuentas, es un libro sobre los problemas de la gente. Además, he pretendido que sean poemas breves, ágiles, que se lean del mismo modo que alguien lee un mensaje de Whatsapp. El ritmo es fundamental en la comunicación.

No es tu primer libro, aunque desde Lápiz Rojo, Matemática impura y No perdí esta vez, has estado 3 años sin publicar poesía. ¿Ese parón ha sido solo de puertas afuera?

Desde mi último libro, No perdí esta vez, necesitaba volver a encontrarme conmigo mismo, ya que surgió a raíz de la muerte de mi padre. Una circunstancia que me llenó de vacío y que quedó ahí durante demasiado tiempo; de hecho, todavía permanece. Aún así, a veces escribía poemas que iba almacenando en carpetas; algunos de ellos han formado parte de El principio del caos. Además, he estado inmerso en un proyecto maravilloso, escribiendo entremeses teatrales basados en los clásicos de la literatura, junto con el autor cordobés Fermín Castro. Y, por supuesto, colaboro habitualmente publicando columnas de opinión para diversos medios de comunicación, como el periódico Primera Edición.

En tu opinión, ¿dónde podemos encontrar poesía?

La poesía nos persigue, como un dichoso virus. A diario hablamos poesía, respiramos poesía incluso cuando no sabemos qué es una metáfora. Siempre les digo a mis alumnos que la poesía está por todas partes: en los anuncios de la tele, en las letras de Joaquín Sabina, en una canción de Rosalía o, si me apuras, en el prospecto del Paracetamol. El error es pensar que la poesía sólo existe en los sonetos de Quevedo.

Divides El principio del caos en dos partes. ¿qué distingue a cada una de ellas?

El principio del caos es un libro que trata sobre el mundo caótico que nos rodea. La primera parte se titula «Aunque la vida sea un suelo que despiece mis pasos» y se centra en lo que siento y pienso; quería contar mi mundo interior, mis demonios, ese suelo que tantas veces se tambalea bajo mis pies. La segunda parte, titulada «Donde ya no resbala la ceniza», es una mirada al mundo exterior, a las calles, al humo sucio en el que vivimos.

El primer poema es un credo...

Un credo es una declaración o confesión de fe. No encontré una mejor manera de comenzar el libro que con un texto que fuera una declaración de intenciones, una especie de carta de presentación: estas son mis creencias, esto es lo que odio, este soy yo.

¿El caos tiene ese comienzo entre las rutinas y termina con ese pellizco tuyo de los versos finales en cada poema?

El libro trata del día a día, de los problemas cotidianos, de aquello que nos afecta. Quería llamar la atención del lector, que se sintiera identificado, usando un lenguaje aparentemente sencillo, como si fuera una conversación; pero que al final hiciera reflexionar, que concluyera cada poema con una idea, que agitara conciencias, que replanteara la existencia, que provocara ese pellizco que comentas.

¿Qué guardan estas imágenes que parecieran sacadas de un álbum de fotos del día a día? Ilusiones incumplidas, sueños rotos, familia, paternidad o la soledad, la muerte o la vida...

Efectivamente, el libro está planteado como un álbum de fotos. Un conjunto de imágenes cotidianas: un semáforo en rojo, dos perros bajo la lluvia, una prostituta en un polígono, una pareja que quiere comprarse un piso a las afueras. En definitiva, la vida real que nos afecta, que nos condiciona, que nos preocupa. A partir de esas imágenes trato el tema de los sueños incumplidos, del futuro incierto que le espera a nuestros hijos, de la familia, de la soledad, del amor, etc.

¿Cómo se alcanza la profundidad y la reflexión desde poemas breves de un lenguaje sin artificios?

No concibo la poesía como un retablo de metáforas elaboradas, de versos que apenas si se entienden. La poesía, en mi modesta opinión, consiste en crear una manera distinta de comunicación, tal vez la más bella que existe, para ofrecer puntos de vista diferentes, nuevas perspectivas; pero no tiene que ser algo indescifrable. Además, hoy vivimos en la era de la rapidez, de la brevedad. Escribimos un tuit, contestamos un guasap, y todo lo hacemos de un modo inmediato. La dificultad consistía precisamente en que fueran a simple vista textos sencillos, pero que guardasen en su interior un análisis, una reflexión, y, que, por supuesto, acabasen con unos versos que impactasen, como un golpe seco que nadie espera.