Alguien dijo una vez que el destino de la cultura era conquistar la libertad. Creo que fue el compositor alemán Jörg Widmann en el estreno de su Quinteto con clarinete. Y nos repetimos eso de conquistar la libertad en unos tiempos convulsos, una etapa de nuestra historia en la que la libertad se pierde por momentos y da la impresión de que ha dejado de tener esa importancia nostálgica e intelectual. Y de la cultura podemos indicar poco, es como si se creara a expensas de esa ausencia de libertad, ausencia de necesidad, ausencia de convencimiento. No sé si estamos convencidos o vivimos en una jaula desde donde nos mostramos, pero a su vez observamos sin atender.

Desde la jaula se debería contemplar el mundo, una sombra infinita que acompaña y estremece. «Vivirás sin nada y serás feliz», eso dicen los listos, aquellos que no leen, los que desesperan por un puñado de esencia, por una insinuación, por un capricho. Y quieren conseguir que sigamos siendo nadie, sin cultura, sin libertad, sin imaginación. Pero tenemos mucho. Desde la jaula se contempla la naturaleza, la tibieza del hombre y sus argumentos vacíos que se acaban convirtiendo en desagravio. Somos naturaleza. Somos libertad. Somos ese conjunto de vidas que conforman la vida, el gran cúmulo de libertad que nos hace infinitos.

Un pájaro es una esencia, su vuelo es nuestra mirada, y el nerviosismo que presenta, a las puertas de la jaula, debe ser entendido como natural. Un pájaro no muestra, un pájaro es esencia, en cambio nosotros lo mostramos todo: la mentira, el estado de ánimo, la realidad de nuestro entorno, aquellas opiniones que no importan a nadie y que importan a todos. ¿Qué es importar? ¿Importamos? Con libertad, con cultura, desde luego, sin ellas en absoluto. Precisamos ejercitar la imaginación, aunque sea desde la jaula.

No olvidemos que «la imaginación crea realidad», lo dijo Richard Wagner.