Ha fallecido Joan Margarit, uno de los poetas catalanes más prestigiosos y difundidos en toda España, Premio Cervantes 2019, así como galardonado también con el Premio Pablo Neruda. Escribió su obra no sólo en su catalán nativo sino que, a su vez, gustaba de recrear su propia versión en castellano, llegando a manifestar que sus poemas estaban «escritos casi a la vez en ambas lenguas».

Nacido en Sanaüja, en la comarca de La Sagarra, supo compaginar con reconocida maestría su intensa e indesmayable vocación poética con su profesión de arquitecto y catedrático de Cálculo de Estructuras de la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona. En Córdoba nos visitó en varias ocasiones, tanto en la Posada del Potro como en Cosmopoética, y muchos descubrimos su poesía confidencialmente recitada en su propia voz, lo que solía hacer de pie, con una entonación íntima y afectiva, en cálida cercanía con sus oyentes.

Hasta el año 1979 cultivó su lírica en castellano, pero su frecuentación como traductor al español del poeta Martí i Pol, le despertó al cultivo literario de su lengua materna. Ya en catalán, la primera etapa de su producción vio la luz en 1985 en el volumen L’ordre del temps (Poesía 1980-1984) , de cuyas diferentes secciones podríamos destacar sus Cants d’Hekatònim de Tifundis (una especie de desdoblamiento o heterónimo transitorio del propio autor, trasplantado a la Grecia clásica, quien con palabras de Àlex Broch, «dialoga sobre los misterios de la identidad personal y lingüística».

Esta primera etapa en catalán se caracterizará por su clásica sobriedad y contenida emoción que, sin embargo, llega intensamente al lector, quien fácilmente se identifica con el entramado de vivencias y sentimientos que el poeta destila con esa entonación serena y transparente que le distingue. Se trata de una poesía, a la vez, sobria, austera y profunda, vivida, hermosa y emotiva, de una extraordinaria eficacia comunicante en su limpia esencialidad, nada oscura ni hermética, llena de conmocionante temblor humano y un riguroso sentido constructivo.

Toda esta inicial zona de su obra va a caracterizarse por un sincero sentimiento de la naturaleza, particularmente de la naturaleza mediterránea del norte de la Costa Brava, así como por una dolorida conciencia del tiempo, de la soledad y de la pérdida, de la temporalidad y finitud de los seres queridos, llegando, a veces, a una tesitura serenamente trágica, sin caer en lo patético, nutrida de la propia experiencia, la suya personal y la de la raigal Cataluña de su tiempo -también de sus infantiles paisajes del secano de Lérida y del latido colectivo de Barcelona-; de ahí la importancia que la palpitación de lo cotidiano y del recuerdo tienen para este poeta constitutivamente elegíaco. En él son determinantes el sentimiento del amor y de la amistad, el de las raíces familiares, y, como se verá en poemarios tan íntimamente estremecedores como Joana, nombre de su hija, de breve y difícil existencia por su fragilísima salud, el sentimiento del amor paternal y el aprendizaje de un luminoso estoicismo fecundado por el afecto y la ternura, por la irradiante inocencia entrañable de los que sufren.

Aunque se trata de una poesía cordialmente alimentada por la vida, algunos de estos poemas participan también de una serie de referencias culturales, mejor que culturalistas, pues son plenamente sentidas y válidamente incorporadas al texto, como fundamentales elementos conformadores también de la existencia. Una poesía del aquí y el ahora, del presente y del recuerdo, del sentimiento individual, pero que también sabe hacerse eco vivo de las grandes convulsiones colectivas como la guerra y la derrota. Aprendida en la realidad, con el lenguaje justo y concreto de lo cotidiano que le presta un gran sabor de verdad, de verdad vivida y de verdad poética; y desde un punto de vista métrico, caracterizada por la fluente y armoniosa cadencia de sus endecasílabos blancos, que se ciñen perfectamente al espíritu de la composición y facilitan muy gratamente su lectura.

Ante muchos de los poemas de Joan Margarit, una poesía cordialmente arraigada en el tiempo personal y colectivo que le tocó vivir, y particularmente anclada en sus años de iniciación y aprendizaje en la vida, nos encontramos ante una cruda realidad en blanco y negro, como un film de postguerra, a través de cuyas melancólicas y humilladas figuras solitarias entre la multitud, el poeta nos va dejando su ardua visión de la vida, una vida que, como a ciertos personajes barojianos, parece presentársele como algo oscuro, ciego, sombrío y sin piedad, tan sólo consolada, o mejor, redimida, por el rayo luminoso del amor, de las relaciones familiares, con sus padres, su esposa, su hija -decisivas en su concepción de la existencia-, en medio de un mar de injusticia y soledad.

De ahí que la impresión de una amplia zona de estos versos no deje de parecernos (y con razón ardua postguerra española) confortadoramente triste. Casi toda ella trasciende un halo de apesadumbrada melancolía y desamparo, que nos hace pensar en el absurdo de tantas nobles y dolorosas existencias cotidianas, salvadas por la fuerza del amor, redentor de todas las miserias, por el poder del cariño, de la generosidad y la ternura, pues, como el mismo poeta se encarga de recordarnos con un verso de Philip Larkin, «lo que nos sobrevivirá es el amor».

Ese mismo amor que irradia en ese conmovedor poema titulado «Los ojos del retrovisor»: «Ya estamos acostumbrados los dos, Joana,/ a que esta lentitud,/ cuando, al bajar del coche, apoyas las muletas,/ despierte las bocinas y su insulto abstracto./ Me hace feliz tu compañía/ y la sonrisa de un cuerpo bien lejano/ de lo que se entendiera siempre como ideal de la belleza,/ la penosa belleza, tan distante./ La he cambiado por la seducción/ de la ternura que ilumina/ el vacío dejado por la razón en tu semblante./ Y cuando me miro en el retrovisor, no veo unos ojos fáciles de reconocer, porque en ellos brilla el amor que allí han dejado/ tantas miradas, y la luz, y la sombra/ de todo cuanto he visto, y la paz que refleja/ tu lentitud, que está dentro de mí./ Tan grande es su riqueza/ que no parecen que puedan ser los míos/ los ojos de ese espejo».