A puesta arriesgada la de Rubén Martín con este poemario, no solo por la forma, sino también porque el contenido debe ir en equilibrio con ésta. Poesía con cierto grado de fragmentación pero que no pierde de vista un discurso, una dirección muy concreta que el lector pronto irá desvelando. La red que nos domina y en la que creemos movernos con cierta libertad, muestra un fallo, y a través de esa fisura el sujeto revela y visualiza la caída de dicha red, de esos restos que nos vamos encontrando, y entonces surge la crítica a todo un sistema, a cómo se estructura, adquiriendo pronta visibilidad: «hasta llegar a aquí / a este ahora / este delirio de cristal cuyas entrañas consumimos».

Lo lírico identificado como poético queda en otro plano, la sencillez expresiva del lenguaje apunta y deja en desnudo un sistema que anula al individuo como tal, en pro del grupo, del que tampoco se tiene una conciencia clara, definida. La distorsión, la anomalía que el sujeto desnuda desde la conciencia, implica también a lo visual del mensaje, a las palabras, que parecen verse afectadas en los versos, y por ende la comunicación, el lenguaje. Qué es lo real, qué ficción, si la ficción que se vive es la única realidad que queda, si la conciencia apenas se distingue del sueño. Cuestiones que van surgiendo durante esta «caída», que el pensamiento -no un yo lírico en el sentido tradicional- pone de relieve, destilando el asombro por lo que sucede, y cómo sucede.

No parece haber memoria y se construye un presente frágil, sujeto al momento de necesidad. Ese desarraigo promueve buscar otros vínculos, aunque sean inestables, confusos, readaptarse a una situación, y en la red, a pesar de todo, se halla amparo, cobijo. El humano ante la máquina. La máquina y su insaciable red. El encuentro, la caída. Una propuesta sólida, arriesgada y no apta para lectores indolentes, que bien merece una oportunidad lectora.