D el grupo de los 70 o de los novísimos, José María Álvarez es uno de los poetas que han permanecido más fieles a los orígenes de todo cuanto caracterizó a esta generación de la lírica española. Y ello, tal vez, de la mano de Luis Antonio de Villena y puede que hasta de Guillermo Carnero. De la poesía de la generación anterior, la del 50, enlazan con Francisco Brines y Jaime Gil de Biedma. De la del 27, con Cernuda; además de con poetas universales como Kavafis o Eliot. En el caso de Álvarez, también con Borges. El cine, la pintura y el arte en general, la técnica del collage aplicada al poema, la clara conciencia de acabamiento de una época terminal de la historia de la humanidad y la vulgarización del arte, cuya aristocracia defienden como algo selectivo ante la invasión de las masas de turistas que no consideran instruidas para valorarlo, la liberalidad en lo erótico y la libertad del individuo frente a las ideologías políticas dominantes que lo manipulan, son algunos de los argumentos más recurrentes y socorridos de sus poemas. Se trata de un decadentismo aristocrático y selectivo que se muestra, en lo personal, en el refinamiento de las formas de vestir y de un romanticismo basado en la contemplación de la belleza de ciudades icónicas de la antigüedad clásica o el renacimiento, como Venecia, Roma, París o Constantinopla. Es un detenerse ante las ruinas y aprender a descubrir en ellas la dignidad y la belleza que atesoraron, así como la capacidad destructora del ser humano ante la civilización y el arte en todas sus facetas.

En el caso de José María Álvarez, la literatura va de la mano de la música, de la pintura, de la escultura y la naturaleza. Es la suya, pues, una poesía de honda raíz romántica, donde decadentismo, simbolismo y clasicismo se dan la mano con el erotismo y la libertad del individuo desencantado de un presente zafio y, en consecuencia, acaparador de un pasado cultural esplendoroso. Algo o mucho de un cierto sentimiento de autodestrucción se acumula también en sus textos a través del abuso del alcohol y el tabaco, que parecen coadyuvar a hacer más soportable la realidad en la vigilia. Ese decadentismo se muestra en el simbolismo de ciudades como Venecia, que se hunde lentamente en el mar con todos sus palacios, su historia y la belleza única que atesora. Como Venecia, la humanidad también se hunde lentamente en el proceso de su propia extinción, de su propio aniquilamiento a través de ideologías devastadoras, el pseudoanalfabetismo y embrutecimiento de la inteligencia, de la aniquilación de la conciencia y la dignidad humanas.

El poeta se salva de la constatación de ese proceso a través de la poesía, la música, el erotismo, la sofisticación y el arte en general, haciendo alarde de un refinamiento aristocrático y decadente que utiliza como máscara ante la muerte, ante la propia decadencia física del cuerpo acosado por el tiempo o la edad. Álvarez cultiva su imagen de escritor público y lo hace con una actitud elegante, como un diletante, practicando una suerte de dandismo. Al final, no son sino la destrucción, el deterioro y la muerte quienes aguardan su turno y no se trataría sino de levantar un muro frente a ellos, como si tal cosa fuera posible y no viniese a parar todo en una vana ilusión. Cada uno sobrevive como puede en este naufragio que es vivir y la postura vital y artística del poeta de Cartagena está cargada de una honda razón moral, de una ética aristocrática de supervivencia desoladora. Cada uno lucha contra la soledad como puede, contra el desamor, contra el horror y contra la consciencia lúcida de la muerte, dando brazadas en medio del mar para no ahogarse. Quien puso en nosotros el germen de la vida puso también, y al mismo tiempo, el germen de la muerte y, con él, el de la autodestrucción.

El escritor navarro Alfredo Rodríguez, editor del volumen, se ha convertido en uno de los mejores conocedores de la obra del poeta novísimo, de quien ha publicado varios volúmenes de conversaciones: Exiliado en el arte (2013), La pasión de la libertad (2015) y Nebelglanz (2019); así como la antología de poemas venecianos del autor murciano, El vaho de Dios (2017). El lector encontrará su enjundioso estudio preliminar, «El sueño de la cultura», estructurado en justificadas secciones que nos hablan del itinerario vital de un poeta verdadero, de las entradas al magno libro de libros que supone Museo de cera , forjado con la obra escrita por el poeta José María Álvarez entre los años 1960 y 2002, para preservar la belleza del mundo de la nueva llegada de los bárbaros, paseando por las distintas galerías del museo; esto es: el devenir sucesivo de las obras que han ido enriqueciendo ese Museo de cera , así como, ya en el apartado IV, y después de dar por concluido el paseo a través de las salas o poemarios que lo componen, para adentrar al lector en la obra publicada por el poeta de Cartagena entre los años 2006-2018, última etapa de la producción literaria, hasta el momento, de un poeta que ha sido además un gran viajero, conferenciante, narrador, organizador y coordinador del homenaje veneciano a Ezra Pound o de los encuentros murcianos de «Ardentísima».