U n faro solitario frente al mar, una mujer que va al encuentro de su pasado, el fantasma de una obsesión y un secreto terrible escondido entre las piedras. Todos estos ingredientes integran Ella y el faro , la ópera prima en el género de la novela de Nina Melero (Madrid, 1979), obra que fue finalista en la LXXII edición del Premio Nadal de novela. El viaje al faro en el que la protagonista pasó su infancia, el faro del Brazo del Norte, una construcción que se alza en un islote frente al mar gris de un pueblo desconocido, le sirve a la narradora para relatar la obsesión por el pasado, por los afectos que se fueron, tratando de entender la enigmática figura del padre que murió siendo ella niña. Pero el faro, lejos de ser el lugar tranquilo que imaginaba, encierra secretos, recuerdos y el aura de la tragedia en forma de sombras que nunca se han ido del todo.

La ambientación es un acierto. El recurso a un lugar icónico y mítico: el faro aislado que simboliza la soledad y a la vez el encuentro, que salva y a la vez encierra. Un espacio que se completa con la superstición de las gentes del pueblo cercano, las mareas que suben y bajan ajenas a la voluntad humana; una naturaleza indómita ante la cual la protagonista no es sino una espectadora más, como lo son los habitantes primitivos y ancestrales que pueblan el lugar.

Nina Melero escribe una historia sobre la redención y la culpa, sobre los secretos celosamente guardados durante muchos años que tarde o temprano salen a la luz. Al igual que el mar escupe todo lo que traga, también el faro, que esconde una historia secreta y trágica, acaba devolviendo aquello que ha guardado tras sus muros durante muchos años. Los muertos, parece decirnos la autora, no hablan, pero sí que nos buscan, nos intentan hablar. Y a veces sus voces se pegan a las piedras. En el relato, la protagonista busca respuestas, aquellas que su madre no ha sabido darle, respuestas a los silencios del padre ausente, a los sentimientos no correspondidos. La escritora logra que un dolor sutil sobrevuele toda la novela, una especie de sentido reproche, un intento de entender los silencios que han sustituido a las palabras. La figura del padre es como la del mar, insondable, oscura y como el mar también guarda temibles secretos. Ella y el faro es la historia de una búsqueda, de una redención, del sinsentido de dejar que el pasado lastre el presente; una revelación que la propia protagonista expresa con singular acierto: «Son los vivos los que importan».