G iuseppe Ungaretti (Alejandría, Egipto, 10 de febrero de 1888- Milán, 2 de junio de 1970) fue un poeta italiano habitualmente ubicado en la corriente del hermetismo, y, sin duda, uno de los tres poetas más importantes de la segunda mitad de siglo en Italia junto a los premios Nobel Eugenio Montale (1896-1981) y Salvatore Quasimodo (1901-1968). A lo largo del siglo XX ha existido un gran encuentro de la poesía de Ungaretti con España. Uno de los poetas que más atención le dedicó siempre fue Jorge Guillén. Y precisamente con este motivo, en 2002 Garbisu Buesa realizó una tesis doctoral con un estudio comparativo de la poesía de Ungaretti y Jorge Guillén bajo el título Purismo español y hermetismo italiano. Coincidencias y divergencias entre Jorge Guillén y Giusseppe Ungaretti . También en 1953 se publicó Poesía escogida de Ungaretti en la Imprenta Dardo, Málaga, con traducción de Elena Villamana. Pero fue ese mismo año, con motivo del congreso sobre poesía celebrado en Salamanca entre el 5 y el 11 de julio, cuando, invitado por Oreste Macri, intervino Giuseppe Ungaretti (tenía entonces sesenta y cinco años), buena parte de su obra escrita y un reconocido prestigio. En los años 90, Edicions 62 publicó una antología de poesía italiana que recogía su obra y la de Carducci, Pascoli, D’Annunzio, Gozzano, Govoni, Corazzini, Saba, Cardarelli, Montale, Quasimodo, Penna, Pavese, Luzi, Bassani, Fortini, Pasolini y Spaziani.

Se decía que su poesía era vitalista incluso en su larga vejez, y, aunque con inmersiones en la tradición del Renacimiento y del Barroco, y retornos a esquemas formales y mentales de la tradición, se podía decir que con él había llegado la modernidad a la poesía italiana. Al igual que Pessoa la había renovado en Portugal y Kavafis en Grecia.

La última traducción de su obra completa al español fue Vida de un hombre , en Ediciones Igitur, en traducción del italiano por Carlos Vitale y del francés por Rosa Lentini y Ricardo Cano Gaviria, con prólogo de Haroldo Campos.

Hace unos meses se cumplían los cincuenta años de su muerte y con este motivo desde la Asociación Internacional de Críticos Literarios su presidenta, Neria de Giovanni, coordinó la obra Ungarettiana, per i cinquant’ anni dalla morte di Giuseppe Ungaretti (Nemapress Edizioni, 2020) en la que participamos diecinueve estudiosos de su obra de Rumanía (Stefan Damian y Turodel Radu), Albania (Arjan Kallço), Venezuela (Antonio Mendoza), Francia (André Ughetto), Argentina (Carlos Vitale), Italia (Pierfranco Bruni, Nerida de Giovvanni, Grazia Dormiente, Rosa Elisa Giangoia, Anna Manna, Antonio Maria Masia, Valentina Preddaa- Sardinia, Bruno Rombi y Anna Santoliquido) y España (Josefa Contijoch, Manuel Ángel Morales Escudero y Francisco Morales Lomas). Los estudios se han centrado en el análisis de su poesía, la relación con la pintura, la traducción, el concepto de dolor y pasión, la dimensión privada y pública y la importancia en América Latina de su poesía… Uno de los libros que, desde nuestro punto de vista, revela su grandeza como poeta es el que lleva por título El dolor , preparado durante nueve años, desde 1937 hasta 1946, el periodo clave de la Segunda Guerra Mundial. Tenía cuarenta y nueve años cuando lo comenzó y se encontraba viviendo lejos de Europa, en Brasil, enseñando en la universidad de Sao Paulo, desde 1936 hasta 1942. Pero durante estos años hay un acontecimiento extraordinariamente luctuoso en su vida que determina su creación: la muerte de su hijo de nueve años, Antonietto, en 1939: «De rama en rama, reyezuelo leve,/ ebrios de maravilla tus ávidos ojos/ conquistabas su jaspeada cima, / temerario, músico niño».

Si en los comienzos de su carrera literaria había publicado un libro titulado La alegría (1931), una de sus primeras grandes obras, la antítesis no se hace esperar (una disposición vital frecuente en su lírica) en este nuevo título, El dolor .

Giuseppe Ungaretti se concentra en el propio dolor personal por la pérdida del hijo, pero no solo hay un sujeto individual que padece por el dolor privado, sino que hay un sujeto que se objetiva en el dolor del mundo, en la muerte y el oprobio que llega a Brasil desde diversos lugares del mundo, donde triunfa la guerra y la muerte. Una lírica que recoge las manifestaciones del simbolismo y de la vanguardia en su economía lingüística tanto como la fusión entre lo clásico y lo contemporáneo en una amalgama original y de enorme calidad poética, uniendo a autores como Góngora y Mallarmé: «El hombre, monótono universo,/ cree aumentar los bienes/ y de sus manos febriles/ no salen sin fin más que límites.// Aferrado sobre el vacío/ a su hilo de araña,/ no teme ni seduce/ sino a su propio grito.// Remedia el desgaste levantando tumbas,/ y para pensarte, Eterno,/ no tiene más que blasfemias».