Tres situaciones provocan cierta curiosidad en la vida de Gustave Flaubert (1821-1880), nacido en Normandía y de esencia normanda, que merecen nuestra atención lectora; no porque de alguna forma hayan caracterizado sus obras, salvo la tercera, sino porque han contribuido a modelar su carácter y a darle una visión del mundo que estaría en la base misma de las estructuras esenciales que configuran su mirada de la sociedad como del universo simbólico que nace con su escritura. En primer lugar, su situación en el seno de una familia a la que ama con pasión, madre, una hermana y padre, aunque nunca dejará de sentirse un extraño frente a él y a su hermano mayor, sobre todo por la relación que ambos mantienen con el mundo científico y laboral, son médicos, y el hermano mayor heredará el puesto del padre, cirujano jefe en el hospital de Ruán; en segundo lugar, la muerte sucesiva de dos personas muy queridas: el padre en 1846 y la hermana que sigue la tradición de los grandes amores románticos y se había convertido en la confidente del hermano, pero aunque estas muertes marcan de manera muy negativa al joven autor, no se consideran como la fuente de su gran crisis existencial que tuvo lugar entre 1842 y 1845; en tercer lugar, su experiencia del amor, en 1836 conoce a Elisa Schlésinger: amor loco, amor imposible, que le va a desvelar sus secretos como experiencia trascendente, aunque en 1839, en el transcurso de unas vacaciones por el Midi francés, conocerá a Eulalie Foucauld, que le ofrecerá otra clase de amor, la experiencia de los sentidos, y le cura de las añoranzas de Elisa y del amor místico.

Esta doble experiencia amorosa la traduce en novelas calificadas de realismo romántico autobiográfico, cercanas a la visión de Musset y de Sand, e integran el ciclo de Memorias de un loco (1838), Los recuerdos, notas y pensamientos íntimos (1840-1841) y Noviembre (1842). En 1846, Flaubert fija su residencia en Croisset y comienza un inmenso trabajo solitario de escritura. Inicia la primera versión de La tentación de San Antonio , que abandonará según el consejo de su amigo Maxime Du Camp, y a instancias del mismo, tras un viaje por Oriente, se pondrá a escribir, Madame Bovary , «un libro sobre nada, un libro sin atadura exterior, que se mantendría a sí mismo debido solo a la fuerza de su estilo (...), un libro que apenas tuviera trama», como le dirá a su amante, la poeta Louise Colet, en carta de 1852.

Los esfuerzos de Flaubert para escribir esta novela resultarán proverbiales, cinco años de continua labor, unas 2.500 páginas de borradores y, finalmente, una obra de 300 páginas con el título completo de Madame Bovary. Costumbres de la provincia . El éxito le lleva a París, a abrirse a una vida social más intensa, a nuevos amigos y a la idea de reescribir una segunda versión de La tentación de San Antonio (1874).

El escritor francés relata la existencia gris y atormentada de Emma Rouault, una mujer soñadora e insatisfecha que, para escapar al tedio de la vida matrimonial y provinciana, se entrega primero a un aristócrata libertino y después a un pasante de notario. La heroína, plagada de contradicciones y obnubilada por la lectura de novelas románticas no se resigna al papel de esposa y madre que el destino le ha deparado y, en su búsqueda de la felicidad, se deja llevar por la pasión y el autoengaño hasta que acaba convertida en una figura trágica.

Gustave Flaubert disecciona a su protagonista con fría impasibilidad, pero a menudo simpatiza con esa mujer fantasiosa de corazón desbordado que se rebela contra un orden burgués que el propio escritor detestaba. La identificación de los lectores con Emma es tan fuerte que el personaje ha cubierto, casi como una usurpación exclusiva, desde la modernidad rebelde, tanto femenina como masculina, el espacio que otras heroínas, anteriores a la época de Flaubert, cubren como catalizadores de la ensoñación del amor imposible frente a la realidad social: la mujer del XIX y XX soñó y sueña en Emma el fracaso de todos los intentos de fuga de esa realidad, reviviendo en el fondo de su oficina o de su cuarto de estar las desventuras de la única Madame Bovary que para ellos hay en el texto. Sin abandonar esta lectura existencial, ligada al sentimiento del amor vivido o reducto de la individualidad frente a las estructuras sociales, el texto ofrece, sin embargo, otras pautas de interpretación. La dinámica de la novela presenta al menos tres conflictos de alto significado histórico: primero, y ante todo, el de Charles Bovary, quien da nombre a la novela, al prestar su apellido a tres mujeres; en segundo lugar, el de Emma, tercera Madame Bovary del texto; y, en último lugar, el boticario Homais, el personaje más antipático, más cargado de significado histórico.

Cada uno de estos personajes cubre parcelas más o menos importantes de la novela, Charles iniciará el texto y lo acaba, ocupa sobre la coordenada temporal, la mayor cantidad de ficción de cuantos personajes participan en la novela, obliga a pensar que su conflicto es el marco general del texto, aunque el de Emma, luego Madame Bovary, tras casarse con Charles, aparece ya iniciada la historia, cuando el lector está al corriente del conflicto de Charles, y se resuelve a su vez, con la muerte, el de Charles queda aún sin resolver.

El hecho que ocupe con sus tres aventuras amorosas, con Léon, con Rodolphe y de nuevo con Léon, el centro del texto y la mayor cantidad de escritura ha permitido identificar, y sin gran esfuerzo la novela entera con el de Emma, que borra de la conciencia del lector el resto de conflictos. Se ofrece un sarcástico retrato de esa sociedad vulgar y de la desdichada Emma, compuesto con una elaboradísima prosa de exquisita perfección formal que revolucionó el arte de la novela y dejó una estela de notables imitadores.