F ederico Jeanmaire nos ha ofrecido un exquisito relato que se digiere lentamente y con fruición, pese a la temática, a lo largo de los capítulos que conforman su última novela. El relato comienza el día en que Francia inicia un ataque contra Siria desde lejos y el autor se encuentra en el país galo, mientras la acción bélica ocurre. Se encuentra en Saint-Nazarie, en la costa Atlántica. Las meditaciones que surgen a partir de ese instante nos dejan casi 400 páginas en que se entremezclan la historia real y la ficción que la envuelve desde nuestros días o que remite a hechos ocurridos el 28 de marzo de 1942, cuando los ingleses intentaron sabotear con unos comandos el dique del mencionado pueblo francés ocupado por los nazis. En principio, la protagonista es la operación Chariot o mejor dicho quienes participaron en esa operación bélica (guerra). Varios comandos ingleses intentaron inutilizar el dique que permitía el atraque para reparaciones de una de las más grandes armas navales de guerra nazi, un enorme destructor que operaba en el Atlántico. Pero no solo se trata de un episodio narrativo bélico, ya que en él se unen otros episodios más, como el de las Malvinas, para reflexionar sobre las guerras y sus consecuencias.

Ya nos advertía Sófocles veintitantos siglos antes que la guerra es eterna. Siempre hay un lugar del planeta en el cual dos bandos se encuentren enfrentados. Para los vencedores puede que el final resida en el momento de contar su historia y sus alabanzas y para los perdedores tocará callar, tal vez sembrando inevitable rencor. El término «guerra» es de origen indoeuropeo asentado en distintas lenguas y, por tanto, común. La cultura clásica escribió mucho sobre ella. Tal vez uno de sus mejores ejemplos sea Troya y sus distintas versiones o la Guerra de las Galias. Existen muchas perspectivas desde las que se puede contar una guerra, desde los halagos a cargo de escribas y cronistas, desde la exaltación que no hace reparos en lo hiperbólico, como el Cantar de mío Cid o el descrédito del vencedor, caso de Alvar Núñez de Vaca. La cascada de producciones más elevada la produjo, sin dudas, la Segunda Guerra Mundial, alentada por la producción cinematográfica. Una visión actual y algo incómoda nos la proporcionó nuestra Guerra civil, «la peor de las guerras», caso de que hubiese gradación en algo tan cruel. Llegaremos a cien años de su fin y no sabremos cómo cerrarla, si se puede cerrar, claro está. Para los dos bandos que se enfrentan en una contienda, y sin perder de vista que se trata de una ficción, Pérez-Reverte ofrece en su último libro sobre la batalla del Ebro un foco curioso, alumbrando momentáneamente sobre quienes no quieren estar allí (en las guerras existe mucha gente que no quiere estar allí y se habla poco de ellos), sobre quienes quieren desertar de un bando o de otro. Qué nos queda de una guerra a lo largo del tiempo es una de las preguntas que nos plantea Jeanmaire. Qué se podrían decir o qué compartirían personas que en un momento determinado de su vida y que por las circunstancias de esta se reencuentran. Revisitar la historia truculenta de la guerra de las Malvinas es lo que hizo el autor argentino Ernesto Picco recientemente, mostrándonos qué fue de quienes la sufrieron, ganaron, perdieron o sobrevivieron; una panorámica de voces que sintetiza el sinsentido. La periodista Leila Guerrero publicó también hace poco un reportaje periodístico sobre la guerra de Malvinas, donde 649 soldados argentinos fallecieron. Muchos fueron enterrados en un cementerio de las islas y permanecieron allí sin identificación durante décadas. En 2016, los dos países firmaron un acuerdo para solventar la identificación de los cuerpos, pero lo que parecía un punto final se convirtió en un nuevo conflicto. Jeanmaire toma la voz, pero utiliza los personajes para que muestren los hechos desde una mirada antibelicista. Es difícil enterrar una guerra.

Jeanmaire es un ilustre cervantista. Es muy cervantina la perspectiva adoptada, sobre todo si recordamos que el propio Cervantes participó en la guerra como soldado y llegó a salir, aunque mutilado, vencedor. Tuvo la decisión de no militar en la alabanza y sí entregarse al escepticismo.

El mencionado Alvar Núñez Cabeza de Vaca nos recordaba que siempre pierden las guerras los mismos, los más pobres, los más indefensos, los inocentes. En el polo opuesto también Federico Jeanmaire reflexiona sobre quienes viven en medio de un infierno y encuentran placer en lo que están viviendo.

Está claro que el autor se posiciona en el antibelicismo, pero no renuncia a variadas perspectivas, a modo de reportaje, como si colocara una cámara junto a cada uno de los personajes y nos ofreciera su visión. Desde el punto de vista técnico merece destacar la capacidad que tiene el autor para adelantar y retrasar la narración, combinarla con otros sucedidos paralelos. Se da maestría y habilidad narrativa. También resaltaríamos el logro de una obra coral que se entiende necesaria para crear la adecuada ambientación y perspectiva. El individuo se pierde en una guerra, se diluye, y queda el conjunto reducido de vencedores y vencidos por encima de lo humano.