Poéticamente es como el hombre habita esta tierra», cantó Frederick Hölderlin, en un verso memorable que no era sino su más cierta y veraz carta de identidad poética, pues pocos poetas han hecho de la poesía la verdad y razón de su existencia como el gran romántico alemán. Pocos creadores hoy viven y sienten en poeta como el grancanario Justo Jorge Padrón, este autor personalísimo que hoy recaba nuestra atención con motivo de su último poemario, y que ha hecho de la poesía la verdad y razón de su peripecia vital. Buena prueba de ello es la fecunda y tornasolada variedad de su obra vasta y compleja en su inagotable inspiración, que abarca no sólo los más diversos aspectos, desde la poesía lírica y visionaria hasta la hoy día tan desatendida poesía épica, que nuestro escritor ha rescatado y actualizado en su vasta saga Hespérida a las puertas del siglo XXI.

Acabo de leer de un tirón este su último libro, Poemas a Kleo , en la flamante Colección Adalid, de Ediciones Vitrubio, un conjunto de una centena de poemas, de poemas de amor, suscitado por la mujer amada, por la esposa y compañera de más de tres décadas de convivencia, que, a su vez, ha sido el diario y cálido testigo familiar de la sostenida producción de este poeta atlántico, un creador que, si ayer era una de las voces más distinguidas de su generación, la del setenta, hoy es el poeta español más traducido a las más diversas lenguas y objeto de un general reconocimiento en los más diferentes países, en los que su poesía ha merecido las más importantes distinciones internacionales. Eso es un hecho, un hecho fácilmente constatable por la dilatada biobibliografía y reconocimientos que acompañan a este volumen, aun cuando esa proyección en nuestro solar patrio no goce todavía de la generalizada aceptación por parte de un sector de nuestra crítica, como sí ha merecido, paradójicamente, su reconocimiento internacional.

Este libro, tras su insólita entrega de ambicioso poeta épico que le ha llevado a cantar en las diferentes secciones de Hespérida , las más heroicas empresas de nuestra común historia, nos ofrece esa otra faceta de su fecunda inspiración: la vertiente de poeta lírico, de cantor del amor, del amor triunfante y cotidiano a la mujer, a la esposa, a la compañera, a su admirada Kleo, que se constituye en el bello centro de los afanes afectivos y de la adoración literaria y real del poeta.

Estamos ante un nuevo y fascinante tratamiento de la poesía amorosa. Poemas a Kleo es la ardiente celebración de un cántico a la vida y a la mujer amada, que luminosamente la encarna y simboliza. Éste es un libro solar, no hay en él zonas de sombra o de tragedia, sino que es un himno entonado con un lenguaje que es fiesta y exaltación, y en donde las imágenes se engarzan en un todo vital y armonioso. La impresión que nos deja su lectura es la de una exultante glorificación de la mujer, de la amante y de la esposa y compañera, como auténtica patria del corazón del hombre.

La tensión expresiva que conforma estos poemas es una inspiración continuada que, si primero deslumbra y emociona, luego nos produce por su ritmo una sensación de encantamiento y magia. Su estilo es, a la vez, rico y cristalino, gracias a la transparencia feliz de sus imágenes, que ofrecen una muy sensual carnalidad expresiva, de irisados reflejos y matices afectivos, como un ensalmo íntimo que nos seduce y llega hasta embriagarnos. Se trata de una especie de lírica autobiográfica, amorosa y erótica, escrita con la absoluta maestría de un gran poeta.

Así, Justo Jorge Padrón no va revelando todas las escalas y plenitudes del amor, evocado desde una madurez vital y literaria que nos impregna y emociona por la palpitante sensación de verdad vivida que trasmite, y que no experimentábamos desde aquella primera lectura deslumbrada de los Veinte poemas de amor , de Pablo Neruda. Este es un libro de amor inolvidable que pensamos permanecerá en la más intensa memoria de la poesía amorosa del siglo XXI.

Fruto de este amor conyugal es esta poesía que aúna una serie de virtualidades que a mí, personalmente, me parecen imprescindibles para la configuración de la verdad y la autenticidad poéticas, a saber: ritmo, emoción, belleza y pensamiento, que prodigiosamente se conjugan para dar expresión poética válida a una vibrante y muy sensual personalidad ante las pulsiones y los diversos planos de la pasión, desde el auroral vislumbre del primer encuentro al éxtasis de la unión amorosa, o a la familiar y cotidiana convivencia doméstica, año tras año: es decir, desde las exigentes urgencias de los encendidos climas de la pasión al remansado oasis de la ternura y el afecto.

Y todo ello trasmitiendo una poderosa impresión de verdad, de verdad poética y vital, al lector, que vibra al unísono de los movimientos cordiales y afanes del poeta, en una poesía que no se agota en sí misma, sino que se proyecta vivificante en ese lector, y en la que lo sensorial -y aún más, lo sensual-, lo emocional y afectivo, y lo intelectual, es decir, sentimiento y pensamiento, se traban y confabulan en un todo coherente y armonioso que es el fruto de la auténtica actividad poética. Un amor personal y dual, pero que no se agota en sí mismo, sino que Justo Jorge Padrón sabe elevarlo a una dimensión universal y trascendente que nos acoge a todos y en el que todos podemos reconocernos.

Pero el sentimiento amoroso, sentimiento real y nada «literario», vivido y convivido año tras año, que trasciende este poemario es tanto un medio de conocimiento y comunión interpersonal como un medio también de comunión con la Naturaleza y sus criaturas, llegando en el éxtasis del abrazo amoroso a una especie de transcendencia mística con las fuerzas y las potencias de la vida, en un afán de eternización a través de la plenitud del éxtasis, que difumina nuestros propios límites temporales y vence, pues, por un instante nuestra propia finitud. Un amor, que nos salva, que nos devuelve a una Naturaleza edénica y virginal, ajena a la ambición, al egoísmo, a la maldad y las insidias de los hombres: «He soñado en tus ojos el fuego de la vida,/ el sosiego, la luz de las manzanas./ Tú ardes con el sol de todos los espejos…/ Porque tú eres mi patria diminuta/ en la que cabe entero el universo».