Crónica de un viaje de seis semanas de Mary Shelley (Londres, 1797-ibíd, 1851) comprende la relación de las crónicas y cartas de dos de los viajes que los Shelley hicieron por varios países de Europa: el de 1814 cuando Mary contaba con tan solo dieciséis años y el de 1816 en el que Mary, Percy y Claire, la hermanastra de Mary, viajan a Ginebra para ver a Lord Byron.

La relación de la travesía que los jóvenes realizaron por Francia, Suiza, Alemania y Holanda comprende la primera parte del libro, en 1814, cuando la joven Mary Godwin huye con el poeta Percy Bysshe Shelley y la hermanastra de Mary, Claire Clairmont. Se trata de un diario escrito casi tres años después del viaje, pero que conserva toda la frescura de la experiencia de una joven que miraba, con ojos abiertos a la belleza, el esplendor de los paisajes de la Europa de Bonaparte. Mary exclama: «Me siento tan feliz como un pájaro que recién estrena su plumaje, al que apenas le importara a qué rama volar, que solamente pensara en probar sus alas recién descubiertas».

Solo hay que imaginar el escándalo que para la estricta sociedad inglesa de la época supuso el hecho de que una chica de dieciséis años se escapara con un hombre casado. Una experiencia que marcaría el destino de los Shelley, pues fueron precisamente esas vivencias, marcadas a fuego en el alma de la joven Mary, las que darían lugar a una de las obras más conocidas de todos los tiempos: Frankenstein o el moderno Prometeo .

Durante la ruta abundan los escenarios románticos descritos por Mary en paisajes agrestes y poderosos: tormentas mientras navegan por lagos, pintorescos castillos en ruinas en el Rin, la visión de los Alpes nevados en la lejanía. La mentalidad como escritora de Mary se está empezando a crear. Y junto a ella aparecen íntimamente ligadas sus preocupaciones políticas, herencia de los planteamientos de su padre, el filósofo William Godwin y de su venerada madre, a la que Mary había perdido al nacer, la escritora Mary Wollstonecraft; Mary observa una Europa devastada por los conflictos de Bonaparte y expresa su odio hacia la guerra afirmando que es «una plaga, que, por orgullo, el hombre inflige sobre su semejante». Sorprende la lucidez y la cultura de una jovencita que sabe leer en latín, que cita a los clásicos y que nunca deja de leer mientras viajan, aunque tengan que dormir en posadas o cabarés, o desplazarse en cabriolés y diligencias. De todos los caminos que utilizan los viajeros para moverse hay una especial predilección de Mary y Percy por el agua: navegan a través de ríos y lagos en barcos de vela, descienden por sonoras cataratas, «una de ellas de más de ocho pies», están a punto de ahogarse en varias ocasiones… acaso una percepción del final de Percy B. Shelley, ahogado mientras navegaba en el Ariel años más tarde.

Es Suiza la parte de la ruta que más atrae a los jóvenes. Sustituyen la débil mula del coche por un caballo y siguen avanzando, cambian de cochero, Percy agrede a un hombre que se muestra grosero… toda una aventura que Mary recordará años más tarde señalando que «estaba actuando en una novela, encarnando un romance».

La segunda parte del libro incluye cuatro cartas escritas en el segundo viaje por Europa de los Shelley durante el verano de 1816 en una estancia de tres meses en los alrededores de Ginebra. Hay dos cartas de Mary y dos de Percy. En ambos se advierten las ideas liberales de Rousseau, pero sobre todo destaca la admiración por el paisaje. Mary se fija en los detalles de su estancia: las camas de las posadas, los problemas con los pasaportes, el alquiler de los caballos, pero se rinde a la admiración del crepúsculo cuando navegan en un barco de vela por el lago Ginebra en el que se refleja el majestuoso Mont Blanc. Por su parte, Percy en la carta III escrita en Montalegre describe la geografía que se van encontrando, en la que destacan antiguos castillos, como el de Yvoire o la torre en ruinas de Hermance. La Carta IV de Percy, escrita desde Chamonix, le sirve para desvelar su pasión por la naturaleza: observa las cataratas cercanas a St. Martin y se admira ante las aguas azules, viaja para ver el glaciar de Montanvert, el Mar de Hielo, y termina recordando las manadas de lobos que corren por aquellas montañas indómitas. Al poeta Percy B. Shelley le inspiran los versos escritos en el valle de Chamonix-Mont Blanc. A Mary, el verano de 1816 le servirá para crear la obra que permanecerá para siempre como uno de los grandes mitos literarios de todos los tiempos.