Cuando un escritor alcanza un éxito indiscutible al publicar su opera prima, se le presenta, a la hora de escribir una segunda obra, una responsabilidad onerosa, que ataca la serenidad de cualquier narrador. ¿Estará esta segunda novela a la altura de la primera? ¿Será una repetición del estilo de la precedente, una mera segunda parte, que no aporte novedad a ese lector, impresionado por la calidad de la primera?

Sánchez Vázquez no ha sentido ese miedo. De otro modo no habría podido escribir una novela tan portentosa después de haber ganado con Jazz Café el noveno Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona.

Con Pecados veniales ha sabido mantener alta las expectativas. Si Jazz Café sorprendía por la habilidad narrativa, los diálogos vertiginosos y las descripciones magistrales, ahora, con esta segunda entrega del detective Epicuro Salvatierra, el autor supera su marca y confirma la solidez de su prosa. El detective amalgama en su persona a un conjunto de personajes apasionantes que nos deleitarán con las esencias más genuinas del género.

Salvatierra es un héroe moral, un hombre solitario, epicúreo, por nombre y vocación. Es un personaje que se agiganta conforme avanzan las páginas, porque su humanidad y su sentido del humor aportan un contrapunto necesario a la sordidez de la sociedad y sus cloacas. Sánchez Vázquez y Vázquez Montalbán no solo comparten un apellido sino una misma vocación narrativa. La ciudad de Córdoba, como ocurre con la Barcelona de Vázquez Montalbán, se ha convertido de la mano de Sánchez Vázquez en un personaje más de la novela. No es un escenario pasivo donde tiene lugar la acción, sino que parece cobrar vida propia en una ambientación muy bien lograda. Aparecen sus calles, barrios, plazas, lugares emblemáticos o el cuartel general de Salvatierra, el famoso Jazz Café entre la plaza de La Corredera y el Ayuntamiento de la capital. Ése es su despacho, donde queda con sus amigos, escucha jazz, va a beber, comer y trabajar. La trama es realmente apasionante y nos pasea por los ambientes más insospechados y misteriosos que podamos imaginar: desde las amenazas al profesor de un centro docente religioso, hasta el negocio de la prostitución y las drogas o la depredación sexual de un empresario de éxito, con conexiones al más alto nivel político o religioso. La trama, llena de intriga y sorpresa, nos atrapa en una vorágine de pasiones, venganzas y odios que irán desgranando la radiografía de una sociedad enferma e hipócrita, al más puro estilo del detective Carvalho de Vázquez Montalbán. Porque Epicuro Salvatierra es también un héroe moral que despierta ternura y humor en su intento por destapar la indignidad de la corrupción, los negocios sucios de los partidos políticos, la doble moral ante la inmigración o el enriquecimiento indigno de los próceres de la sociedad gracias a sus oscuros negocios de drogas y prostitución. Al igual que la obra de Vázquez Montalbán descubre la hipocresía de la doble moral del orden establecido, así desvela Epicuro la hipocresía de una sociedad que el detective desnuda, dejando al aire las vergüenzas de la corrupción del clero, de los poderes fácticos o la de las familias que controlan la economía de la ciudad.

La trama se hace apasionante y la crítica social amable, porque el humor y la exquisita ambientación de la novela deleitan al lector y lo calman ante la avalancha que se le viene encima a cada página. Magnífico uso de la primera y tercera personas, adaptación muy verosímil de los diferentes registros. El lenguaje vibrante y los diálogos fulminantes se atenúan a través de las alusiones a la música, la comida y la bebida. Es otro guiño a Pepe Carvalho, gran cocinero y exigente bebedor, que con esta relajación de la tensión mantiene el pulso narrativo y el suspense de la acción.

La novela de Sánchez Vázquez no es la típica novela negra que mantiene una misma estructura narrativa centrada por la investigación de un crimen, un delito o una denuncia. Aquí nos encontramos con un estilo admirable, de fácil lectura, con exquisita ambientación, con constantes guiños al lector, hasta el extremo de que no queda más remedio que hacerse amigo de este Epicuro Salvatierra, que no nos hablará de filosofía, sino del buen uso de su nombre en cuanto al gusto por el placer, el buen comer y beber, los amigos y la crítica social.

Narración con tonos psicológicos y periodísticos, a veces de cámara fotográfica, más aún de cine. Es una novela que puede llevarse fácilmente a la pantalla, a veces parece un guión cinematográfico dispuesto a competir con la saga del comisario Montalbano, creada por el también admirador de Vázquez Montalbán, Andrea Camilleri.