Laurent Mauvigner, célebre escritor francés, ha escrito Alrededor del mundo, que ahora publica la editorial Nocturna en una preciosa edición donde podemos ver una ciudad y el agua como si ambos espacios entrasen en comunión. Observamos también a un piragüista, un ser humano en medio de esos lugares que reflejan un mundo que todavía está sin definir.

La novela es un descubrimiento, tejida con los hilos de una prosa poética y muy bella. Mauvigner va buscando los espejos de seres que tratan de encontrar su horizonte, a través de paisajes que los definen. Guillermo, que viene de México, y Yûko son seres desvalidos que se encuentran, que acomodan sus cuerpos para el goce porque saben que el instante lo es todo, que no hay permanencia, que la vida es siempre un fracaso a largo plazo y que solo en las distancias cortas existe la plenitud y la vida: «Tienen cuerpos mediante los que reclamar la vida que destella a través de la luz fría y blanquísima que se filtra por las sucias ventanas de la casa de Yûko».

Los roles estereotipados del mexicano y la japonesa son escrutados por Mauvigner, que mira a los personajes, se convierte en voyeur , como si estuviera escondido en un biombo y empezara a retratar a seres que se aman, seres que tienden a la soledad y al vacío y que solo se completan cuerpo a cuerpo.

En la novela los paisajes son personajes que respiran, como el mar del Norte, en la mirada de Frantz.

Para Mauvigner, todo es motivo de atención, el mundo respira en las páginas, va calando en nosotros a través de su prosa envolvente e hipnótica. El mundo que se para, por el tsunami que asoló Japón, es el leit-movit donde transitan historias y personajes, todos ellos encerrados en el deseo de vivir, porque saben que la inmediatez lo es todo, no existe continuidad, la vida es el instante nada más.

Dubai, Tanzania, Roma, Tailandia, Florida, todos son paisajes emocionales del autor, cartografías donde el ser humano va dejando su leve huella, su enorme fragilidad. La novela va trazando una luz sobre todo lo que rodea a un paisaje que es ya un sueño de seres que esperan vivir el día siguiente, con la sensación de permanencia transitoria en el mundo. Hasta los cuerpos derrochan sensualidad, hay un afán táctil en la novela. Mauvigner toca con palabras, acaricia con su prosa: «Y ahora, cuando lo mira dormir en la luz violeta de la noche, se arrima a su rostro, dispuesto a besarlo». Ese deseo se interrumpe porque todo es promesa, mientras el mundo y la naturaleza devastan a seres inocentes, otros aman, se tocan, se rozan sin llegar a consumar el deseo.

Nos hallamos ante una novela que debe ser descifrada por el lector, cuya forma, tan estilizada, no arruina el contenido final. Una novela llena de luz, todo un paisaje emocional gracias a la rica prosa de Laurent Mauvigner.