Parece que cada día nos conformamos con menos, con mucho menos. Tenemos delante de nuestros ojos auténticas maravillas y nos empeñamos en defender lo indefendible, la mala literatura. ¿No será que nos hemos convertido en divulgadores de la mentira? ¿O tal vez somos incapaces de reconocer lo que realmente merece la pena? Mucha culpa de ello la tiene nuestra horizontalidad. Nos empeñamos en quedar bien, en manifestar en redes sociales nuestro compromiso (¿qué compromiso?), en vaciar nuestras mentes cubriéndolas de mediocridades, es la horizontalidad.

Escribía Rafael Cadenas: «Quisiera que este trabajo fuese testimonio de un recio amor». Y tal vez falte amor, amor verdadero, pero ese descubrimiento tan solo es posible con la lectura de los clásicos, con la lectura y con la relectura, olvidar para siempre lo que nos llega que ya hasta ha perdido el sentido del ritmo, el sentido del tono y el sentido de la verdad. Sí, es la horizontalidad.

Y cuánto daño hace la filología en todo esto que comentamos, esa cantidad de estudios innecesarios, con múltiples notas; la carrera filológica es ahora la carrera de la ignorancia. Si conseguimos dejar atrás nuestra horizontalidad y levantamos un poco más la vista, aunque moleste ya que no estamos acostumbrados, procederemos a visualizar un inmenso descubrimiento, conseguiremos acercarnos un poco más a la verdad, a la auténtica verdad, que es amor.

Escribía Auden en su breve ensayo Lo frívolo y lo serio : «El hombre desea ser libre y desea sentirse importante. Esto lo pone en un dilema, pues cuanto más se emancipe de la necesidad se sentirá menos importante». Terminaba Auden el ensayo: «Ningún ser humano puede hacer feliz a otro». Y añado, salvo los clásicos. Y Rafael Cadenas finalizaba la frase anterior escribiendo: «El amor a la lengua».