El autor gallego Manuel Rivas ejerce de tal y de manera auténtica. Empezó muy joven (15 años) a estar presente en el espacio periodístico como escritor de reportajes, artículos y columnas, y en ello sigue. Pero Manuel Rivas es principalmente narrador, poeta y ensayista. Ha escrito más una veintena de libros entre poesía, narrativa y algún que otro ensayo.

Su última novela hasta ahora es ‘El último día de Terranova’ (Alfaguara, 2015). En ella, Vicenzo Fontana, un sesentón que es el narrador y cuyos padres abrieron la librería de Terranova en 1945, dice: «Mi memoria es una prolongación del aparato respiratorio. En estos casos no hay tanta distancia entre el viejo y el niño que fui». ¿Respiración física de niño a través del pulmón de acero y respiración de los recuerdos decadentes de la España de la dictadura a lo largo de su vida?

Sí, la respiración de Vicenzo es, de alguna forma, una metáfora de la respiración colectiva. La historia de la salud y la enfermedad, y lo estamos sufriendo en esta época de trazos apocalípticos, un tiempo que podemos definir como era Mayday (llamada de socorro por un peligro grave e inminente), es una de las maneras más precisas de contar la verdadera historia de los individuos y la sociedad. En la medicina popular gallega se utilizaba mucho la expresión «mal de aire». Como suele ocurrir, hay saberes tradicionales que adquieren un sentido premonitorio, de vanguardia. La polio que padece Vicenzo forma parte de ese «mal de aire». El padecimiento causado por esa enfermedad se agravó por un estado de cosas miserables en España. Ese círculo vicioso, con una corrupción de las autoridades que provocó un retraso en la vacunación, asunto en el que me documenté a fondo, también se cuenta en El último día de Terranova.

Si tuviéramos que hablar de los personajes de la novela, diría que el principal es la librería, alrededor de la cual giran todos los demás: Amaro y Comba, con su hijo Vicenzo Fontana, que son los dueños de Terranova y el tío Eliseo. Pero, sobre todo, los libros clandestinos, los personajes extravagantes, erráticos, marginados, soñadores, represaliados que van allí en busca de encontrar su tesoro.

La librería Terranova es un lugar inventado, pero real. Utilizando un término propio de la Internacional Situacionista, esa vanguardia tan imaginativa, la librería es un lugar psicogeográfico. Un local universal. Un pequeño gran escenario de la humanidad, como una de esas redomas de cristal que contienen un mundo. Porque en Terranova no solo vive el grupo familiar, tan especial, donde cada persona, por decirlo a la manera de Joyce, es «una nación». Incluidas las personas no humanas, los animales de la casa o los que encuentran allí refugio, como la hembra de petirrojo o el sapo centenario Teixeira de Pascoais. Pero, claro, Terranova está habitada por esos personajes que son los libros. Los que están a la vista y los invisibles, ocultos y protegidos en Tierra Escondida. Cada libro tiene su historia. Los hay prohibidos, excéntricos, refugiados, retornados del exilio en secreto. ¡Y cada libro es un hábitat poblado de seres! En Terranova conviven los personajes de la imaginación y de la realidad. Y al estar los libros, están quienes los han escrito. Terranova es un lugar asediado, acosado, en peligro, porque es donde habita la libertad y la esperanza.

El suceso o motor de la novela es el cartel de la fachada de Terranova: «Liquidación final de existencias por cierre inminente». Lo escribe Vicenzo angustiado por el desahucio del local, y que registra magistralmente el ambiente de desapego cultural, desencanto y la corrupción de los especuladores inmobiliarios.

Terranova sufrió muchos embates. Y resistió. Terranova, ese lugar psicogeográfico, es también el escenario de la lucha entre Eros y Thánatos, entre la pulsión de eros y el destructor, el deseo y la muerte. Es el gran combate que se libra en el mundo y a lo largo de la historia. La de la excitación creativa frente a la excitación destructiva, depredadora. Lo que ahora acecha a Terranova, que resistió tantas vicisitudes, cierres gubernativos, atentados, continua intimidación, es un peligro que se presenta con el rostro del destino. Kant decía que las cosas tienen precio y las personas dignidad. Terranova, lo que representa, no tiene precio. Es un espacio que pertenece a la dimensión de la dignidad. Algo que no entiende esa maquinaria apisonadora que amenaza la librería. Es una maquinaria, la del capitalismo impaciente, la suma de velocidad y de codicia, que no conoce freno, que juega a confundirse con la locomotora de la historia. Es muy difícil, con frecuencia imposible, plantarle cara. Lo que Vicenzo vive en su interior es la fatiga del deseo, la derrota de la humanidad.

Pero esta historia sólo es el esqueleto de una novela magistral, que recoge decenas de cuentos, anécdotas, sucesos, sueños, fábulas imaginativas, y que saltan de tiempo debido a la errática memoria de Vicenzo, para el cual, el tiempo es como un entramado sin ninguna linealidad, donde se acumula la vida de instantes que van de la ficción, casi de ‘Cien años de soledad’, a historias reales de represión franquista.

Cada historia pide una forma para ser contada. El andar de la literatura nunca es lineal. Creo que los libros escritos así, prefabricados como best-seller , como un producto transgénico, tienen muy poco que ver con la literatura. Un libro tiene que ser una planta nueva, algo que antes no existía. Tampoco la vida tiene el trazado de una autopista. Tan importante como ir de un punto a otro es lo que ocurre en los márgenes, en el campo a través, en el espacio de lo desconocido. Mi forma de escribir se asemeja a la manera de andar del vagabundo de Charlot. No tiene un destino fijo, pero su andar tiene un sentido. Es un andar simultáneo. Un pie pisa en la memoria y otro en el descubrimiento, en la vida y en la muerte, en la luz y en la sombra, en el pasado y en el presente, en lo visible y en lo invisible, en la razón y en la imaginación. Es el andar activado por la pulsión del deseo y la lógica del asombro. Y lo que busca es la orilla, el acantilado, la línea del horizonte. Ir un poco más allá de lo inaccesible. Dicho esto, creo que es una novela muy realista. Pero no de una realidad convencional. Es un realismo lleno de incertidumbre.

El fondo de la novela es asfixiante por la época de represión donde se desarrolla. Sin embargo, he creído percibir una veta de humor-ironía que corre paralela a las historia principal y que hace que este tiempo de represión, corrupción y desencanto tome distancia, respecto al mismo, con los cuentos de Eliseo y las vidas de esos personajes que viven a contrapelo de la realidad. Este humor no es gratuito, ¿no?

De tener que elegir un rasgo de identidad en mi obra sería la ironía. La ironía permite el matiz, fertiliza el lenguaje. Tiene un efecto fosforescente. Creo además que la vida es irónica por naturaleza. Pero la ironía que reivindico y procuro cultivar poco tiene que ver con el humor jocoso o campanudo. Decía Mark Twain que el verdadero humor es el que conoce el dolor. Tiene un vínculo con el dolor. Ese es el humor que me interesa, el que permite conocer mejor a la gente y no ponerle una máscara superficial.

Como colofón hay que decir que la prosa, en su mayoría poética o visionaria, es uno de los grandes activos del libro. ¿Puedo recomendarla?

Quien entra en Terranova, creo que no tiene muchas ganas de irse.

¿Qué es la literatura para Manuel Rivas? ¿Por qué escribes?

Es una forma de re-existencia. Mi pulmón de acero. Escribo para respirar y hacer frente al «mal de aire».