Con Línea de fuego , la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, nos hallamos en el centro de una contienda donde republicanos y nacionales se enfrentaron, la famosa batalla del Ebro, un momento culminante de una guerra incivil, donde muchos murieron ya no por sus ideas, sino porque les empujó la necedad y la ineficacia de los políticos de la época, produciéndose un golpe de estado a la República que ya había sido fraguado por las insistencias de José Antonio Primo de Rivera y por varios generales que fueron fraguando el gran golpe.

Pérez-Reverte refleja en su nuevo libro el universo de seres en derrota. Si ya lo hizo con mucho tino en Un día de cólera , cuando describió la lucha por la liberación de España frente a los franceses, en esta podemos atisbar al reportero audaz que siempre fue, al observador de un mundo que parece más bien un paisaje de sombras donde los que mueren no son los que deberían caer, sino aquellos que son empujados por otros en la inercia de la barbarie.

Hay también una técnica cinematográfica en la novela, porque Pérez-Reverte mira y va filmando como si fuese un director de una película bélica a los seres que, como entomólogo, va diseccionando y es ese perfil el que prevalece, el de observador que no evita en algunas ocasiones trazar su visión, pero que intenta, en la línea de los narradores objetivos, plasmar el mundo que le rodea. Como si hiciese un esfuerzo de volver al pasado, la Guerra Civil es filmada por el escritor y periodista, podemos oír los ecos de todos los que participan. En sus voces están sus miedos y en estos está la esperanza o la desesperanza, son espejos del alma en esta nueva mirada al conflicto español.

En la escena, y digo escena porque parece que ha sido filmada, vemos a una mujer de parto, en plena lucha; los nacionales piden ayuda para que sea auxiliada y los republicanos dejan que llegue un enfermero a atenderla. Ahí vemos el hilo de humanidad que va trenzando la novela, porque todos son seres que no entienden en realidad qué hacen ahí, cómo se ha llegado a eso, no se odian, sino que se ven abocados a la guerra que no han pedido ni elegido. Personajes como el teniente Zarallón o Ricardo el Ruso son estudiados con calma, como si el escritor los hubiese encontrado en una foto y les pasase un foco de luz para hallar en ellos rasgos humanos, como un científico que estudia al animal que sirve de prueba para sus experimentos.

No olvida a las mujeres, aquí representadas por las que asisten al teléfono en las líneas que van descifrando mensajes; son traductoras del horror, de aquello que se fragua en el escenario bélico. El capitán Bascuñana ocupa un lugar importante. Pérez-Reverte lo observa y le da voz y un eco que llega a nosotros, como si aún viviera.

Da la sensación que te hallas en el frente de batalla, envuelto entre las balas de unos y otros, seres que tienen miedo a la muerte, pero que no les impide enfrentarse cuerpo a cuerpo. Tal es el ardor guerrero de este mundo sin esperanzas que plantea la novela de Pérez-Reverte.

Cuando pienso en Stendhal, Tolstoi, nuestro Galdós y tantos otros parece que veo esos seres que ya anidan en nosotros, permanecen, han vivido a través de la lectura su encarnación en seres reales. En la línea de Miguel de Cervantes, los personajes trascienden y se hacen carne para siempre entre nosotros. En ello, Arturo Pérez-Reverte acierta porque también ahonda en algunos de ellos; en otros son solo trazos los que apunta, pero la influencia de los maestros vive y respira en él.

La sensación final no es la de una novela de buenos y malos, sino de perdedores, porque todos lo son, ahogados en un mundo opresivo, porque otros, que no están allí, los han conducido al enfrentamiento y a la muerte. Al leerla me viene a la memoria mi abuelo, que murió en el frente en Madrid cuando un obús, que los rusos habían traído a los republicanos, falló su bala y retrocedió hasta destrozar a un ser querido que nunca conocí. Su voz y su eco me llega a través de la novela, porque lejos de heroísmos, escucho en susurros su mensaje: tanto todo para nada. Al final, la novela nos envuelve en ese ideario, al igual que lo transmitió Chaves Nogales en sus estupendos libros. Con Pérez-Reverte volvemos a los escenarios de la contienda.

Línea de fuego no es un libro más sobre la Guerra Civil española, sino una buena novela que habla aún de nuestro pasado cainita aún presente en muchos de nuestros políticos.