B enjamin Moser (Houston, 1976), escritor y columnista, se ha atrevido a narrar la vida y obra de Susan Sontag, paradigma de la intelectualidad pública del siglo XX, por el que ha recibido el Pulitzer de Biografía.

Esta profesora de piel aceitunada y sonrisa serena, es una ensayista y guionista norteamericana que creía en el poder de las palabras, que nos enseñó el oficio de pensar, era de origen judío. Su abuela Sara Leah viajó de su Polonia natal a Hollywood, donde nacería su madre Mildred, de espíritu aventurero, que se mostró siempre distante con ella. Allí conoció a Jack. La hija de ambos Sarah Lee, un eco americanizado de Leah. Su padre murió cuando Susan apenas tenía seis años. El apellido Sontag procede del segundo matrimonio de su madre.

Estos acontecimientos marcaron una niñez desdichada, un luto por ella misma que le llevó a esconderse tras las páginas de los libros en soledad. Niña huérfana de afecto que compensó en la adolescencia con su inmersión en el arte que le compensaba de los sinsabores de la vida. El arte como paliativo indispensable para conllevar su dolor. La verdad del arte como promesa de un mundo mejor.

Estudió en las universidades de Berkeley y Chicago, de Harvard y Columbia, en Europa en Paris y Oxford. A los 17 años se casó con su profesor de sociología P. Rieff, con el que tendría su único hijo, David. Después de divorciarse tuvo relaciones con Maria Irene Fornes, el poeta ruso J. Brosky y la fotógrafa Annie Leibovitz. En su vida tuvo amantes de ambos sexos. Como escritora aspiraba a ser «famosa», a salir en las fotos, en convertirse a toda costa en una intelectual célebre y, de paso, participar en la bohemia. Se codeaba con músicos, fotógrafos, artistas y políticos como L. Berstein, A. Warhol, R. Avendon y Jacqueline Kennedy. Un círculo único y deslumbrante entre la intelectualidad y el glamour .

Como filósofa se adelantaba a cualquier juicio que emitieran sobre ella. Reunía cualidades que suelen atribuirse al sexo masculino. En ella confluían varias generaciones de artistas e intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, de todo lo cual levantó acta. Siempre quiso encontrar un puerto seguro para librarse del debilitante temor al abandono. Es célebre su estancia en 1990 en la ciudad asediada de Sarajevo, donde representó una obra teatral clásica Esperando a Godot , que algunos consideraron una frivolidad, cuando en realidad era un apoyo a las víctimas. Fue nombrada Ciudadana de Honor de la ciudad bosnia.

Leer y escribir entendidas como formas de conjurar los fantasmas, las frustraciones afectivas y desengaños intelectuales. Los libros para Susan se escriben para ocultar lo que ocultamos de nosotros mismos.

En su primera novela, El benefactor (1964), el protagonista renuncia a toda ambición mundana, niega la realidad inaceptable por cruel y decepcionante y niega la muerte, afirmando la inmortalidad posible.

En Sobre la fotografía (1977) son seis ensayos alejados de todo formalismo, en el que no aparece fotografía alguna, entiende que este arte, independiente de la palabra escrita, necesita de esta para completarse. Mediante las fotografías pretendemos capturar la cotidianidad, detener el tiempo, una cierta nostalgia al contemplar imágenes de su padre que no conoció.

En su ensayo anterior, Contra la interpretación (1966), es donde introduce sus notas sobre lo camp , definido como una mirada sobre el mundo contemplado como fenómeno estético, donde más allá de los sueños que somos y de las palabras, existen las personas reales. Para Sontag, somos lo que soñamos. Los sueños son lo único real. Le interesan en cuanto acción y como modelos del propio autoanálisis. A partir de aquí explora la distancia entre la realidad humana, cultural y artística y nuestra interpretación de esa realidad. Se trata de dejar atrás ese mundo de ensoñaciones y recuperar los sentidos: ver más, oír más, sentir más.

En su célebre Sobre las enfermedades y sus metáforas (1978), al que siguió Sobre el sida y sus metáforas, (1988), expone que en los años 70 le fue diagnosticado un cáncer. Padecía un duro tratamiento contra este mal, que transmitió con una extraordinaria lucidez su experiencia en este escrito. En el segundo, reflexiona sobre lo que resulta más dañino para el paciente que la enfermedad misma: la exclusión social. En Ante el dolor de los demás (2003) muestra hambre de realidad, desde ese dolor inabarcado que le acompañó toda su vida, le hace enfrentarse a la enfermedad, a la guerra, a la muerte.

En sus diarios póstumos, los tempranos Renacida (1947) y los de madurez (2014), publicados por su hijo sin autorización expresa de su madre fallecida, expresan jirones de su infancia y vida hasta los treinta años y del resto de su intensa vida, que dan cuenta de su deseo erótico predominante centrado en las mujeres.

Preguntada en qué creía, su respuesta fue que en el mantenimiento de la cultura, de la alta cultura (de Goethe a Godard, de Burke a Benjamin) y también de la cultura de masas a la que no hacía asco, en la música, en Shakespeare y en los edificios antiguos.