C on un tono filosófico perceptible desde las primeras líneas, desde ellas se delinea muy pronto la vida de Virgilio Aguilar, de cuya experiencia moteada de pasado y presente surge a su vez el recuerdo vital y literario de Antonio Machado, escritor al que el autor de la novela, Francisco Morales Lomas ( Las edades del viento ), conoce muy bien y al que ya ha dedicado varios volúmenes de ensayo. Por esta razón, Virgilio Aguilar será el personaje que investiga al poeta que murió en Colliure, cementerio en donde también Virgilio Aguilar va a conocer precisamente a Rose Strinberg. Ella, desde el capítulo 4 (treinta y cuatro tiene la novela), iluminará su argumento convirtiéndolo en una apasionada vivencia que ofrecerá «dos mundos encontrados en el mismo mundo, dos historias que se fusionaban en una para conquistar algún extraño símbolo». Y ciertamente, mucho de símbolo hay en esta novela en la que Morales Lomas rinde su particular homenaje a Antonio Machado, haciéndolo a través de personajes que por una u otra razón lo llevan vinculado a su existencia: sobre todo, el caso de Rose Strinberg, cuya abuela --según este relato-- lo tuvo como amante. En este sentido, la tarea de Aguilar y la de Vincent Bergère será investigar la posible relación amorosa entre Machado y Rose Savarroi, la abuela de la citada Rose Strinberg. En estos nombres, Machado y Savarroi, Virgilio Aguilar y Rose Strinberg, se basa pues todo el argumento de la novela de Morales Lomas, quien en la página 133 escribe: «Ellos podían estar ahí, en su casa de Poitiers como sus padres los trajeron al mundo, tan desnudos como sus almas, tan llenos de vida como el otro lo estaba de muerte. ¡Qué ironía, buscando el amor del otro han encontrado el suyo!».

Va quedando claro que la ficción dentro de la ficción --o sea, el relato que se inserta dentro del argumento desarrollado-- crece en interés cuando, bien mediada la novela, esta se centra en los días en que Virgilio Aguilar conoce en París a Lucie Savarroi y esta le va recordando detalles de esa relación afectiva entre Machado y la actriz Rose Savarroi. Sin duda, en este punto de la lectura se ha constatado ya que Morales Lomas va dejando salir con maestría breves notas de época que describen los sucesos matizándolos en sus aspectos sociales, literarios y políticos. Por doquier se perfila la biografía de Machado, aunque los elementos de la ficción naden en la nebulosa de lo posible sin aclimatarse lógicamente en las certezas. De este modo, el candente atractivo de la novela se revitaliza cuando, en su argumento, Lucie Savarroi --la madre de Rose Strinberg-- confiesa que «a medida que me voy haciendo vieja y olvidadiza me vienen recuerdos de antaño y esta historia vuelve una y otra vez a mí». Y será poco después también cuando se tomen en consideración los oportunos datos del diario que Rose Savarroi va escribiendo durante su estancia en Madrid, todo ello inserto en los capítulos 24 y 26, que tanto aproximan al lector al anecdotario sentimental, político y literario del propio Antonio Machado, del que a veces emergen informaciones que el lector desconocerá seguramente, como esa de que su nombre completo era Antonio Cipriano José María y Francisco de Santa Ana Machado Ruiz.

Intensas páginas estas y de emocionantes confesiones las que encontramos sobre los hechos novelados por Morales Lomas, que deja hablar a Machado y a su nueva amada de la que muy acertadamente, en los capítulos ya finales, reproduce cuatro supuestas misivas cuyos renglones se desbordan en accesos de tristeza, de reconocimiento de la ausencia de la persona amada o de entrega al desolado abatimiento: «Basta mirarme un poco para darse cuenta de que estoy avejentado. En los tres años de la guerra tengo la sensación de haber cumplido estos de cinco en cinco». Por ello, conmovedora y saturada de autenticidad y sinceridad es la carta que se incluye en las páginas 301-302 cuando, ente otras confidencias, Machado recuerda que «sí, es mi corazón el que piensa en ti, y te siente y está a tu lado. Tú estás presente en él y me invade una enorme nostalgia de aquellos días de Madrid en que yo me sentí tan juvenil junto a ti». Con solo dos capítulos más la novela concluye (igual que comenzaba) atendiendo a Virgilio Aguilar y a sus elucubraciones sobre el supuesto, por sospechado, amor del poeta sevillano, del que se llega a una conclusión inesperada que se concreta en estas sorpresivas palabras: «Su fracaso y la mentira en la que ha estado metido». Pero lo cierto es que la novela acaba con la honda y mantenida emotividad que ha caracterizado todos sus pasajes, duros con frecuencia, apegados siempre a vivencias históricas y literarias contrastadas, a veces sensuales y en todo momento trepidantes de emoción y experiencia vital. Se constata que Morales Lomas no va a defraudar al lector que se acerque a esta nueva novela de su autoría.