Manuel Rico (1952) es un escritor prolífico, diverso y muy premiado. Su obra literaria poética, narrativa y de ensayo se acerca a los veinte libros exquisitamente escritos. Además, Manuel es también un destacado crítico en numerosas publicaciones como Babelia. El autor es una rara avis y tiene una gran comunión con las palabras. Rico dirige desde 1998 la colección de poesía de Bartleby Editores. Desde 2015 es presidente de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE). Ahora, la editorial Huso ha reeditado su novela El lento adiós de los tranvías, que se publicó inicialmente en el año 1992.

-’El lento adiós de los tranvías’, ¿narra hechos reales o es pura ficción? ¿Existió el desaparecido durante la posguerra Eladio Vergara, en cuya búsqueda, por un periodista estudioso de viejos periódicos locales, se asienta la base de su última novela?

-Son pura ficción. Evidentemente, sustentada en una realidad de todos conocida: el gran número de desaparecidos que se produjo en España al final de la Guerra Civil. Todos hemos conocido experiencias, más o menos cercanas, de familiares que acabaron enterrados en cunetas o simplemente fueron borrados del mapa. También hubo numerosos topos, desaparecidos ocultos durante décadas: reciente está la película La trinchera infinita.

- ¿Por qué ha dividido el libro en cinco partes? ¿Tienen algo que ver los títulos de las mismas con el contenido?

-En buena medida, sí. «La luz recobrada» hace referencia al conocimiento de Mario Ojeda de la experiencia de un familiar próximo, que conoció a Vergara; «Ciudad reverso» es el relato de un viaje que Mario realiza a una ciudad que es el reverso del Madrid de aquellos años, Sigüenza, tan marcada por las huellas del Medievo. «El pozo del tiempo» es el espacio del desvelamiento de parte de la memoria del protagonista. Las dos últimas partes narran el desenlace.

-La novela, centrada a finales de los sesenta, sumerge al lector en un mundo inquietante de miedos, inseguridades, encuentros clandestinos, angustias, acosos, interrogatorios... Es como se defiende el régimen en el tiempo del referéndum ante la lucha clandestina.

-En aquellos años, en 1966 fundamentalmente, el régimen franquista intentó un lavado de cara con la Ley Orgánica del Estado, pero sin modificar su carácter dictatorial. Partidos políticos y sindicatos estaban prohibidos. No existía libertad de expresión, ni de reunión, ni de manifestación, y en las cárceles había más de mil presos políticos. Comprometerse era jugarse la carrera, el trabajo, la integridad física. Existía la pena de muerte (y se aplicaba) y la mujer carecía de todo derecho, incluso para abrir una cuenta corriente, al margen del marido. Conviene que no olvidemos eso. El miedo era una constante. A veces sutil, a veces rotunda.

-Sorprende que todavía treinta años de terminar la guerra civil hubiera ese miedo a guardar papeles «comprometidos» y que hubiera policías que vigilaran casas de sospechosos.

-Yo viví, en los años 70, situaciones muy parecidas a la que cuento. Recuerdo cómo amigos vinculados al PCE, o a otros partidos de izquierda, o a algún sindicato, ante fechas señaladas como el 1 de mayo o después de alguna detención, buscaban a amigos «no organizados» para que les guardaran papeles comprometedores o libros «peligrosos» hasta que pasara la tensión o el período de riesgo. Recuerdo, en 1976, cómo desde la ventana de la casa donde vivíamos recién casados, fui testigo de la detención por la policía política de un familiar al que esperábamos y al que estaban siguiendo.

-¡Qué pronto se ha olvidado la inseguridad y el miedo de la dictadura! ¡Y qué lejano parece! Su novela debía leerse en los colegios e institutos para no olvidar, y para aquellos que no saben y se meten en aventuras fascistas se lo pensaran antes de hacerlo.

-La literatura, sin dejar de ser literatura, sin abandonar su esencial objetivo artístico, no puede prescindir de la memoria. Individual y colectiva. Se habla con frivolidad del franquismo y los jóvenes, nacidos y crecidos en democracia, reciben mensajes frívolos sobre aquella etapa, les llegan mentiras burdas y revisionismo histórico. Es imprescindible que en las lecturas de nuestros estudiantes esté presente ese factor. Y en la enseñanza.

-La novela transcurre a finales de los sesenta, casi en los setenta. ¿Cómo pudieron vivir los que, en el fondo, erais la oposición al régimen e indagabais clandestinamente por el destino de personas desaparecidas en la guerra o principios de la posguerra? ¿Se podía llevar una vida normal así?

-La población construyó una normalidad obligada. Tenía que sobrevivir y construir su cotidianidad. El conjunto de la sociedad, a pesar de que se carecían de las libertades y derechos imprescindibles, se acostumbró a la autorrepresión: no hablar, no criticar, no meterse en política. Los que, con miedo, asumimos un compromiso y estuvimos en la clandestinidad, pese a ser muy jóvenes, aprendimos normas que venían de quienes habían vivido la clandestinidad en los años 50 o 60. En el fondo, teníamos dos vidas. Una era visible y pública, la otra oculta.

-Para mí es una novela contra el olvido de la dictadura. Una novela necesaria que narra una historia de las que sin duda existieron miles. ¿Le movió al escribirla esta necesidad de no olvidar la terrible dictadura, ese clima opresor que tan bien delinea?

-La escribí a principios de los 90, en plena euforia democrática en España, y la escribí porque pensaba que no podíamos romper el hilo que a los jóvenes autores de entonces nos unía a cierta novela de los años 50: pienso en Marsé, en Luis Goytisolo, en García Hortelano, en Carmiña Martín Gaite, en la Matute… Todos grandes narradores de la memoria.

-Los detalles de bares, calles, edificios, conversaciones, reuniones, objetos... la hacen totalmente creíble. ¿Se documentó para ello o solo fue extraer el clima de los agujeros de la memoria?

-He trabajado con la memoria de mi infancia y de mi adolescencia, puesto que yo cumplí los 18 años en 1970 y en 1966 tenía 13 o 14. Solo me he documentado en relación con el origen de la utopía urbana de Arturo Soria y la Ciudad Lineal, sobre las fechas de desaparición de los tranvías de Madrid y sobre algunos aspectos legales del referéndum que yo recordaba muy borrosamente. En todo caso, bares, calles, objetos... todo son recuerdos propios de aquel tiempo.

-Esta novela es una parcela de nuestra memoria colectiva de la dictadura, de los miedos, de las inseguridades, de lo clandestino, de los sueños de justicia, de la España provinciana, cutre, una España vacía de vida, donde el tiempo parece parado y viejo.

-Si Madrid era una ciudad todavía provinciana, que empezaba a notar el desarrollismo del penúltimo franquismo, había otra España: la de la ciudad de Sigüenza, una España que parecía detenida en el siglo XIX. Una España conservadora y asustada.

-Aunque la trama le da una pincelada de novela policiaca y, en definitiva, es donde se centra el afán de la misma. Es una novela del clima de esos años magistralmente captados.

-Creo que podría definirse, también, como una novela de atmósferas, de ambientes, de climas. Un mundo en blanco y negro en el que pese a todo, la vida funcionaba aunque fuera sin libertades. Si no, que se lo digan a nuestros padres, a la generación que vivió la posguerra, incluso la guerra...

-Toda la novela está envuelta en un halo poético y magistralmente escrita.

-Gracias por la observación y por el elogio. En todo caso, creo (eso también te ocurre a ti, sin duda, que te mueves en los dos géneros) que quien escribe poesía no puede desprenderse de esa condición cuando escribe prosa, cuando escribe narrativa.