Hermanos de alma es una auténtica sorpresa. El escritor David Diop, nacido en Senegal y residente en el sureste francés, nos ha sorprendido con su primera novela, galardonada con los importantes premios Choix o con el Goncourt España. Ha logrado en una pequeña novela ofrecer una verdadera sorpresa para el lector. No es fácil sorprenderse con tanta y tan variada literatura en el mercado; sin embargo Diop lo ha logrado y va mucho más allá al ofrecer una emoción en cada página, eso sí, de difícil digestión, no solo por la temática sino por el tratamiento que hace de ella. Para un lector del siglo XXI las peripecias, que nos pueden parecer exóticas, de unos soldados senegaleses en la Primera Guerra Mundial podrían haberse quedado en la anécdota, pero, como advertía Sófocles, la guerra es eterna. El escritor de origen africano nos relata una peripecia singular, la de dos soldados africanos que se ven reclutados de pronto y pasan de su aldea al conflicto europeo. Con tan solo esa argumentación podría haberse llevado a cabo una narración por el hecho del encuentro cultural en una situación dramática, pero va más allá con las palabras, ofreciendo una especie de documental sin filtros, por donde campa la crudeza. Nos resulta extraño que el mérito se encuentre en lo que habitualmente no aparece. No quiero decir con esto que se trate de una obra violenta, pese a las imágenes tan cargadas de crudeza que nos presenta. Lo peor no es lo físico, sino aquello que dentro de las mentes actúa como motor. Parece que se nos preguntara sobre una cuestión moral para la que no estamos preparados, de la que no podemos ofrecer una respuesta justa. ¿Cuál es el límite de lo permisible en una guerra? ¿Hasta dónde puede llegar un soldado en la ejecución de las órdenes y hasta qué punto puede tener total libertad? Es un fantástico libro para leer y debatir. Es de esos libros cuyo verdadero colofón nos pudiera llevar a un encuentro con el autor.

Somos capaces de ser testigos de un macabro ritual ofrecido como literatura. Un soldado senegalés combate en el ejército francés durante la Primera Guerra Mundial. Su mejor amigo es herido de gravedad y le pide que lo mate para evitarle el sufrimiento, pero siente que no es capaz de cumplir ese deseo hasta que finalmente muere. A partir de ese suceso comienza una venganza, adentrándose en las trincheras enemigas y matando cada noche a un soldado rival, al que inflige la pena que llevó a la muerte a su amigo. Después corta una mano de ese enemigo y se la lleva como trofeo. La operación se repite durante varias noches. No falta el horror, pero el foco se amplía y nos hace plantearnos cuestiones filosóficas más profundas como la lealtad, la traición, el liderazgo en una comunidad o su opuesto, el apartado, el apestado, el que no se integra. La piedra angular de la novela quizá reside en la muestra de un camino vital que se debate entre el determinismo fatalista y la posibilidad de que un agente externo pueda romper esa especie de destino inevitable.

La prosa de Diop y la traducción de Rubén Martín Giraldez nos ofrecen una prosa con un ritmo musical extraordinario. En el propio texto hay una reflexión sobre al asunto: «Traducir es una de las pocas actividades en las que uno está obligado a mentir sobre los detalles para contar la verdad [...]. Traducir es alejarse de la verdad de Dios, que, como todos sabemos o creemos saber, es una». Podemos imaginar la música de un mismísimo blues en este fragmento: «El barro siempre es barro. La sangre no se seca. Nuestros uniformes no secan más que al fuego. Por eso encendemos fogatas. No solamente para intentar calentarnos: sobre todo para intentar secarnos». El ritmo es de un ajuste sorprendente, a veces salmódico, de rezo, atamborado, simbólico. La carga de metáforas es precisa, ajustada para avanzar buscando la esperanza de la belleza en la tragedia.

Esa carga simbólica incluso nos resulta familiar con los peligros del monocultivo en algunas tierras, dos páginas dedicadas a una profunda reflexión sobre el cultivo en este caso de cacahuete requerido a toda una zona de África, illo tempore. Podríamos cambiar el árbol y leer con ojos cercanos este fragmento: «... lo que voy a decirte no te va gustar, pero el día que todos cultivemos cacahuetes en todos los pueblos de los alrededores, su precio bajará. Cada vez ganaremos menos dinero y hasta tú acabarás viviendo a crédito. Un tendero que no tiene más que clientes deudores se acaba convirtiendo en el deudor de sus proveedores». Ven, es una novela más allá de una despiadada guerra, como todas las guerras, justo leía ese fragmento después de atravesar la campiña cordobesa. Una gran obra.