Carlos Pardo (1975) es un escritor precoz y fuera de encasillamientos. Con 19 años apareció su primer libro de poesía: El invernadero. Entre su obra poética destacan Echado a perder y Los allanadores (2015). Como novelista ha publicado en 2011 Vida de Pablo, que inició un ciclo narrativo, continuado en 2014 con El viaje a pie de Johann Sebastian. Novelas que fueron acogidas excelentemente por la crítica. La que ha publicado actualmente, que se titula Lejos de Kakania, culmina esta trilogía en clave crítica de la novela de aprendizaje.

-¿Definiría su novela, ‘Lejos de Kakania’ como autobiográfica a secas?

-Pues sí, a secas: novela y autobiografía. Las dos cosas a la vez. Si estudiamos la evolución de estos dos géneros, se ve que toma tantos préstamos la novela de la autobiografía (de la picaresca a la novela de formación) como nuestras propias vidas de las novelas que leemos (cuando le damos sentido a nuestras experiencias). Es bastante sencillo y a la vez algo paradójico.

-Dice una frase en su novela que da claves sobre el estado anímico del narrador: «Y siempre puedes inventarte una rutina, para hacerlo más llevadero» ¿El qué?

-Los protagonistas se encuentran en ese momento de sus vidas en que la realidad es mucho más decepcionante que las posibilidades que existen en sus cabecitas. Se puede decir que son jóvenes o que están deprimidos o que no tienen trabajo o que son célibes o que sus vidas son una mierda. Pero es una experiencia universal, tengamos la edad que tengamos, con trabajo o sin trabajo.

-¿La dispersión de su escritura, la enriquece u oscurece? De todas formas la hace muy original y auténtica.

-El sambenito de la dispersión me acompaña desde mis primeros libros de poemas: que si abuso de la digresión, que si mezclo tonos... La verdad es que esa es mi forma de escribir, la que me divierte como escritor y como lector. La que no se limita a una sola perspectiva, sino que mezcla varias. Me sale de manera natural e intento que parezca más natural aún. Casi como si no fuera literatura.

-Uno de los temas que le interesa en el libro, más que llegar a perfilar la poesía actual, aunque trate de ello, es el mundillo que la rodea: rencores, envidias, tedio, sobrevaloración de poetas, etc.

-El mundillo de los poetas actuales tiene poco interés en sí. En cambio, la envidia, los rencores y el tedio son materiales de primera para un escritor. Se vivan en el ámbito que sea: envidias entre plateros, rencores de los dueños de bares, tedio de directores de cajas de ahorros...

-En esta novela parece que quiere dar a conocer el contexto social y el entorno de su generación con sus transgresiones.

-Supongo que más que un propósito es la decantación sociológica de cualquier vida. Al narrar nuestra intimidad, contamos también nuestro tiempo. Por eso me gusta tanto esa definición de Annie Ernaux de sus libros: autosociobiografía. Interesa menos el retrato narcisista que la crónica de «un problema que tiene mi edad», que diría Hermann Broch.

-Entiendo que no es gratis utilizar su vida como material narrativo. ¿Alguna pretensión?

-La pretensión es alcanzar la franqueza. Una franqueza que rompa ciertos pudores que limitan nuestra experiencia, que la falsean y nos hacen infelices. Es lo que me gusta de los autores que admiro: Proust, Naipaul, Duras, la citada Ernaux... No sale gratis, claro, porque pone en juego nuestra propia vida (la mediocridad de mi propia vida, lo que la hace común y universal). Además, uno es responsable de cómo caiga esta bomba dentro de su círculo de amistades, su familia, su pareja... Y de la exposición de uno mismo en sus facetas menos atractivas. Una autobiografía es lo contrario de una story de Instagram. En una buena autobiografía uno no puede posar de guapo, listo o sensible. Tampoco es un currículum.

-Habla mucho de esta «generación» por venir, pero al hablar de generación ya tendría algunas claves sobre la misma. ¿Me puede decir algunas?

-El hecho de que la llame «por venir» ya implica una ironía. «Te llaman porvenir porque no vienes nunca», decía Ángel González. Esa generación sólo existía en las mentes trastornadas de los poetas que se querían promocionar en grupo.

-Alguien dijo que su poesía se define como ultranormalismo poético, disfrazado de nobles intenciones filosóficas. ¿Está de acuerdo con este sello un poco enrevesado?

-Creo que quien lo dijo me estaba insultando, pero dio en el clavo. Me reconozco en eso de ultranormalismo. Y ojalá fuera incluso más normal. Mi poesía es una especie de «metafísica de bolsillo», por tomarle prestado el título a un poeta italiano. Metafísica con muchos chistes.

-La novela se mueve entre Granada, Córdoba y Madrid, principalmente, y un tiempo de juventud desorganizada en lo existencial, que casi llega a reglarse por el «pastilleo» y los altibajos anímicos. Pero es una novela de la amistad en todas sus facetas.

-Córdoba vuelve a tener un papel principal... como en Vida de Pablo. Y, sí, es una novela sobre la amistad. Además, pretendo que sea honesta, que se reconozcan esos matices que a veces no queremos mostrar, pero que son la chicha del asunto: los celos, envidias, sublimaciones... La invención de una lengua común que sólo los amigos entienden. La imposible salvación que supone construirse en los ojos de otro. Es sorprendente que haya tan pocas novelas sobre una amistad masculina sin sexo (pero con amor, porque la amistad es una forma de amor, a veces retorcida), novelas en las que los dos amigos se coloquen a la misma altura. O se escriben desde la venganza o desde la admiración acrítica. En cambio, hay muy buenas novelas sobre la amistad escritas por mujeres.

-Leyendo su novela una capta, que se sacrifica lo intelectual hasta cierto punto, por crear un estilo «made in» Carlos Pardo.

-Bueno, yo creo que cuando dices «lo intelectual» te refieres más bien a «lo alto». También hay intelectualidad en las inmundicias y lo bajuno. A Diógenes, el cínico, lo estigmatizaban por frecuentar los bajos fondos. Y él respondía: también el sol entra en las letrinas sin mancharse.

-¿Qué pretende con ese -casi al final de la novela- «libro de poemas»?

-Bueno, no es un libro de poemas, sino un largo capítulo en verso que funciona, de un modo paródico, como una pequeña novela dentro de la novela. Una «anamorfosis» que obliga a replantearse la veracidad testimonial del propio artefacto literario. Anamorfosis: esas calaveras deformadas de algunos cuadros barrocos, que uno debe ver con un espejo inclinado. Memento mori... Además, el largo poema me permite inventar una voz distinta, ya no en primera persona, que trate a los dos protagonistas de la novela como peleles, monigotes. Ese artificio, que para mí es la parte más divertida de la novela, tiene más verdad que los capítulos supuestamente testimoniales. Lo que pasa es que es una verdad de estilo, literaria.

-Para terminar decir que la novela es vertical o con muchas capas: trabajos, relaciones amorosas, amistades, drogas, tedio, trifulcas, grandes ideas… En realidad parece que estamos ya en Kakania, pues el título es connotativo, ¿no?

-Quizá el meollo de la novela sea la idea de falsificación, de cómo nos construimos con mentiras, buenas o malas, familiares, amistosas y culturales. La Kakania del título es el Imperio Austrohúngaro al que viajan los dos protagonistas en ese capítulo en verso. Allí descubren que toda su idea de la alta cultura (de los compositores que silban, de los libros publicados cien años antes) sólo existe en su cabeza. Son los años noventa. Y la realidad que visitan son vulgares ciudades con McDonalds y jóvenes en celo. A veces, prefieren quedarse en sus cuartos de hotel a leer El Danubio de Magris. Entonces se dan cuenta de que sus proyecciones culturales son la primera falsificación. Y que cuando vuelvan a su país tienen que buscarse un trabajo y obligarse a follar. Chimpún.