‘Los bulevares de invierno’. Autor: Pedro García Cueto. Edita: Atlantis. Madrid, 2019.

Novela de catorce capítulos que comienza cuando, en el primero, Julio y Laura están en París y viven «lejos ya de aquellos años de la Guerra Civil», aunque ahora amenazados por la nueva contienda que ensombrece el horizonte de 1940 con la presión belicista de Hitler. En su retiro, Julio está escribiendo la historia de Sofía, una joven y bella parisina de otra época («historia de amor y de violencia en los años de la Revolución francesa»), y sigue cultivando la amistad de Gabriel, personaje a su vez del contexto sociopolítico de su vida que ya describió en La primavera de nuestro desencanto (2018), la primera novela de Pedro García Cueto a la que con frecuencia remite esta segunda por ser su continuación argumental, ya que al decir de Julio «todo volvía a mí, los recuerdos me abrumaban». Por añadidura, también en esta otra historia habrá «mucho dolor y mucho amor».

En la novela, Julio y Laura, al igual que otros españoles, muchos de ellos escritores, y sobre todo los judíos, empiezan a sufrir claramente desde el cuarto capítulo el terror nazi en territorio francés, cuando «dormir bien se convirtió en una aventura, a media noche nos desesperaban los ruidos o el alboroto de las redadas». Y Julio, que narra en primera persona, va pasando de una estación a otra («Llegó el otoño en París... Éramos felices, yo tenía que resolver lo de la novela...»), va anotando los detalles de la ocupación francesa (pues «Hitler seguía con sus delirios de grandeza»), rememorando la España de principios de los 40 (mis padres «ahora vivirían en una España de carencias, sin mi presencia»), y además temiendo el aumento de la inseguridad y el terror. Es ese clima enrarecido ante la opresión nazi el que obliga a Julio y Laura a trasladarse a Vichy, en donde se cobijaba una resistencia encubierta al alarmante predominio alemán. En ese ambiente que recuerda a tantos españoles en Francia, que admira su cultura artística y literaria y que sigue considerando a la literatura como fuente de vida, Julio y Laura son padres de una niña, Amanda, que llenará de emoción su matrimonio, «porque la piel siempre era un tapiz para ir tejiendo los afectos entre los dos», a pesar también de la confesión de que «la vida siempre nos ponía obstáculos a la felicidad». Evidentemente, un quiebro en la acción lo representa el momento en que, en 1942, Julio desea convertirse en «el hombre de acción que quería ayudar a un amigo» y así, con la intención de olvidar su pasado, «dejar de ser el hombre oscuro que se ocultaba siempre». A la altura ya del capítulo XIII, cuando los tiempos oscuros del París («Son tiempos oscuros, querido amigo»; «Tú eres escritor, escribe, cuenta lo que ha pasado»), en el 1943, daban coletazos de rabia, tortura y muerte, la esperanza es lo único que se mantiene arrogante; y una vez que llegamos al último capítulo esta parecía una explosión feliz en 1944, «cuando los americanos ya desembarcaron en Normandía, engañando a los alemanes» y era verdaderamente una alegría emociónate «ver a tanta gente luchando por la libertad». Así pues, desde 1940 a 1945, con el fondo aterrador e inhóspito de ese ambiente bélico que infligía dolor y masacre, es Julio quien, en nombre del autor García Cueto, «ha logrado transmitir la emoción de un mundo donde solo vive el amor como defensa ante tanta ignominia». Ese es el objetivo de esta y la anterior novela de García Cueto, deslindar «un futuro que nos esperaba y que nos llenaba de ilusión».