Zaragozano, poeta y escritor. Premio Imán 2018 de la Asociación Aragonesa de escritores a toda su obra literaria. Premio Búho 2019 de la Asociación Aragonesa de Amigos del Libro a su obra y actividad literaria y periodística en el campo literario y de crítica musical. Tiene publicados hasta la fecha una veintena de poemarios individuales, diversos premios, colaboraciones en más de treinta poemarios colectivos y en numerosas revistas literarias, antologías y grabaciones discográficas.

-Dice en el breve prólogo de este poemario, ‘Reflejos en un espejo roto’, que éste se trata de un viaje del alma, de un recorrido vital. ¿Podría concretar acerca de los pilares sobre los que se asienta ese viaje o recorrido?

-Como en todo viaje siempre hay una motivación y una meta; igual pasa con el recorrido anímico vital. Nos planteamos una meta en la juventud y, generalmente, dedicamos a alcanzarla todos nuestros esfuerzos y nuestra ilusión. Son los pilares del trayecto. Después, con los años, tal vez nos vemos obligados a redefinir a la baja los objetivos y los esfuerzos.

-En el primer poema está presente el desamor: «Perdido en el vacío/sentí que ya jamás reirían los ayeres»,,, «silencioso e implacable/se derramó en mi alma/el hielo que salía de tus ojos». Un inicio doloroso. ¿Es una de las claves del libro el desamor?

-La clave del libro es el amor o su contrario, el desamor, que provoca sentimientos de pérdida y desolación y lógicamente crea un vacío doloroso y triste. Cuando falla el amor, surge la sensación de abandono.

-Está este libro dividido en diez partes: Nostalgia, Desamor, Olvido, Soledad, Silencio, Incertidumbre, Desolación, Escepticismo, Esperanza y Final. Parece que el camino no termina mal. La esperanza ¿es un renacer, un brote al final del camino?

-Las circunstancias de la vida, sus batallas cotidianas y, sobre todo, las del amor van dejando heridas que, con el adecuado esfuerzo por seguir el camino hacia una meta, van cicatrizando. En ese momento, la esperanza de algo mejor es el arma más eficaz para la resistencia y superación de la situación provocada por la desafección.

-En la tercera parte del libro se hace hincapié en el olvido, pero en realidad no es olvido sino es recuerdo del olvido en que vive el yo poético, un recuerdo doloroso: «Todo el día es ocaso/y las horas finales/borran la postrer huella del recuerdo».

-Nos dice José Ángel Valente que la experiencia de crear un poema no comienza con el texto, sino antes de su escritura exterior. En ese sentido este olvido en el que vive el yo poético es un reflejo más de ese espejo roto que nos ofrece multiplicadas imágenes -recordadas, pretéritas-, que poco a poco el transcurso de los días (sendero del olvido incidental o curva del olvido, descrita por Ebbinghaus) irá borrando de la memoria.

-En realidad, la clave del libro está en la portada: una piruleta rota en forma de corazón. Sin embargo es una clave que se puede interpretar como la piruleta rota de los sueños de niño que se trasladan al corazón roto del hombre. En definitiva, es un mensaje que confunde tiempos: uno que real y otro que es simbólico. ¿Cuál es cuál?

-Ciertamente. Esas imágenes de la cubierta sintetizan a la perfección lo que supone el regalo de un sueño, la inicial perfección de la forma y su posterior destrucción de manera violenta. También puede interpretarse de forma más general: la meta vital inicial, rota por la realidad del carrusel de la vida. El antes y después de los sueños...

-Es un libro desgarrador, de entraña, un libro con la vida abierta en canal. Cuando vocea la soledad lo hace a cuerpo desnudo sin tapujos ni retórica: «Vacío y soledad se dan la mano/y esa gota persiste.Ya son miles/que horadan con dolor hasta los huesos». Y otro pequeño fragmento. Estremecedor: «Qué sensación extraña, ni una luz;/solo mis faros, el desierto enfrente».

-Creo en la poesía sin excesivas vestiduras retóricas: verdadera, desnuda, austera. Creo en la poesía como expresión, mediante lenguaje poético, de una serie de sentimientos y basada, siempre a mi modo de entender, en varios factores: inteligibilidad, belleza en la expresión y emoción. Ha de llegar al lector-intérprete llevándole a reflexionar y sentir con su lectura.

-A veces se rompe la poesía del dolor del yo y surge el dolor de otros, aunque también del nosotros: «...El dolor y la guerra/los celos y la muerte/prostitución y niños, hambre y miedo./Estas palabras son como cuchillos...».

-El amor, la amistad, la afinidad entre los humanos creo que son sentimientos de validez universal, potentes, y el poeta los aplica inevitablemente de manera explícita o implícita. Salen del «yo» al «nosotros» generosamente, como un manantial inagotable y necesario. Como dice Amado Nervo: «Ama como puedas,/ama a quien puedas,/ama todo lo que puedas./No te preocupes de la finalidad de tu amor». Así nos afectan y nos unen estos sentimiento con nuestros semejantes que aman. O que sufren.

-La vida no tiene un catálogo es caótica llena de incertidumbre, eso crea angustia y dudas. Por eso se dice: «Ya es tarde para huir: la incertidumbre existe y es certera». El hombre no tiene un asidero en la vida, cae en tromba en el vacío. Quizá agazapado también en el libro esté presente el desasosiego existencial. ¿Puede ser?

-El libro de la vida no está escrito: lo escribimos día a día y no sabemos cuál será el contenido de la página siguiente. De ahí la incertidumbre (que a veces se transforma en desasosiego existencial o, llamándolo simple y llanamente, en ansiedad o incluso angustia) por saber y conocer cuál será el contenido de esa página.

-No se puede alargar infinitamente nada, ni el espectro del dolor en el camino de la vida. Por eso se cae en el escepticismo: «Ando con pies manchados por el polvo/pegado cual ceniza del destino./Es ya llegado el tiempo del regreso...».

-La duda y la incredulidad van creciendo conforme se acerca el «tiempo del regreso» y tendemos a consolarnos -o no- con ciertas «medidas terapéuticas» a las que se aferra más de la mitad de la humanidad. Pero ya decía Goethe: «El niño es realista, el joven, idealista, el hombre escéptico y el viejo, místico». Pero no todos...

-Parece que la esperanza es falsa, amarga... y hacia el final del sufrimiento, «cuando me vaya no cambiará nada,/saldrá de nuevo el sol,/el mundo dará vueltas como siempre.../No me recordaréis o tal vez sí, /más poco y en silencio».

-No, no es falsa y amarga esa esperanza, sino llena de serenidad y también realista, pues es la realidad la que nos dice que el olvido es muy frecuente y, salvo notables excepciones, se instala pronto en quienes nos sobreviven. Por ello pienso que lo que verdaderamente importa es caminar esperanzado y «ligero de equipaje»; sembrar amistad y generosidad entre los que están próximos y, cuando nos pidan «el billete de vuelta», dejar el mejor recuerdo posible entre quienes nos acompañaron en ese viaje, apasionante a fin de cuentas, que es nuestra vida...