Anota Campos Reina en su ‘Diario del Renacimiento’: «¡Qué casualidad que la fama de la obra se inicie siempre con la muerte del autor», y haciendo extensible este hecho a muchos escritores, concreta: «Su dolor es mi dolor, ¡porque todos los que de algún modo hemos atravesado un infierno somos hermanos en la adversidad!». En vida el género principal que cultivó -pero no el único- fue la novela, aunque una vez que concluyó sus dos ciclos narrativos esenciales, que son ‘Trilogía del Renacimiento’ y ‘La cabeza de Orfeo’, quiso centrarse en su «presente inmediato, cuya otra cara será la poesía y la prosa poética». Pero de esa poesía, que con tanto mimo escribió y con tanto celo guardó, solo publicó en vida diecinueve poemas, los mismos que -con otros numerosos textos- ven la luz como póstumos en este volumen titulado ‘Poesía completa’, que el autor ya tenía compilada en cinco secciones rotuladas como «Seppuku», «El quinto jinete», «Visiones de las Quebradas», «El viajero» y «Las noches de Li Bao»; en total, un libro que aglutina -obviando ahora los apartados de cada sección- setenta y cinco textos con la particularidad de que las tres últimas citadas adoptan la forma de prosa poética.

Como su narrativa o su ensayo, la intensidad lírica es marchamo de los textos poéticos, en los cuales, de modo general, pueden advertirse muchos paralelismos con menciones del ‘Diario’ o con asuntos de este. Precisamente los primeros versos son una reflexión sobre las librerías y los libros: «Quién comprará en esas librerías/semiocultas por humos ciudadanos,/parados de autobús,/qué lejana esperanza comprará». Y enseguida una referencia a su salud tan mancillada pero a la vez tan creativa: «En mi cuarto de enfermo las observo/la pluma en el papel rasgando leve/el viento neblinoso de mi vida». Estamos en la primera sección de «Seppuku», «Parques cerrados», de donde proviene el título general de este estuche póstumo».

El arte (aquí queda, por ejemplo, el poema «De lirios»), el amor como constante (así, «odiosa Sidoníe/lúgubre rosa serpentina/rastrojo de los campos: amor mío»; o «en las cortadas rosas de tus labios/donde el olvido tiembla»), las frecuentes ráfagas de sensualidad («en los columpios lívidos/alzados de tu vientre/a una nube fugaz»), el atractivo de parques y jardines, que entre otras sensaciones le lleva a sentirse «Ser entre jacarandas,/prolongado en sus ramas y sentir/brotar la flor,/mecido por la brisa»; e igualmente su fijación por ciudades y espacios de Oriente (recuérdese su ‘De Camus a Kioto’), aludiendo a ciudades como Ceilán o a jardines de la India, o el mismo título «Seppuku» y otros. Todo ello son preocupaciones líricas del poeta que tantas referencias personales acumula en estas páginas, como se entrevé en el poema «Biografía»: «Fuma el lector su pipa/hasta llegar al índice./Luego apaga su lámpara,/la pipa, cierra el libro/y la estancia sumida en sombra queda».

Leer sus poemas equivale, en ocasiones, a toparte con la emoción de sus viajes («un clarinete vuela en la piazza/mientras las palomas desveladas/guardan el palacio de los Dogos»), con el ensimismamiento de su mirada («en tu pupila azul/un azul veneciano/un azul de septiembre»), a veces también con paralelismos biográficos entre el ‘Diario’ y la poesía (véase, como clara muestra, el poema «Centenario de la visita de Proust al monasterio armenio de la isla de san Lázaro»). Esto último es francamente observable en los poemas de «Intermezzo» de la sección de «El quinto jinete». Al fin, y tras algún poema en disposición experimental-visual (como «Ciudad Vertical [II]») surge la prosa poética, condensada, sensual y plenamente descriptiva de «Visiones de las Quebradas», tan unidas al íntimo paisaje de Puente Genil -«Ambos pinos los plantó mi abuelo materno el día que nací»-, de «El viajero» -«sus ojos me dijeron: ‘Te esperan en Córdoba. No te demores’»-, e igualmente en «Las noches de Li Bao». Pero dejemos, dejemos a Juan que se despida con el deseo que solo el lector puede cumplimentar: «Y veo por un instante flotar mi vida, apenas una pavesa al viento, reflejada en las páginas de un libro. A la espera de alguien que la reviva en su pecho, en un latido».