‘La subasta.

Casi una novela’. Autor: Rafael Borràs. Editorial: Berenice. Córdoba, 2019.

Quienes hemos dedicado parte de nuestra investigación a la Segunda República y la Guerra Civil siempre hemos tenido una referencia en la colección de memorias Espejo de España, que dirigiera Rafael Borràs desde la editorial Planeta. Tal género no acaparaba mucho interés por parte de los protagonistas salvo esos dos momentos del siglo XX que sufrieron convulsión, uno en forma de guerra y otro como cambio de régimen. Los protagonistas tuvieron la oportunidad de (auto)justificar(se). Lo curioso del caso es que el propio editor sucumbió a lo que proponía para los demás como protagonistas de un contexto singular y se enfrascó en varias obras de carácter abiertamente memorialístico: La batalla de Waterloo (1951-1973), La guerra de los planetas o La razón frente al azar: memorias de un editor. Aunque Javier Pradera advirtiera que en las memorias donde Borrás defiende su legado: «Las conclusiones sacadas por el Borrás-ciudadano de la lectura de esa rica bibliografía, sin embargo, ocupan seguramente demasiadas páginas, altamente discutibles además, del grueso volumen».

Por la escena se presentan personas/personajes que provienen de otras obras, a su vez, como Martín Martí, Martí Martín, Tom Burns marañón o Flo, presentes en Cuando tú ya estés muerto. Estos se unen a otros ficticios o supuestamente creados con tal presencia puesto que la referencia real se encuentra tras ligeros guiños. En otros casos los personajes utilizados son remedos reales con nombre y apellido. Entre los solapados casi todos podemos reconocer una gran señora de la edición a la que se recomienda más leer y menos fardear, ya saben la literatura y la vida literaria con sus variantes. Entre los segundos un gran momento hilarante que recorre apenas unas dos páginas evocando al hispanista Ian Gibson: «Gibson ha publicado veinte obras sobre Lorca -¿o son cuarenta?-… ninguna debe bajar de las mil páginas».

Pero vayamos al gran asunto transversal: en la Feria del Libro de Frankfurt 1982, la mencionada agente literaria por antonomasia, cuyo nombre no se menciona nunca, insistimos, ha anunciado la subasta de las memorias aprócrifas del general Franco, cuya autoría no ha sido revelada. ¿Quién será el autor? ¿Paul Preston?, ¿José Luis de Vilallonga? Ficción sobre la ficción.

El género permite, por un lado, como apuntábamos, la justificación de hechos sucedidos en el pasado y la oportunidad de arremeter contra quienes en ese espacio-tiempo se indispusieron contra el narrador o le importunaron en exceso. Cumplidas tales premisas las memorias resultan un documento grato para mirar hacia atrás si se sabe discernir ajustes de realidades.

Con la última obra de Borràs encontramos un suceso que parece evitar todo lo anterior desde el propio título: La subasta. Casi una novela. Al lector no se le ofrece la posibilidad de crear el pacto de Philippe Lejeune, en el que se declara que autor y protagonista coincide. Sin embargo, cuando el texto -es nuestro caso- resulta que no es leído ni como autobiografía ni tampoco como novela, aparece como un juego de ambigüedad pirandeliana, un simple juego, un divertimento. Como señala el francés: «un juego al que no se juega con intenciones serias». Y así debemos entender la divertida y además salpimentada creación que nos ocupa. El propio autor juega con reflexiones sobre las fronteras genéricas «ignoro si no estaré reescribiendo una novela que ya fue escrita hace muchos años». O esta otra cita de James Salter que ocupa dos espacios distintos en el libro: «Llega un día en que adviertes que todo es un sueño, que solo las cosas conservadas por escrito tiene alguna posibilidad de ser reales». No obstante, tiene la capacidad el autor de relativizar todo lo profunda que pudiera parecer la intención y uno de los personajes protagonistas declara ser solo eso «personajes candidatos a protagonistas de un culebrón televisivo».

Los lectores hispanos somos dados al cotilleo literario, de qué si no la rivalidad creativa y a la vez lesiva de un Lope, un Quevedo o un Góngora, que nos entusiasma. En tal caso, imaginen que le damos voz al editor para que nos narre entre bambalinas todo aquello que no está escrito. El visilleo literario tiene su público, como lo tiene el clásico.

Siempre es interesante unirse a una pandilla de escritores, editores y otros protagonistas del mundillo literario y pasearte una semana por la feria de Franckfort de 1982. El lector se convierte en uno más de los que recorren las alfombras de los hoteles, los cócteles, las presentaciones, las charlas, los corrillos despellejadores, el corro de mariachis peloteadores y todo ello sin salir de casa. Con apuntes en plena tertulia dialógica, ahora tan en boga, de políticos, medradores, acechadores, periodistas y es figura tan elevada y denostada el editor. Han visto ustedes cuando un escritor pronuncia un simple sintagma nominal para engolarse: «mi editor».

La gradación de quien lo pronuncia con más afectación corresponde a quien menos relevancia ostenta en el mundo editorial. Otro personaje relevante que nos acompaña en esa creación casi bíblica de seis días y el domingo se descansa reside en la figura del agente literario, en este caso la agente. Otra casi novela daría para la relación casi en exclusiva de editor y agentes. Esta lectura permite que aquellos que gustan de la vida y de la literatura pero no de la vida literaria tengan una oportunidad de ser invitados a lo largo de varios centenares de páginas a ser voyeur de tales mundanos paisajes.