‘A ojo de buen diablo (Poesía completa 1972-2018)’. 2 volúmenes. Autor: Dante Medina. Editorial:

Amargord. Madrid, 2019.

Dante Medina acaba de publicar A ojo de buen diablo (Poesía completa 1972-2018), y seguramente lleve razón Antonio Orihuela cuando dice que este gran poeta mexicano posee una inigualable capacidad creativa, travestismo lingüístico y una gran habilidad para pasar de un género a otro. Pero hay más, se trata de un poeta raro, productivo, rico, inagotable, siempre inspirado y ocurre que la inspiración lo pilla constantemente trabajando. Me encanta su acento francés (lo de francés es un frenillo que lo acompaña desde su nacimiento y él se ríe de sí mismo en las presentaciones de sus libros). También apunta Orihuela, pero con otras palabras, que Dante posee dotes camaleónicas -en el sentido positivo de la imagen- para adoptar ocasionalmente métricas, ritmos, rimas y cualquier figura literaria al uso, lo que lo hace un maestro indiscutible de la dominación de la estética lírica en sus diferentes aspectos. Si sabe más el diablo por viejo que por diablo, aquí se cumple a pie juntillas, pero su espíritu sigue siendo joven, de enamorado de 25 años, que escribe con su experiencia forjada por la madurez que le dio la vida. Lo mismo construye sonetos, epigramas, epístolas, haikús que poemas visuales. Es -sigo a Orihuela pero interpretándolo- una de las pocas voces mexicanas con tanta capacidad polifónica. Los textos de Dante Medina son asombrosos y se le descubre a cada poema, a cada verso, y esas líneas llenas de belleza, que pueden parecer caóticas cuando él las lee en público, las escribe con una perfección matemática. Dante -también lo dice Dolores Álvarez- es un mago con chistera que juega con muñecas rusas y extrae una y otra y otra y otra y parecen no acabarse nunca. Esa es la grandeza de su poesía, la magia de sus versos sencillos y complejos a la vez. De lo más hondo de sí mismo, saca todo lo que un gran poeta puede extraer y lo muestra poliédricamente para que cada lector lo haga suyo, lo sienta como expresión propia. Esto, ni más ni menos, es a lo más alto que puede llegar un artista. El propio Medina confiesa que la materia de la poesía es el tiempo y en su obra completa no muestra ningún tipo de miedo cuando lo exhibe todo: lo que escribió durante nada menos que 46 años. Y ha tenido la valentía de no autocensurarse, de no corregirse, como dando un mensaje a los lectores en estas más de 800 páginas espléndidamente ordenadas por una especie de musa y estudiosa llamada Sandra Ruiz Llamas. La ilustración de portada -genial y simbólica- es de Rocío Coffeen, que posee una mano artística genial.

No faltan las palabras de aliento y de estudio, como las del citado Antonio Orihuela, las del poeta e investigador Jorge Souza, las de la «diablesa» Dolores Álvarez o epígrafes certeros de Adalberto Navarro Sánchez o José Ruiz de Torres, extraídos posiblemente de antiguas publicaciones.

Siempre hay calidad y frescura: desde Maneras de describir a Ana, poemario de una gran vitalidad, El agua, la luna, la Montaña y los puentes o Paisaje de amor recíproco, La muy fea hasta su famoso Elogio de los mosquitos, donde la ironía lo acompaña y contagia a sus lectores con una risa incontenible, o Todos los ausentes buscan un espejo», que vuelve con la juventud y el amor de la mano y escribe: «Mi amada no es un milagro/es una cosa viva/tiene veinte años y camina/como si Dios estuviera inventando/la poesía».

Dante Medina es un personaje fuera de lo normal, un poeta único, uno de los escritores mexicanos más auténticos que conozco. Él rompe todos los moldes, atraviesa todos los paisajes y saca de cada uno de ellos el poema más singular.

Posee el encanto de hombre que siempre fue poeta y la poesía lo inunda, los transforma, lo engrandece, y él la utiliza siempre para dialogar consigo mismo y con el tiempo, con ese tiempo trascendido al que se refería Antonio Machado, pero con la voz inconfundible de un mexicano enamorado de España, de Francia, de Europa en general y de toda Hispanoamérica.