‘El intruso honorífico’. Autor: Felipe Benítez Reyes. Edita: Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2019.

El logro mayor de la gran literatura no consiste en crear libros que sirven para entretener (el mercado está saturado de best sellers que no aportan nada al mundo literario), sino, más bien al contrario, en concebir obras que al salir a la luz deslumbran a quien se adentra en ellas por el resplandor ético y estético que halla el lector dentro de sus páginas. La literatura seria, con mayúsculas, es aquella que queda en el tiempo, en la memoria y en los asombrados ojos del lector que tuvo la suerte en su día de disfrutarla. Los libros del escritor que nos ocupa, el autor roteño Felipe Benítez Reyes, suelen gozar de ese hondo resplandor que destilan las grandes obras literarias. Quienes hemos leído su obra poética y prosística desde su primer título entendemos que es así. Todos sus poemarios, sus relatos y sus novelas destacan por la belleza y el rigor de carácter formal y estético con que fueron escritos. No obstante, en su libro de prosa más reciente, El intruso honorífico, ese noble fulgor de calidad poética y vigorosísima creatividad literaria se hace aún más patente y visible, más esencializado.

Se puede decir que a la hora de escribir esta especie de diccionario enciclopédico repleto de nombres e ideas centelleantes, su autor se encontró en estado de gracia permanente. Y eso uno lo aprecia ya en las primeras páginas del libro, cuando al abrirlo al azar por cualquier sitio te encuentras con esta curiosa definición de «Capitalismo: sistema que no responde tanto a una lógica económica -y mucho menos a una lógica moral- como a un lema interjectivo: ¡Sálvese quien pueda!», o, al poco, tropiezas con esta espléndida definición de «Galimatías: pato mareado en el laberinto de la sintaxis que se mete imprudentemente en la boca de una naranja» (pág. 124). Al estilo de estas definiciones, el autor va creando una enramada sustanciosa, humorística a veces, y en ocasiones casi tierna, incluso bañada de melancolía («gomas: …había gomas de borrar muy aromáticas. La goma suelta raspas verdes, amarillas, blancas, de tonos tristes, y la mano las borra del papel. Y el niño sopla. Y todo el pasado huele de repente a lo que huelen las gomas de borrar»), pero en todo momento el entramado narrativo aparece elaborado en su conjunto por un tono sutil, creativo, chispeante, tornasolado por ese brillo armónico que tiñe los campos del amanecer convirtiendo en oro las ramas de los chopos y la espesura gris de los zarzales. Nada sobra ni falta en este hermoso diccionario en el que uno se adentra como si lo hiciera en una selva o en un bosque sagrado con el cielo ajedreceado por vuelos de pájaro y líneas de arco iris, pues, a cada instante, detrás de cada punto y seguido o aparte, después de cada coma, uno encuentra un hallazgo brillante y sorprendente, como, por ejemplo, cuando llegamos a «nenúfar: especie de lechuga flotante que aparece, como quien no quiere la cosa, en algunos escritos modernistas» (pág. 189) o alcanzamos el concepto de «rima asonante: esas vocales huérfanas que flotan por la galaxia acústica del poema, abandonadas por las consonantes…» (pág. 256). Todo el libro, en fin, está repleto de fulgores, de luminosos hallazgos literarios, de conceptos genuinos y definiciones sorprendentes. En algunos momentos, cuando más nos recreamos en esas definiciones hermosas e inéditas que ensanchan la anchura poética del libro, sentimos que estamos leyendo al mejor Borges por la textura elegante del lenguaje que Benítez Reyes emplea en cada frase, en cada fragmento de texto que cincela con la morosidad de un sabio orfebre y la magia intuitiva de un alquimista en éxtasis. El escritor de Rota va mostrándonos una grata panoplia de hechizos y milagros, de pirotecnias verbales que subliman los significados de cualquier vocablo humilde que aparece en la obra, como cuando define la palabra cisne diciendo que es «la S modernista que flota por un lago alejandrino, cabizbaja» (pág. 66). Imaginación, poesía, ternura, melancolía (cuando nos describe los cines de la infancia), sutilísimo humor (así define a Césare Pavese: «escritor italiano que tenía cierto parecido físico con Franco Battiato» (pág. 220), dan forma y sentido a esta obra magistral, «El intruso honorífico», un libro imprescindible, lleno de resplandores y milagros, que nos reconcilia con la gran literatura, esa tan difícil de hallar y disfrutar en los tiempos que corren, tan dados a lo vulgar, a lo plano y patético, en la prosa y la poesía.