José de Miguel fue tan del Grupo Cántico como lo fue Vicente Núñez o Mario López. Siempre se han querido establecer categorías. La crítica suele actuar con crueldad, pero al final se hizo justicia. Si en un momento determinado -y no voy a citar nombres para no herir los egos- se estableció un núcleo inicial de Cántico con Pablo García Baena, a la cabeza, y Ricardo Molina, al que se le añadió un poeta menor como Juan Bernier -persona entrañable que trabajó hasta su fallecimiento por la cultura cordobesa pero como poeta nunca levantó el vuelo necesario-, a Julio Aumente -un poeta discreto, elegante, soñador, aristocrático de formas y necesario en el tablero de las estéticas sofisticadas-, y se añadió, para darle solidez al grupo, a Mario López, gran persona, excelente amigo, pero que tampoco estaba a la altura de los dos primeros a pesar de ser un grandísimo poeta. De una u otra forma se creó ese mágico grupo de la revista más interesante y de calidad de la segunda mitad del siglo XX. Cántico fueron todos: Ricardo Molina, Pablo García Baena, Julio Aumente, Juan Bernier, Mario López, Vicente Núñez y José de Miguel, sin que se olviden los artistas plásticos Ginés Liébana -aún vivo y creativo, según sé desde Jalisco- y Miguel del Moral. Ese grupo es un todo y ahora que las jóvenes generaciones los estudien y digan quién era más y quién menos. Lo cierto es que Pepito de Miguel, que se reía de la seriedad de sus amigos, siempre escribía sonetos perfectos y poemas. Él publica aquí y allí, aunque no le hicieran caso en las editoriales del régimen democrático. Él se reía de la poesía oficial y escribía sin cesar con una calidad sorprendente.

Aunque la prensa diga que Pepe de Miguel ha fallecido eso no es cierto, sus versos están ahí y lo desmienten. Quizás ha pasado a otra dimensión de la existencia, pero es imposible que un poeta así fallezca. De modo que vigilen en las tardes por las calles de Córdoba y véanlo cargados sus tobillos de plomo para hacer ejercicio pesado y para no fatigar a su corazón de 97 años. Era un genio y tenía gracia, chiste, frescura y se reía hasta de sí mismo.

En definitiva, representó siempre a esos artistas de una calidad extraordinaria que por no figurar en el momento justo desaparecieron de la foto. Pero estamos ante un poeta culto, barroco en la forma y en el fondo que pertenece a eso que se llamó segunda generación de Cántico. A Vicente Núñez lo recuperaron y lo introdujeron en el grupo, pero a José de Miguel no, porque comenzó a publicar en los años 80, cuando sus coetáneos lo hicieron en los años cincuenta. Publicó más de una decena de libros y es sorprendente observar en sus versos tan vasta cultura que cinceló su obra poética. En sus libros está la romana y arábigoandaluza, pero también se observa el influjo de Garcilaso, Góngora, Fray Luis de León, Quevedo, Bécquer, Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Rubén Darío, Manuel Machado, Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y hasta Ricardo Molina y Juan Bernier. Decía Aquilino Duque que «estamos ante un poeta rico en recursos y en registros, que toca todos los palos y ejecuta todas las suertes y no hay gran tema que le sea extraño».

José de Miguel Rivas nació en Córdoba en 1922 y ha muerto en junio de 2019 (¡qué poquito le faltó para cumplir el siglo!). Estuvo estrechamente ligado al Grupo Cántico tanto por estética y calidad como por amistad con los componentes del colectivo. Ha publicado libros como A orillas de la vida (1983), Autumnalia (1984), Pentacordio (1986), Lagar de Dionysos (1988), Sonetos de amante (1988), Tres elegías andaluzas (1991), Insidias en las termas (1995), Un vuelo hacia la luz (1997), Al itálico modo (2000), Pastores de Belén (2002) y Dulce plantel y canon (2003).

ENTRE LOS MEJORES

El poeta y crítico Fernando de Villena afirma que estamos ante un escritor que no solo es de los mejores de Cántico, sino que se trata «de una figura mayor dentro de su generación». Considera que le ha perjudicado mucho publicar tardíamente su obra ahora que tanto se observa y premia a la juventud. Ya entonces -el artículo lo escribía en 1997- auguraba que su nombre se abriría paso en la historia literaria (no lo ha hecho, pero indudablemente lo hará cuando el neorrealismo desaparezca de los mapas de la falsa poesía y queden los García Baena, Núñez, Ricardo, López, y hasta los Clementson si me apuran, etc.). En este sentido, estamos ante un poeta que llegó hasta los 97 años, y escribió una obra más que digna que merece estar entre los mejores poetas españoles del panorama contemporáneo, incluyendo a los latinos, es decir, a todos los de habla hispana. Pero lo más curioso fue siempre que de Miguel fue un poeta hiperactivo que no dejaba de leer y de escribir. Hay tanta tesis esclerótica sobre poetas ilegibles, sobre poetas sociales y sobre mujeres u hombres que ni uno de sus versos se salvan, que Pepe de Miguel se merece cientos de estudios en las universidades norteamericanas y europeas, tan dadas a la investigación científica de la nadería, al arte del copia y pega, que le llaman investigación, donde la originalidad y la creatividad brillan por su ausencia.

Es sorprendente cuando se examinan sus versos y se descubre a un poeta culto en esa línea que avanzaba anteriormente y que trae a la memoria a poetas como Lucano, Herrera, Carrillo de Sotomayor o Góngora, entre muchos otros. Entre los elementos que lo unen con Cántico está el lenguaje, emparentado como García Baena, con Aumente o con Molina cuando en algunos momentos aparecen los términos litúrgicos (incensario, ungido, etc.). Respecto a su estilo, también señala De Villena su gusto por el esdrújulo, por el neologismo y el arcaísmo, «con lo cual en sus poemas la palabra siempre resulta nueva, fresca, como recién creada, a pesar de su sabor y prestigio antiguo. Y al contrario de otros poetas de Cántico que se dejan arrastrar por su verbosidad, y a pesar de maravillosa inclinación hacia el difícil párrafo largo, con frases intercaladas, que José de Miguel maneja con auténtica pericia, nos hallamos ante un poeta extremadamente conciso, en cuyos poemas jamás falta ni sobra una sílaba».

Ya desde su primer libro, A orillas de la vida, se habla del intento de crear el poeta un mundo diferente. Será el propio Juan Bernier el que diga en el prólogo de ese libro que la obra literaria es una forma de interpretar, traspasado por el tamiz de la belleza, lo que el poeta piensa de sí y de la jaula cósmica en que está encerrado, por la necesidad que siente de crear un mundo distinto donde la vida sea plenamente posible, aunque esto cueste morir en el intento. En este libro evocará De Miguel las ciudades de Córdoba y Málaga, cantadas desde la nostalgia, donde sus versos recuerdan a los componentes de Cántico, pero ya marca De Miguel una voz propia e inconfundible que se acrecienta con el paso de los años.

El tiempo será el tema esencial de su libro Autumnalia. La lamentación del tiempo que se escapó (tempus fugit) y que ya no volverá nunca. Aquí derrocha el poeta su barroquismo y crea unos versos repletos de oropeles y ruinas pero frescos a la vez. En ningún momento -y esa es la diferencia con otros que han intentado escribir en el siglo XX y XXI como poetas del siglo XVI y XVII- se observa a un poeta demodée, sino que estamos ante alguien que sabe poner el punto de humor y de ironía en el momento poemático exacto y sus versos crepitan frescura y actualidad.

MUSICALIDAD EN SUS VERSOS

Y esto conecta con otra característica de su poesía que es la musicalidad, la sonoridad manifiesta de sus versos, que consigue por su habilidad en el manejo de las paranomasias, aliteraciones, hipérbatos complicados y toda una suerte de juegos verbales que, sin embargo, son utilizados con una naturalidad pasmosa. Pero sobre todo es necesario que se destaque su fino oído musical. Todo eso encaja en su concepción barroca del poema donde el conceptismo y el culteranismo se agita con la agudeza, la fina ironía y mezclados con la cultura romana, lo que le hace manejar la sátira y el epigrama con maestría, «con la misma maestría que Horacio o Marcial». También hay que destacar el uso y dominio del soneto.

Pentacordio gira en torno al desamor, donde no falta la amargura adornada con filigranas. El poeta utiliza la ironía a la que no le falta el humor. Lagar de Dionysos habla de la vida retirada, del hombre primitivo, del Beatus ille o del locus amoenus. «¿Cómo asumir que un ser omnipotente,/que se proclama bueno, creara del vacío/donde la nada agota su yerma inanidad/ esa flor tumefacta del sufrimiento humano/y la aciaga congoja de la desesperanza?», dirá en uno de los poemas del libro. Este poemario fue calificado por Miguel Ávila como una de las propuestas más elocuentes de su trayectoria, «otra luz sin edad que enfrenta a sus propias ruinas, rescatándolas del olvido al que tal vez todo esté desde siempre ya definitivamente condenado, las aguas fluctuantes de la existencia. Y ello desde la atalaya del ser que demanda una respuesta al silencio del cosmos, al deshabitado paraje que late en el interior de la conciencia inerte del universo a la sombra del miedo y a la luz, traicionera tantas veces como en sueños, del espejismo reincidente de la historia». En este volumen el poeta sigue la festiva tradición satírica romana: «Háblase Livia de tus liviandades/porque te alivias con un lábil libio,/liberto hábil que libidinoso/tu voluntad entibia, y con lascivia/tu virtud -leve, débil- solivianta./¿Es compasión o envidia?,/dice Livia/a quien la planta como suripanta».

José de Miguel construye sus epigramas con endecasílabos para darles musicalidad y ritmo, aunque utiliza también heptasílabos, y en menor medida, alejandrinos. En general muestra su preferencia por la rima asonante, aunque utiliza igualmente la consonante.

LOS EPIGRAMAS

Los epigramas propiamente dichos vendrían incluidos en Insidias en las termas, un libro de versos que introduce al lector en el mundo clásico, donde el poeta, más que un divertimento o un juego, que podría parecer a primera vista, lo que hace es sumergir al lector en su obsesión por el paso del tiempo y la fugacidad de la vida, donde también se refiere a la libertad y a la vida que canta desde una perfección formal donde la belleza se hace reina del poemario. De Villena calificará su canto de «poesía celebraticia de la belleza del mundo,... auténtica fiesta pagana y litúrgica de sensaciones, …versos para el derroche»: «Como potro cerril que bebe el viento/alada libertad,/como el esquivo/esclavo fugitivo quiebra el hierro/que encadena la llaga de su vida,/quisiera yo abolir tu tenso yugo/de ¿amor?, que me yugula;/tenaz doma doméstica que siembra/de amarillas arenas desoladas/mi clausurado huerto, donde un día,/verde flecha de luz,/el árbol de la dicha floreciera» (De Un vuelo hacia la luz). Al itálico modo habla de la celebración de la naturaleza, que protagonizan los árboles, las flores, los pájaros, como emblemas del entorno vital del poeta; un entorno sublimado y frecuentemente alegórico. Es lo exterior vivo que penetra en el alma del creador y que le brinda motivos de reflexión o le invitan a la celebración intensamente lírica de cuanto existe fuera. José Lupiáñez escribe que el poeta se embelesa en la contemplación de la palmera, de la encina, de la adelfa o sigue el vuelo del neblí o del cóndor, ofreciéndonos su viñeta, su estampa emocionada que alterna descripción lujosa, sensitiva y redonda junto con otros planos meditativos en los que, a veces, se implica él mismo y resume para sí la lección de singularidad que aquellas realidades le ofrecen. «Así por ejemplo, y tras el lema bellísimo de Gautier que preside la composición y que da pie a la misma, en el soneto dedicado a la palmera, vemos al árbol convertirse en símbolo vital, muy próximo, por cierto, al sentir del grupo Cántico» -añade Lupiáñez-: «Al amor de tu sombra, yo quisiera/apacentar mi vida, descuidado/de ambiciones y gloria volandera;/que no podrá sentirse desgraciado/quien vive, ni envidioso ni envidiado,/bajo el grato dosel de la palmera».

Pastores de Belén es una muestra de la versatilidad del poeta, donde aparecen cuartetas, redondillas, serventesios, quintillas, tercerillas, sextillas, septillas, y muchos recursos más que acreditan a José de Miguel como un maestro de los recursos líricos y de los metros tradicionales heredados de Góngora.