Javier Bozalongo nos convoca con su último poemario Todas las lluvias son la misma tormenta, que ha recibido el XXVIII Premio de Poesía Blas de Otero. Es un relato donde su poesía de la experiencia queda expuesta para los lectores. Escribe sobre la geografía de la vida, en donde nos entrega naufragios con sueños. Es un poeta que hace de su vida y de la escritura mundos paralelos que viajan con paraguas en mano porque llueve suave pero empapa. Y así es la poesía que él alumbra con las personas que le rodean y las cosas cotidianas que le provocan. Expresa de forma concisa, con un lenguaje sobrio e intimista sus inquietudes. Habla de lo que le ocurre y ocurre a su alrededor, tratando siempre de protegerse, de cubrirse con ese paraguas rojo tan significativo de la cubierta de este libro publicado en la editorial cántabra Libros del aire.

Javier Bozalongo (Tarragona, 1961), pero afincado en Granada, ha publicado los poemarios Líquida nostalgia (2001), Hasta llegar aquí (2005), Viaje improbable (2008, Premio Surcos de poesía) y La casa a oscura (2009, accésit del Premio Jaime Gil de Biedma). Este editor ha publicado antologías de su obra poética en Costa Rica, México, Ecuador y Argentina. En 2016 publica su primer libro de relatos, Todos estaban vivos, y, en 2017, el libro de aforismos Prismáticos.

El poemario está dividido en dos partes. La primera, titulada «Temporal», y la segunda, «El resto de mi vida». La primera es más intimista, con tintes del pasado, con nostalgias, y un reincidir sobre heridas que parecen no estar cicatrizadas. El tema del amor y el tiempo están abrazados en casi todos los poemas. Con esta cita de Blas de Otero comienza la segunda parte: «Aquí tenéis mi voz zarpando hacia el futuro», y con estos versos se inicia: «Yo soñé ser avión,/-no pasajero de primera clase,/piloto o sobrecargo-,/ sino ser avión/y poderme volar a cualquier parte». Así, Bozalongo nos transporta a Nueva York, a Venecia, a Berlín, a Dublín, a El Salvador, a China, a Buenos Aires para aterrizar al final en Granada. Es un libro que está dispuesto a contarnos todo: la vida como lucha, con huidas y búsquedas y con toda la esperanza.

Con una aparente sencillez y un lenguaje fragmentario y reflexivo nos escribe de la complicación de la vida, de verdades pasadas que están en la memoria. Utiliza para expresarlo un juego simbólico, usando un léxico meteorológico para hablarnos de las inclemencias del tiempo y de la existencia: «De cualquier arco iris/se puede deducir una tormenta»; «Más allá de la lluvia te esperan los abrazos»; «Siempre escampa pero mientras en la vida llueve» o «Estabas avisado,/como avisan las nubes/de que lo próximo será la lluvia». Las dos partes en las que estructura el volumen son fragmentos de interior y fragmentos de exterior, que en realidad son viajes por la vida y por las ciudades que rememora. Pero hay más unidad entre las dos partes de lo que parece, entremezcla pasado y presente en ambas. Es una poesía confesional y conversacional que nos lleva paseando por la vida con sus aguaceros y esa bondad que tiene también la lluvia, que transmite melancolía pero quita la sed de la tristeza. Comparte con nosotros esa biografía emocional que tenemos todos y que desnuda a modo de diálogo abierto, utilizando recursos literarios sugerentes y necesarios como el silencio, la suspensión y la elipsis.

Por eso el tiempo, la familia, la amistad, los viajes son temas recurrentes de la literatura y de su literatura. El volumen tiene dos poemas memorables: «Silencio» y «Nueva York». Y citas significativas con ecos de poetas que considera sus maestros: Ángel González y Jaime Gil de Biedma, entre otros.

Javier Bozalongo es un poeta de ciudad, urbano, cosmopolita que le gusta la compañía, la amistad, no le es ajeno el mundo que le rodea. En este relato la tristeza está mezclada de ilusión. Es una poesía inmediata que no pregunta ni responde, que con una escritura de lluvia nos interpreta con un lenguaje unas veces nublado y otras, despejado. Con versos de esperanza va trazando cicatrices con el convencimiento de que se cierran. Es un libro de viajes, de rutas, en donde entre sus experiencias cotidianas se encuentran sus lecturas. Pese a que Bozalongo termine diciendo en la última estrofa del último poema que cierra este libro: «Alguien entró en silencio/y salió de su cuarto apagando la luz,/cerrando el libro. Proponemos mejor que encendamos la luz y lo abramos y entremos en estas geografías de la existencia».