‘He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes’. Autor: Basilio Sánchez. Editorial: Visor. Madrid, 2019.

Si no viviéramos en una sociedad tan zafia, vulgar y soez, la poesía del autor que vamos a reseñar se habría leído en todos los colegios, institutos y universidades del país, un país insensible, prosaico hasta la médula, muy necesitado de ternura, lirismo, delicadeza y emoción. Todo eso (ternura, lirismo, delicadeza y emoción) bulle en todos los ángulos de la obra poética esencial de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), un autor que, de residir en otro país, por ejemplo, Francia, sería a estas alturas una gloria nacional. Y es que estamos, sin duda, ante uno de los grandes poetas europeos del momento, prueba de ello es que en cualquiera de sus libros, muchos de ellos premiados, fulge el vértigo de la poesía limpia, auténtica, en la que nunca cabe la impostura, pues nace y pervive hermanada con la luz y el puro temblor del aire matinal que eterniza las cosas y los seres más sencillos, como hiciera en su día la poesía mayestática de Juan de la Cruz, poeta universal.

Olvidémonos, por tanto, ya de entrada de Marwanes, Deffreds, Sesmas, y otros bestellers liricoides, autores de libros de prosa entrecortada, para afirmar que Basilio Sánchez es un poeta serio, dueño de una voz lírica pura e intemporal. Recordemos aquí, por poner algún ejemplo, títulos suyos imprescindibles como, Para guardar el sueño (Visor, 2003), Las estaciones lentas (Visor, 2008) o Cristalizaciones (Hiperión, 2013), con idea de anotar la enorme calidad poética del autor extremeño. Ha sido en las tres colecciones mejores del país, Visor, Hiperión y Pre-Textos, donde hasta el momento ha venido publicando su docena de libros de versos memorables y, aun así, la crítica literaria nacional, tan cicatera a la hora de alabar la buena poesía, no ha dado a su obra el valor que esta merece. No obstante, es ahora, con este libro nuevo, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, Premio Internacional de Poesía Loewe, cuando al fin se le empieza a considerar como uno de los grandes poetas del país, algo que ya lo era antes de este galardón, aunque es cierto que este viene a resaltar el sereno destello de una poesía humanísima que eterniza y transciende la chata realidad desplegando un mosaico de románticas teselas que construyen el mundo, el elegante espacio lírico de un poeta que escribe versos así de cálidos: «Un libro de poemas/es un campo arrasado por un viento/repleto de semillas» (Pág. 69), versos que relampaguean en nuestros ojos como alas de azor en un bosque diamantino.

La poesía de Basilio -lo vemos en los versos antes citados- llega al lector repleta de semillas que se van derramando en sus ojos y en su alma produciendo ternura, nostalgia, gratitud, delicadeza, esperanza y firme fe en un mundo sensible, aunque imposible de alcanzar si no es a través de la siembra del amor: «Hay en el interior de cada uno/un hombre conmovido/que no nombra las cosas con grandeza,/sino con gratitud» (Pág. 79). Y es en esa sencilla, humilde gratitud, dentro de una ternura esbelta, cristalina, donde se mueve la magia de este libro límpido y centelleante como pocos, pues su autor ha logrado fundir en una pieza tres tonos distintos, aunque complementarios: el épico, el místico y el romántico, los cuales sustentan la emoción de estas teselas serenas e hipnóticas como ágiles libélulas sobrevolando un lago en la quietud sagrada y feliz de la luz crepuscular. Este poemario es un mágico mosaico en el que confluyen nostalgias y soledades, pájaros, nubes, abejas, cielos y árboles, pues no en balde la luz que destella en cada verso, en cada poema, es la que nos recuerda la inocencia perdida y azul de la niñez: «Un hilo transparente,/un reflejo del agua en el que beben,/como si fuesen trazos de ese río,/ las abubillas y los cárabos» (Pág. 56). El poeta medita, hila poemas extraordinarios, coloca gladiolos en el temblor de nuestros lágrimas, pone bálsamo ocre en el dolor que nos rodea, y es místico, épico y romántico, a la vez, regalándonos un mundo lírico admirable donde sopla una brisa dulce, horizontal, «heredando un nogal sobre la tumba de los reyes», cuando nos deja estos versos lapidarios: «La primera conquista es la de la ternura./Luego viene la de la soledad,/esa conquista/que nos abre las puertas del silencio» (Pág. 57). Detrás de esas puertas se abre la inocencia, la eternidad del niño que se baña en la gratitud dorada de este libro, de este amable poemario que todos debiéramos leer para ser más sensibles y poder amarnos más.