Si entre el conjunto de republicanos cordobeses vinculados al ámbito de la cultura, de la ciencia, del arte que, como consecuencia de la Guerra Civil española debieron abandonar el país y dirigir sus pasos a las que serían sus nuevas patrias de adopción, tenemos que señalar a algunos de los que mayor protagonismo político desarrollaron a lo largo de la etapa republicana, quizás, deberíamos fijar nuestra atención en el historiador Antonio Jaén Morente. Antonio Jaén Morente había nacido en Córdoba el 3 de febrero de 1879 y fallecería en San José de Costa Rica el 8 de junio de 1964. Sin duda, estamos ante uno de los intelectuales y políticos cordobeses más destacados del pasado siglo XX; historiador, político y diputado de reconocido activismo parlamentario durante la II República, representante diplomático de la República española en Perú y Filipinas, uniría su suerte personal al destino de la causa republicana y, tras la Guerra Civil y la consiguiente implantación de la dictadura franquista, como tantos otros, dirigiría sus pasos al exilio como uno más de aquella generación en la diáspora que habían concebido la defensa de los valores y principios democráticos, progresistas y modernizadores que pretendió desarrollar la República como una expresión de su propio compromiso en la búsqueda de las soluciones a los graves problemas que afectaban a la compleja sociedad española de la época de entreguerras. Es evidente que cada vez existe un mayor consenso historiográfico y social que, con seguridad, se va a ver revitalizado cuando se cumplen 80 años de sus inicios en estos días, en reconocer el enorme legado profesional, científico y cultural que terminó aportando el exilio, sobretodo, a las nuevas patrias de acogida hispanas y, por consiguiente, la importantísima pérdida que para la sociedad española supuso la salida, en muchos casos como en el de Antonio Jaén, definitiva, de aquellas elites que estaban manifestando toda su madurez en la coyuntura de la posguerra española. En los míticos Siania, Winnipeng, Ipanema, Nyassa, Mexique y tantos otros viajaron al exilio americano, junto a decenas de familias republicanas derrotadas, humilladas y con inciertos horizontes personales y profesionales, notables profesores, médicos, arquitectos, artistas, creadores literarios, periodistas, etcétera, de los que, por ceñirnos al caso cordobés, pueden ser representativos Vázquez Ocaña, Vaquero Cantillo, Gallegos Rocafull, Porras Márquez, Juan Rejano, Rodríguez Luna, los médicos Rioboo del Río, Palma Delgado y Fernández Albendín, desde luego, el profesor e historiador Jaén Morente, que lo hacía desde Filipinas, y un largo etcétera. En definitiva y analizado ya con la perspectiva que nos concede el tiempo, hemos de subrayar las palabras que, en su momento, nos legara uno de los primeros analistas del exilio intelectual, V. Llorens, para quien «nunca en la Historia de España se había producido un éxodo de tales proporciones, ni de tal naturaleza», de tal manera que la sangría que provocó su salida forzada convertiría a España en un auténtico páramo cultural. Más allá de que la recuperación de la obra de los exiliados es una tarea que nos concierne como historiadores, más allá de lo que suponga la rehabilitación de sus propias biografías y compromisos políticos, debemos intentar sacar del olvido todo lo que la aportación de esa elite intelectual ha supuesto en la Historia de la Cultura contemporánea. En el caso de Jaén Morente, acerca de su protagonismo político, tenemos que señalar que pertenece a esa generación que se inició en la vida pública en la etapa de crisis de la monarquía restauracionista. Miembro del Partido Republicano Autónomo, adquiere una importante actividad durante el trienio bolchevique (1918-1920), que le llevaría a intervenir en las luchas políticas y sociales de esos años siempre desde las filas del republicanismo y del incipiente movimiento regionalista andaluz, aletargando este activismo durante la dictadura primorriverista, siendo en esta etapa, precisamente, cuando se vincula a la masonería como miembro de las logias España y Trabajo de Sevilla. Es, sin embargo, cuando llega la II República en el momento en que despliega toda su enorme capacidad y compromiso con el nuevo régimen: componente de la junta republicana de Córdoba, concejal en las elecciones de 12 de abril de 1931 por el distrito centro, gobernador civil de Málaga por breve tiempo, diputado en las cortes constituyentes de 1931 y en las del Frente Popular a partir de febrero de 1936, militó, sucesivamente, en la DLR, en el PRRS y en la azañista IR. Fue nombrado por la República ministro plenipotenciario en Lima (Perú), en donde permanecería hasta la caída del gobierno de Azaña en septiembre de 1933; posteriormente, y durante los años 1937/39, ostentaría nueva representación diplomática de la República en Manila en donde permanece hasta el final de la guerra. Acerca del legado historiográfico y cultural del catedrático del Instituto de Córdoba, Jaén Morente, podemos poner nuestra atención en algunas obras de un significativo horizonte didáctico y educativo de las que son ejemplos sus numerosos estudios de geografía regional o universal, sus trabajos sobre historia de España, de América o universal; junto a ellas, se alinean aquellas otras que tienen una dimensión diferente en cuanto que apuntan al estudio de ámbitos específicos del conocimiento como el mundo de las relaciones políticas internacionales, el ámbito artístico y cultural, o el de la propia historia local, de entre las que podemos destacar, fundamentalmente, su Historia de Córdoba que ha sido reeditada en numerosas ocasiones y que, aun hoy, además de por su deliciosa lectura, sigue asombrándonos por su buena articulación metodológica, por su rigor analítico y por la amplitud de dimensiones sociales, culturales, institucionales que llegó a recoger acerca de la trayectoria de nuestra ciudad. Si su obra historiográfica en la que se alinean, al mismo tiempo, preocupaciones metodológicas, planteamientos teóricos y referentes cercanos a problemas de la historia del presente y que podemos calificar de vanguardista, es buena muestra de este legado que aludimos, también su propia participación en el debate académico, cultural e, incluso, político es una clara manifestación de que, como intelectual comprometido con los problemas de su tiempo, es capaz de poner sus convicciones, sus propias reflexiones de base histórica o cultural al servicio de la ciudadanía, proyectarlas a la opinión pública, algunas de las cuales como ocurre, por ejemplo, con temas tan relevantes hoy día como el de la propiedad y programa de uso de la Mezquita de Córdoba, o el de las complejas y necesarias relaciones de España y el norte de África, por citar sólo algunos ejemplos significativos, fueron expuestas sin ningún tipo de complejos en el propio debate parlamentario en su condición de diputado por la circunscripción de Córdoba.

Durante los primeros meses de la Guerra Civil, Jaén Morente se convirtió en un importante y activo propagandista de la causa republicana intentando contrarrestar los incendiarios mensajes que desde Sevilla propalaba Queipo de Llano, lo que, sin duda, concitaría una animadversión rayana en el odio de las elites golpistas locales de Córdoba, algunas de las cuales refugiadas en el nuevo consistorio municipal, que no dudaron en declararlo «hijo maldito de la ciudad de Córdoba», baldón este que no sería revocado hasta 1949; finalmente, un ayuntamiento que presidió el primer alcalde democrático de la ciudad, Julio Anguita, le otorgará el 3 de enero de 1980 el nombramiento de hijo predilecto a título póstumo.