Mario Cuenca Sandoval nació en Sabadell en 1975, pero se trasladó a Priego a los cinco años y actualmente vive en Córdoba. Profesor de Filosofía en el IES Maimónides, se inició en la literatura con un libro de poemas, Todos los miedos (Renacimiento, 2005), por el que recibió el Premio Surcos. Ha escrito otros dos poemarios: El libro de los hundidos (Visor, 2006), con el que obtuvo el Premio Vicente Núñez, y Guerra del fin del sueño (La Garúa, 2008). Con su primera novela, Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007), ganó el Premio Andalucía Joven de Narrativa. Posteriormente ha publicado otras tres: El ladrón de morfina (451 Editores, 2010), Los hemisferios (Seix Barral, 2014) y El don de la fiebre (Seix Barral, 2018), que le sitúan, a los ojos de la crítica, como uno de los escritores más brillantes de la actual narrativa española. El don de la fiebre narra la vida de Olivier Messiaen (1908-1992), el Mozart francés, un músico vanguardista y ultracatólico que compuso y estrenó su Cuarteto para el fin del tiempo en un campo de prisioneros nazi, componía al dictado de los pájaros y percibía las formas y colores de los sonidos.

-Entiendo que le gusta la música…

-¡A quién no! Incluso estudié en el conservatorio cuando era un chaval. De hecho, mi hermano es músico, y mi mujer, maestra de música. Estaba cantado: tarde o temprano tenía que escribir un libro así.

-Sin embargo, según ha confesado, su descubrimiento de Olivier Messiaen fue casual: quería escribir un libro sobre la sinestesia y se lo encontró en el camino.

-Messiaen no formaba parte de mis músicos de cabecera. Comencé a adentrarme en su obra investigando su vida, su peculiar religiosidad, su estética musical… No fue algo que me propusiera. Estaba leyendo sobre Messiaen y escuchando su música cuando, de repente, me sorprendí a mí mismo con esta pregunta: ¿de veras estoy escribiendo una novela sobre Olivier Messiaen?

-¿Qué es lo que más le interesó de Messiaen? ¿Su vida, sus dotes musicales, su proceso creativo, sus inquietudes personales…?

-Decía Alex Ross que la vida de Messiaen, como la de todos los santos, es terriblemente aburrida. No podría estar más en desacuerdo. Además de una peripecia vital muy novelesca, había en él una aparente contradicción que me fascinaba: músico de vanguardia y ultracatólico. Era alguien que quería mostrarnos las puertas del Reino de Dios a través de un lenguaje musical que parece traído de otro mundo.

-Me encanta el principio. Es espectacular. «Señor, concédeme el don de la música. Muéstrame cómo leer cada uno de los sonidos del mundo». ¿Qué valor tiene para usted el inicio de una obra? ¿Prefiere que sea impactante o entrar en ella poco a poco?

-Soy del los que piensan que el arranque de una novela contiene todo su material genético. Las primeras páginas son siempre una declaración de intenciones, pero, además, aportan ya el tono, la textura, la personalidad en general de todo lo que el lector encontrará en las siguientes.

-Usted ha dicho en alguna ocasión que la novela es una forma de música, que es muy importante el tono en el que se escriba para hechizar al lector.

-Muchos de los autores que más me interesan son narradores que tienen la capacidad de hechizarte con el lenguaje y conducirte de la mano a donde se propongan, casi que da igual la anécdota narrada, igual que la gente sabe hacerte reír aún con el peor chiste del mundo.

-En este sentido, más que una biografía de Olivier Messiaen, por muy novelada que sea, El don de la fiebre parece una melodía de sensaciones, elaborada con una prosa caudalosa e incontenible de imágenes bellísimas. A veces me lo he imaginado sobrevolando la vida de Messiaen a lomos de uno de esos pájaros que tanto amó o, sencillamente, dirigiendo una sinfonía sobre su vida.

-Venía de un libro tan luctuoso y siniestro como Los hemisferios, y tenía la necesidad de crear una obra mucho más luminosa. Se podría decir que me había propuesto escribir un libro sinestésico, en el que las palabras generaran sensaciones visuales y auditivas. De ahí el mimo con el que he tratado el lenguaje de este libro. Mimo o, si lo prefieres, obsesión. La misma con la que el poeta se enfrenta a un poema.

-El estreno en el campo de prisioneros nazi de su ‘Cuarteto para el fin del tiempo’ es digno por sí solo de una novela: es capaz de crear una obra de arte en medio de la ruina mental más absoluta.

-Es la anécdota más conocida de la peripecia de Messiaen. En unas condiciones penosas, a treinta grados bajo cero y con unos instrumentos ruinosos, realizó la interpretación más importante de su vida. Decía que nunca se había sentido tan profundamente comprendido como por aquella audiencia de prisioneros famélicos y muertos de frío.

-Resulta curioso su diálogo con Dios, su entrega continua a él. Dice usted que «…es un hombre que reconocía la huella de Dios en cada brizna de hierba».

-Para un hombre tan profundamente religioso como él, la naturaleza y, en particular, los pájaros, no eran sólo una entidad biológica, sino una expresión de la voluntad divina. Llamaba a los pájaros «los emisarios de una alegría sobrenatural».

-Como todas las vidas, la de Messiaen también tiene su lado oscuro: su relación con los nazis, servil en muchas ocasiones y quizá cobarde cuando más de veinte años después de la guerra se negó a recibir al capitán Brüll, el oficial que le permitió componer en el campo de prisioneros y luego los liberó.

-La reputación de Messiaen hasta hace poco parecía intachable. Prácticamente se le consideraba un santo, y yo mismo comencé a escribir mi novela bajo ese impulso, imitando el estilo de las hagiografías. Pero poco a poco comencé a tropezarme con testimonios que hablaban del «otro Messiaen», lo cual supuso una crisis en el proceso creativo, como si fuera ya inviable. Hasta que me dije a mí mismo: «pero si eso hace aún más interesante la novela», en el sentido de que enriquece el personaje, le otorga mayor profundidad literaria.

-¿Le ha costado mucho meterse en la piel de Messiaen? Veo al final de la obra que ha consultado una amplia bibliografía.

-Lo más difícil no ha sido la documentación (hay abundante bibliografía sobre él, aunque muy poca en castellano), sino convertir la mera información en literatura, en novela, lo que requería hacer volar la imaginación, en el sentido literal de la palabra: la capacidad de crear imágenes. Se trataba de que el lector visualizara la vida de Messiaen.

-¿Y ahora qué? ¿Trabaja ya en una nueva obra?

-Permíteme que no responda; soy muy supersticioso y no suelo hablar del proyecto que me traigo entre manos. Sólo puedo adelantarte que ando corrigiendo una novela recién terminada.