‘Ya la sombra’. Autor: Felipe Benítez Reyes. Editorial: Visor. Madrid, 2018.

En algunos poemas, los que a veces nos sorprenden como un golpe de sol horadando un campo en bruma, sentimos que suena el viento dentro de ellos, una especie de viento suave, cristalino, que va perfilando las sombras del lenguaje, aclarando conceptos, esbozando las esquinas de la zona en penumbra que la luz puede albergar. Porque algunos poemas, los buenos y esenciales, como los que reúne el poemario más reciente de Felipe Benítez Reyes -con el que obtuvo la trigésimo primera edición del premio Tiflos- uno halla en su germen una luz crujiente y pura, fogonazos sutiles de esa hermosa claridad que, a veces, reside en los lugares traspasados por una emoción recóndita y sutil. Así en el primer poema de «Ya la sombra», titulado «La situación», dice el poeta: «Las sílabas se juntan en busca de un sentido./ Nuestra historia la escribe con el cálamo el viento» (Pág. 9). Percibimos al leer estos versos luminosos un suave pellizco de misterio natural, la sensación de adentrarnos en un espacio vegetal habitable a través de una vereda que lo cruza sajando su armónica espesura apartando las sombras que hay alrededor.

Como esos dos versos citados anteriormente, tan llenos de brisa y sintáctica hermosura, hay otros sutiles burbujeando en un enjambre de poemas bruñidos por la mano de un poeta tocado por la elegancia de quien sabe elegir las palabras cálidas, esenciales, para urdir la belleza en los ojos del lector. Todo este poemario está lleno de esa luz que perfila y recorta las sombras de la vida, delimitando y marcando las esquinas por donde huye lo umbrío y se abre la belleza, la emoción de lo intenso, el olor de la verdad que eterniza y dibuja los días ya perdidos, la febril transparencia de lo que arrastró el pasado dejando una costra de luz en nuestro interior: «El pasado es la casa de los seres transparentes,/ de las frases inaudibles, de las cosas invisibles» (Pág. 60). Ahí refulge, ante todo, la belleza, la emoción bautismal de una poesía iridiscente, deliciosamente ingrávida, donde el tiempo no puede adentrar su lezna umbría, el musgo espeso y sombrío de su aliento, porque fulge el amor, las líquidas escamas de un viento nostálgico imposible de vencer que muta lo gris y plomizo en oro azul.

Si comparamos este libro de poemas con el anterior que editó Benítez Reyes, Las identidades (2012), en esta misma editorial, hemos de reconocer que aquí, en el nuevo, aparece un sentido mayor, más claro y nítido, del paso del tiempo y del poder de la nostalgia: «El modo en que se va el tiempo/ es un camino hacia atrás,/ hacia un lugar del recuerdo/ que no está en ningún lugar...» (Pág. 44). Resulta curioso, agradable, percibir esa luz machadiana en los versos de un poeta, como es el caso del autor de Rota, más cercano quizá en la dicción de su palabra y el mensaje lírico de ésta al mejor Cernuda, aunque es oportuno aclarar, por otro lado, que la poesía de Benítez Reyes ha digerido de un modo singular la voz errabunda del poeta sevillano resultando la suya más cristalina e ingrávida, mucho más depurada y sutil en su plano estético. Podemos observar lo dicho anteriormente en muchos poemas genuinos de este libro, en los que sobresale una delicada hondura de carácter moral uncida a una elegancia diamantina y serena, casi filosófica, como queda patente en la pieza titulada «El lector adolescente», del que extraemos la fuerza de estos versos: «Por detrás de las palabras,/la serpiente es silencio y es sonido,/apela a la razón del desdichado,/remueve el corazón del impasible» (Pág. 31), en los versos que siguen, y en los anteriores sólidos, de este poema hermoso y singular, el poeta roteño condensa sabiamente la luz del lenguaje con las sombras de la vida, remarcando los ángulos, los vértices del tiempo, utilizando su habilidad de mago que sabe cambiarle al mundo su chistera extrayendo de esta líquidas palomas que despliegan sus alas sobre la fluidez gozosa de un discurso poético esbelto y sustancioso. Todo esto lo vemos en los poemas titulados «Estampa con lluvia» (Pág. 18), «Canción en espiral» (Pág. 44), «La materia invisible» (Pág. 64), «Jardín caligráfico» (Pág. 72) o «Viento de levante» (Pág. 81). Así cercenando el filo de las sombras, perfilando audazmente los ángulos del tiempo, Benítez Reyes recoge en Ya la sombra un delicioso manojo de poemas que el lector agradece por su autenticidad.