‘Diluvio’. Autor: Miguel Veyrat. Editorial: La Isla de Siltolá. Sevilla, 2018.

He aquí un libro que responde con precisión a su título: Diluvio. Porque lo que nos trae su autor, Miguel Veyrat (Valencia, 1938), es una verdadera tormenta de palabras, sonidos, conceptos, referencias, notas, para elaborar una obra inconformista, incómoda en ocasiones para el lector que busca itinerarios más predecibles. Diluvio es, pues, un libro retador, que no se disfruta de inmediato, sino que va calando, como el sirimiri, conforme se avanza por sus poemas, hasta empaparnos.

Veyrat, escritor y periodista, y autor de una cuarentena de libros de poesía, acentúa en esta entrega la intensidad de su búsqueda, en la que se deshace de cualquier barrera formal o conceptual que pudiera lastrar este propósito. Por este motivo, no solo prescinde de los signos de puntuación, sino que, además, «cae la sintaxis, se descomponen las palabras para resonar dentro», nos advierte Marta López Vilar en el prólogo. Y éste será el medio por el que navegará el lector: lenguaje en plena tormenta. Una aventura que transcurre a lo largo de diez partes, que deparan tantas aventuras (o placeres) como capas seamos capaces de descubrirle.

O dicho de otro modo: la erudición de su autor también va a marcar, de partida, unos determinados niveles de exigencia. Para contribuir a mantener la dirección del rumbo, unas notas finales agrupadas bajo el título de «Alcabalas de deudas & notas prescindibles», que a veces llegan a ser pequeños ensayos, ayudan a la inteligibilidad o intencionalidad de referencias, citas o ideas. «La música y su hermana/la poesía/son metáforas del Logos/primero/el murmullo Filosofía/es su ruido» escribe en «Mandíbula del caos».

Y es que filosofía, poesía y música conducirán el avance de este rayo que, en medio de la oscuridad, se dirige hacia lo indecible: el origen. El Diluvio de Veyrat pasa, como hemos dicho, por la descomposición de la palabra, la atomización del conocimiento, la fragmentación de la identidad, y la consiguiente perplejidad ante la constatación de que «conocer será herida sin respuesta», el regreso al origen al que anhelamos, que lejos de nombrar u oponerse al pensamiento, desemboca en el silencio.

Diluvio es un largo canto, un mosaico compuesto por miles de teselas en las que se refleja el brillo del Génesis; emergen las sirenas de la Odisea; lo nuevo reside en un platónico «eco o un reflejo astillado del origen»; y los espejos, al igual que en la obra de Carroll, están habitados. Es, por tanto, una obra cuajada de intertextualidad, dialogante y agradecida con sus maestros, filósofos y poetas, que le precedieron en esta manera de entender la poesía: Góngora, Wittgestein, Ezra Pound, Eliot, Gertrude Stein, Celan, Steiner, Juan Ramón Jíménez o Chantall Maillard. Pura literatura dearramándose página a página.