Decía Cernuda que si hay en la vida quienes dejan que la vida les viva, también hay otros que imponen a la vida dirección y sentido. Grande, Cernuda. Y no menos grande Pablo García Baena, que pertenece a esa segunda estirpe de los que dan dirección y sentido a la vida. Que en una época tan mala para España como fue la dura posguerra, en la más dura Córdoba de entonces, un grupo de muchachos amara y conservara el fuego sagrado del decir, la palabra inspirada que venía de Juan Ramón Jiménez y el 27, es prueba de que Cernuda tenía razón. Pablo García Baena, el mejor poeta de Cántico y uno de los hitos de la poesía española y hasta europea del siglo XX, impuso a la vida dirección, regaló más vida a la vida. Y lo hizo a través de una palabra poética original y fuerte como pocas. Su influencia en quienes vinieron después es indiscutible. Maestro de maestros. Maestro de los Novísimos. Todos ellos agradecieron justamente en su día la lección de vida y obra que Pablo les legó. Pues Pablo fue la voz en el desierto, el poeta con suma conciencia de que la calidad formal es lo que ha de primar en un poema, con clara conciencia de que, si el espíritu, que sopla donde quiere, ha de soplar en un poema, el lenguaje ha de servir fielmente a ese propósito. ¿Valéry, Juan Ramón? Sí, a la verdadera poesía pura pertenece Pablo, a la poesía que es esencia y encarna en una forma estética suprema para romper esa forma y durar más que el sueño del hombre. Un gran poeta es siempre un labrador de eternidad; no de posteridad, que al fin y al cabo depende del lector futuro, sino de eternidad, de espíritu, de fuego encarnado que habla. Como digo, su influencia fue vital para mantener en los años oscuros de posguerra la llama de la más alta poesía. «A la minoría siempre», decía Juan Ramón. Pero en aquellos años la minoría incluso estaba por venir. Cántico fue una labor conjunta de un grupo de profetas, más que de poetas. Profetizaron aquellos muchachos nada menos que la resurrección de la poesía verdadera y noble y buena. Guillermo Carnero levantaría acta después de que un episodio clave de la poesía del siglo XX había caído en el ostracismo oscurantista de la época. Y la segunda juventud que tuvieron Pablo y sus compañeros dejaría claro que una obra, si lo es de verdad, y la de Pablo lo es, es sobre todo una semilla de futuro. Como el Mallarmé de Una tirada de dados, Pablo lanzó los dados hacia el futuro. Pionero, padre y maestro mágico, como llamó Rubén a Verlaine. Dichosos los que venimos después, ya que podemos recibir su obra y su legado. En mi memoria quedará siempre un joven de espíritu, un luminoso Dador, pero no al estilo de Lezama, sino en su luz propia e inteligible sin dejar de ser alta. Ese Dador fue Pablo García Baena. Y también en la memoria, bajo la dulce lámpara, las visitas a su casa junto a Joaquín Pérez Azaústre. Rilke lo dijo: ¿quién habla de victoria? El resistir lo es todo. Y todo tiempo es tenebroso si falta la luz, la luz de la poesía. Pablo se ha ido, pero ha dejado encendida su lámpara.