‘Siete poetas diferenciales de la lírica española en la década de los ochenta’. Autor: Antonio Rodríguez. Editorial: Caudal. México, 2017

Para hablar de Siete poetas diferenciales de la lírica española en los años ochenta, de Antonio Rodríguez Jiménez, hay que explicar primero que este libro está basado en un movimiento crítico, ético y emancipador que, entre las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo, significó la única propuesta de otro hacer, de un deshacer de quienes antepusieron el estar sobre el ser. Un grupo de escritores, entre los que me incluyo, se configuró contra toda tendencia reduccionista y propuso la originalidad del creador, la libertad intrínseca, la diferenciación entre los unos y los otros antagónicos; por todo ello, cuando sólo se atendía a distintas formas de ejecutar el hecho poético, por tal distinción suficiente, sin exclusiones, aquel movimiento crítico fue reconocido con el nombre de la Diferencia y, poco después, con el de Poéticas de la Diferencia. En 1997 sale a la luz, en Córdoba, una antología imprescindible, Elogio de la Diferencia. Es una antología consultada y el encargado de editarla y presentar los poetas seleccionados es Rodríguez Jiménez. Aparece, como edición, en el mejor momento: ya se han producido los actos diferenciales de Madrid (Café Libertad); de Córdoba (Posada del Potro); Sevilla (Ateneo). Fueron actos de definición, de denuncia, de promoción de otras formas y, sobre todo, otra sensibilidad a la hora de ejecutar y dar libertad y ámbito al hecho de la creatividad.

Han pasado los años, para 2018, 25 años de nuestros actos iniciáticos. Y para tal conmemoración, Rodríguez Jiménez, desde la editorial mexicana Caudal, da a la estampa un nuevo texto que, conmemorando la efemérides, es ejemplo de lealtad, fidelidad y consideración a los poetas que sin más armas que las derivadas de una dignísima consideración de la poesía, fueron origen de una proclama que significó origen, catarsis y emancipación en la aventura equinoccial de la Diferencia. Y tras tanto, tanta proscripción, tanta anulación, tanta deserción, casi 25 años después, de nuevo aquí, en Córdoba, se han presentado estos siete estudios sobre la obra poética de quienes se significaron en algo tan fundamental como el carácter diferencial y suficiente de sus versos. El texto, en cuestión, consta de dos partes: el específico de los estudios de los poetas propuestos (Blanca Andréu, Antonio Enrique, Fernando de Villena, Concha García, Alejandro López Andrada, José Lupiáñez y María Antonia Ortega) y una introducción, que a mi manera de entender, es lo más exacto, veraz, sustancial y esencial que se ha escrito sobre el tema. Una prosa diáfana, concisa, precisa y cabal es el soporte de la síntesis admirable que convierte al volumen en texto imprescindible para cualquiera que, sin prejuicios, quiera saber qué fue, qué significó la tan traída como llevada Diferencia. Habla en la introducción Rodríguez Jiménez del estado de malestar y desasosiego que se instaló en el mundo literario como consecuencia de las hegemonías y, consecuentemente, la postergación y proscripción de aquellas escrituras que no tenían otra razón de ser que la de la personalidad y el carácter del que la ejecutaba. Ahora, el texto providencial de Rodríguez Jiménez vuelve a poner el reloj en tiempo cero. Todos los males que presentíamos como consecuencia de una hegemonía absoluta, ya lo son. Basta seguir suplementos, revistas, periódicos para constatar que un género, como la poesía ha ido perdiendo terreno hasta desaparecer del interés lector de nuestros contemporáneos: demasiada experiencia sin experiencia, demasiado realismo sucio emporcado en su zafia expresión, demasiada nocilla para quienes desayunan el bocata de la estupidez, ese indefinirse vuelve a poner sus puestos de berzas, lánguidas y desfallecientes, según coyuntura ideológica. Sentimos vergüenza, sentimos que tan buenos propósitos se nos negaran y, ahora, con el texto de Rodríguez Jiménez, ¿cómo conformarnos, cómo no poner en cuestión tanta bastardía? Pero la diferencia podría exclamar como Calígula, en la última escena de Albert Camus: «Calígula a la Historia: No he muerto todavía». No hemos muerto, pese a quien pese, y este texto oportunísimo así lo refrenda, el texto de Rodríguez Jiménez, el incansable poeta cordobés al que Córdoba sigue sin agradecerle, ni compensarle que, gracias a los Cuadernos del Sur y a su incesante actividad cultural, puso a Córdoba en los cuernos de la luna y, gracias a él, fue faro de actualidad, de creatividad, de inteligencia. Por lo pronto, este libro me ha devuelto uno de los episodios más ilusionantes, emocionantes, de mi vida literaria, cuando nos esforzábamos por la libertad, la ecuanimidad y la equidad. La diferencia existe, como tan brillantemente la ha plasmado en su libro, la que acaso, ha corrido la misma suerte que el urogallo de Bertolt Brecht: «El urogallo canta, canta y se delata, se delata y muere... pero canta».