Pese a su juventud, Vicente Luis Mora (Córdoba, 1979) es autor de una variada y extensa obra que comprende el ensayo (El sujeto boscoso, 2016; El lectoespectador, 2012), la novela (Alba Cromm, 2010), la poesía (Serie, 2015; Tiempo, 2009; Construcción, 2005), el aforismo (Nanomoralia, 2017), el monólogo teatral (Miguel, 2016) y la crítica literaria. Su última novela, Fred Cabeza de Vaca, ha sido galardonada con el vigésimo octavo Premio Torrente Ballester, que concede la Diputación Provincial de La Coruña. En ella se cuenta la historia de Federico (conocido internacionalmente como Fred), un crítico y artista riojano que, con el paso del tiempo, se convierte en una de las personalidades más influyentes en la vida cultural del país del primer tercio del siglo XXI. Tras su muerte, una académica, Natalia Santiago Fermi, con el propósito de escribir una biografía del artista desaparecido, comienza a bucear en diversos documentos y a realizar entrevistas a personas que, de alguna manera, tuvieron contacto con él, tanto en su vida privada (amigos y amantes) como en la profesional (pintores, escultores, críticos, agentes y galeristas).

En lugar de presentarnos la trayectoria del personaje de forma lineal y redactada para el consumo final del lector, Vicente Luis Mora opta por ofrecernos un collage de textos de la más variada factura (reflexiones, fragmentos de diarios, conversaciones, entrevistas, anotaciones personales, manuales académicos sobre arte y un largo etcétera que incluye composiciones pictóricas), con los que podemos reconstruir (mediante continuas analepsis y prolepsis que dificultan la lectura y, a la vez, la hacen más interesante) la vida de un hombre polémico, contradictorio y poliédrico, cuya personalidad refleja múltiples caras y aristas. El autor deja claro desde el principio que no se trata de una novela al uso, de consumo fácil, a la que estamos acostumbrados últimamente. Va a exigir un esfuerzo adicional porque será el propio lector el que deba interpretar y desentrañar el periplo vital del protagonista a través de los distintos textos que, como si se tratara de las piezas de un puzle, se le presentan ante sus ojos. Este esfuerzo también afecta al estilo, heredero de la narrativa experimental que estaba en boga en la España de los años sesenta y setenta. Sirva como ejemplo este fragmento que, con un encadenamiento de complementos circunstanciales de lugar yuxtapuestos, nos traslada a las mejores páginas de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos: «Madrid temblaba las primeras mañanas del siglo 21, sacudida por el incesante ruido que venía de las toses, de los chirridos de las ruedas de los coches, del estruendo de los cláxones, de los altavoces publicitarios, de los rings de las bicicletas, de la barahúnda de los gritos de los vendedores ambulantes, de los balones de los niños contra el suelo, de los chorros de agua rompiendo contra las fuentes, de los graznidos de los escasos pájaros, de los truenos, de los tonos de llamada de los teléfonos móviles, de los maullidos, del castañeteo al caer las persianas, de los bramidos producidos por los motores de los autobuses urbanos, de los pensamientos a martillazos, de la batahola de conversaciones a voces, de los redobles de tambores procesionarios, del escándalo de los bares atestados, de las perras ladrando, de los gañidos de las perras, de los gruñidos de las perras, de las tragaperras, de las sirenas de las ambulancias, de los tubos de escape libre de las motos, de las perforadoras, de los frenazos en los raíles del metro, de las alertas de marcha atrás de las retroexcavadoras, de las radios a todo volumen, de los televisores en los escaparates y bares, de las esferas girando en el cielo y emitiendo el ruido de fondo, de los neutrinos crujiendo al traspasar los detectores, de los gemidos del coito, de los berridos de los neonatos, de los últimos suspiros». Todo ello contribuye a dar forma, como las manos de un experto alfarero modelan la arcilla, a la biografía de un personaje fascinante, de un hombre excepcional en todos los sentidos, movido por una ambición sin límites y por una falta absoluta de escrúpulos. Dotado de una aguda inteligencia para desentrañar los mecanismos que hacen funcionar la realidad que lo rodea (aunque carente de empatía para sentir remordimientos y compadecerse del sufrimiento humano, de las limitaciones y anhelos de sus semejantes), Fred va labrándose un sólido prestigio, primero como crítico y luego como artista, aprovechando todas las oportunidades, mostrando una osadía y un arribismo calculado que asombra y, al mismo tiempo, fascina. El artista riojano es un maestro en detectar necesidades o en generarlas él mismo, en el aprovechamiento del encanto personal, del don de la palabra, del dominio de la dialéctica (adquiridos en los años de la facultad, cuando cursa sus estudios de filosofía, que le permiten poseer un andamiaje teórico que deslumbra a legos y a expertos) para construir, paso a paso y de manera firme, una carrera brillante en la que, si llega el caso, no faltan el chantaje, la mentira y la traición. Pero Fred Cabeza de Vaca no es solo la compleja biografía de un enigmático y atractivo canalla. A través de sus reflexiones y de su comportamiento, se realiza una aguda radiografía de la sociedad en la que vive porque, no nos engañemos, todos los seres excepcionales, sean villanos o héroes, son hijos de su tiempo y son, con sus cualidades y defectos, el espejo en el que se reflejan sus contemporáneos. Cuando Fritz Lang dirigió M, el vampiro de Dusseldorf, no solo pretendió hacer el retrato de un asesino de niños, sino el de la sociedad alemana que alimentaba en sus entrañas el monstruo del nazismo. De la misma forma, a través de la biografía de su personaje, Vicente Luis Mora nos radiografía la España que eleva a los altares de un nuevo retablo de las maravillas cervantino el arte de la nada, de la palabra vacía, de la evanescencia, ya sea en la pintura, en la escultura, en la gastronomía o en la literatura.

El retrato del mundo artístico presentado en el libro no puede ser más terrible y desolador: campan por sus respetos y con un cinismo absoluto la mentira, los estafadores sin cuento, los ladrones que construyen su obra con retazos de la de otros creadores y cuyo mérito consiste en unir los trozos y darles una capa de barniz ocultador para hacerlos pasar por originales. No triunfa el más capacitado o el más innovador, el genio, sino el listo mediocre y avispado, el que mejores relaciones posee, el que se crea una red de favores y de deudas contraídas y satisfechas. En ese mundo falso, clientelista y corrupto, es normal que un personaje amoral (e inmoral) como Fred triunfe y se desenvuelva como pez en el agua cenagosa del esnobismo, la estulticia y las apariencias.

Son muchos los aciertos de esta novela, que supondrá todo un descubrimiento para el lector que aún no se haya acercado a la obra del escritor cordobés, pero podría destacarse la búsqueda obsesiva y tramposa de la verosimilitud como recurso literario, utilizado anteriormente por autores de la talla de Borges y de Roberto Bolaño. Con tal fin, aparecen toda una serie de documentos, una mezcla de personajes que enmarañan la acción y obligan al lector a preguntarse continuamente qué es ficción y qué es realidad, aunque el autor nos lo advierta, de forma irónica, en las primeras páginas del libro. Igualmente, nos pone sobre aviso sobre otra de las claves de su lectura: se trata de la biografía de un pícaro moderno que, al comienzo de la historia, como Lázaro de Tormes, se halla «en la cumbre de toda buena fortuna»; sin embargo, este pícaro ya no parte de una situación inicial de pobreza absoluta, ni lo mueve el hambre, ni aprende con los golpes recibidos de distintos amos, a cual más perverso y miserable. Ahora sigue la hoja de ruta trazada por la ambición y el instinto depredador, por el conocimiento de un mundo que solo es vanidad.

‘Fred Cabeza de Vaca’. Autor: Vicente Luis Mora. Editorial:

Sexto Piso. Madrid, 2017.