Carmelo Casaño ha sido siempre un hombre inquieto, preocupado por el ambiente político, social y cultural de Córdoba. El poeta Juan Bernier, en el prólogo a la primera edición de su libro Nuestra ciudad, publicada en 1984, señala cómo, «...todavía adolescente, tenía una presencia activa en los grupos poéticos» cordobeses y «participaba en el esfuerzo de sacar a Córdoba de la atonía creativa». En esa época, junto a Mariano Roldán, Rafael Osuna y Antonio Gómez Alfaro, crea la revista literaria Alfoz.

Pasado el tiempo, en 1977, como integrante de la candidatura de UCD, fue elegido diputado en las Cortes Constituyentes y repitió luego en la primera legislatura. Espíritu independiente, no se integró nunca en el PP, como muchos de sus compañeros de partido, y a partir de ahí ejerció su magisterio en el periodismo, mostrándose siempre como un ideólogo equilibrado y sensato.

Carmelo Casaño es autor de una decena de libros y más de 2.600 artículos y posee la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort y la Medalla al Mérito Constitucional. En 2015, treinta y un años después, se reeditó Nuestra ciudad con once nuevos capítulos e ilustraciones a color. El mundo en blanco y negro de los primeros dibujos de Tomás Egea se llena ahora de vida dotando al libro de una extraordinaria belleza.

Nuestra ciudad es una crónica sentimental de la Córdoba de la posguerra a través de los recuerdos de un niño o, como dice Juan Bernier en el prólogo, «una visión bañada en un aire de ensueño y remembranza». Escrita con sencillez y pulcritud, con una levedad que te lleva en volandas sobre el texto, Nuestra ciudad describe una Córdoba ya mítica que poco a poco se pierde en los pliegues del olvido. Ahí radica sin duda la importancia del libro, ahí su necesidad de conservarlo.

No sé si Carmelo Casaño es consciente del valor de su trabajo, pero había que decírselo.