La Gran Guerra no acabó en 1918, se prolongó mucho más aunque los cañones no interpretaran su concierto de muerte en los frentes. Las trincheras se habían quedado vacías y el olor a muerto fue desapareciendo de los campos baldíos. Europa se lanzó a bailar y a beber, los años locos del charlestón y del jazz que lo invadían todo. Una ilusión, no fue otra cosa que un espejismo. El Tratado de Versalles cerró en falso la tragedia y puso las bases de la que vendría más tarde. Alemania quedó hundida y humillada, la crisis económica aumentó la tensión hasta extremos insoportables. En este caldo de cultivo surgió el monstruo del bigotito y de la seducción verbal. Hitler fue aprovechando la debilidad de las democracias y fue ocupando territorios y aplastando personas. La editorial Periférica ha publicado El deber , de Ludwig Winder, una gran novela con un hombre normal como protagonista.

Imaginemos a un hombre ya algo mayor, cincuenta y dos años, un probo funcionario sin imaginación, tiene una rutina inalterable, vive para su familia, su mujer y su hija, anda lentamente. Lleva una vida gris y aceptable. Se trata de Josef Rada, trabaja en el Ministerio de Tráfico de la república checoeslovaca. Tiene una habilidad especial para los cálculos de tarifas y nunca ha fallado, un funcionario ejemplar en el mejor sentido de la palabra. Josef es todo un hallazgo narrativo porque no es un héroe ni un antihéroe, es alguien corriente, encarna la mayoría, esa mayoría silenciosa alejada de la política o, cuanto menos, no demasiado preocupada por ella. Josef tenía un compañero de instituto, de familia acomodada, Fobich; un día cayó al río y Josef le salvó la vida. La relación entre ambos fue lógicamente mucho más intensa por parte del salvado. Se trata de un personaje brillante, inteligente, frívolo, está casado con una matrona alemana a la que engaña siempre que puede.

Hitler tuvo una primera fase de adhesión y una segunda de invasión directa. En la primera, las democracias fueron cediendo. La base ideológica era agrupar a todas las gentes de habla alemana, a los arios repartidos por diferentes estados. Utilizando muy bien la propaganda y la violencia cuando era necesario se fue creando el Reich inmortal. No se piense que no había partidarios de estas acciones, los había y muchos. Son traidores, sin matices, para la mayoría de sus conciudadanos pero algunos, caso de Fobich, no se consideraban así. Creían de buena fe que el futuro estaba con la Gran Alemania. Josef, por el contrario, se considera checoeslovaco.

Una mañana un ruido ensordecedor rompió el aburrimiento de la oficina, un ruido tenebroso que solo anunciaba desgracias: los tanques y las botas en el asfalto. Los alemanes entraban en Praga. Josef sintió una tristeza profunda y un dolor acerbo; su hijo, estudiante de medicina, Edmund, sintió rabia y deseos de lucha y venganza, al igual que su amiga Jarmila. Muy pronto la Gestapo empieza las detenciones. Forbich es ascendido y se convierte en un colaboracionista importante. Se crea una sección especial para el tráfico ferroviario, una sección de vital importancia que se encargará de los transportes de tropas y material para el frente. Josef ha sido tentado por la resistencia pero su carácter gris y poco enérgico le hace mantenerse al margen pero sí acepta, por consejo de los resistentes, la oferta de Forbich para trabajar en su negociado.

La novela es iniciática, es una manera de explicar cómo Josef Rada se convierte en un héroe aunque él nunca lo sienta así. Su hijo ha sido raptado por la Gestapo y ha desaparecido, seguramente está muerto. Rada se decide y pasa a la acción; todo ello contado con una prosa de ritmo eficaz, de calidad indiscutible, de tensión creciente pero casi inapreciable. Rada será quien avise de los movimientos de trenes para que los activistas los saboteen. Su labor es todo un éxito. La historia se amplifica con varias historias contadas por mujeres, entre ellas Jarmila. Son episodios desgarradores, narrados con absoluto realismo. La historia externa es una referencia en la que la ficción toma datos. Las matanzas colectivas de inocentes, hasta el extremo de quemar niños, como revanchas por los sabotajes, es un acicate para que también Jarmila actúe en la fábrica de componentes aeronáuticos en la que trabaja.

Estamos ante una novela de compromiso con la libertad pero lo que más me importa es que se trata de una novela excelente, un gran ejemplo de la literatura del este de Europa que vamos descubriendo. El final es sorprendente y ejemplar, verdadera épica de lo cotidiano.