Allá va el espejo a lo largo del camino, la metáfora del objetivismo, del realismo. La novela, el cuento que pertenece a esta tipología debe "reflejar" el mundo que está fuera, el que es la materia prima de la historia. Ya se sabe, se trata de un universo representado por personajes que actúan en tiempo y espacio.

No digo que don Benito, don Leopoldo, don León, don Honorato y otros ilustres entre los ilustres no creyeran que sus obras eran el mundo hecho literatura pero lo dudo. Pienso que tenían muy claro que ellos estaban creando otro mundo, que sabían que el texto es otra realidad, la que en él habita; más bien, se creían dioses sin darse cuenta de que sus historias los superaban y de que Fortunata, Ana, otra Ana y tantos y tantas eran los que creaban a sus creadores. Entremos en 29 cadáveres , de Pepe Cervera, editado por Menoscuarto.

Ya se sabe que en el cuento cada palabra debe ocupar su lugar de manera exacta, precisa, sin posibilidad de divagaciones o subtemas, salvo que sean a modo de pinceladas. Esta capacidad sintética es cualidad fundamental del relato. La síntesis expresiva es directamente proporcional al rendimiento. Si me centro en dos conceptos de la retórica clásica hay que señalar que la materia que trata Cervera es terrible por verdadera. Se trata de historias espantosas que han sucedido, consecuencias de esos demonios que todos llevamos dentro parafraseando la cita de Chesterton que abre el volumen.

En cuanto al nivel del texto, a lo que importa de verdad, hay otra cita, esta vez de Algren, que las historias aquí reunidas contradice en todos sus términos. Afirma Algren que no le gustan las historias de crímenes porque no saben contarlas. Cervera lo sabe y de manera tan excelente que a este crítico que lleva toda la vida batallando con autores y libros le ha llegado a perturbar, a hacer sentir piedad y miedo y eso se llama calidad literaria. Pocos crímenes se han narrado con tanta desnudez, con tanta objetividad, con tanta economía de medios. Lo anterior es tan exacto que entrar directamente en los textos y "explicarlos" es quitarles su potencia, su capacidad de provocar las necesarias perturbaciones sicológicas que el arte demanda. Lo intentaré con algún ejemplo y de la mejor manera posible.

Paul lleva en el maletero de su Ford Topaz una bomba de aire para ruedas de bicicleta, una caja de herramientas, una pala, el parasol de aluminio de la luna delantera y el cadáver de Abie Leemacks. Acaba de besar con pasión a su esposa Karla y se va a recoger a sus suegros para comer juntos, es domingo, un típico domingo para reunir a la familia. Abie Lemacks no había cumplido quince años, le faltaban tres semanas, tenía pecas, era simpática. La raptó, la llevó a un sótano, la violó hasta que Paul se cansó y después la estranguló con un cable de la electricidad. Todo se narra de manera absolutamente normal; incluso el pequeño accidente doméstico. Paul se ha herido en una uña, un desastre, casi una herida de guerra que Karla lame con sabiduría. El narrador es muy preciso. Paul callejea, pone el aire acondicionado, llena el depósito de gasolina, Nevó la noche anterior y ahora el sol brilla intensamente. Todo es tan "idílico", tan de Wonderful World , título del cuento. Por fin la pareja se queda sola y pueden empezar su trabajo mientras suena la música. Paul le hace el honor a Karla de que enchufe la máquina. El horror del crimen no ocupa más de unas líneas, lo demás es vida tan corriente como se corresponde con un arquetipo de USA que el que esto escribe conoce perfectamente.

Los hechos que aparecen en estos relatos se corresponden con lo que llamamos realidad. Estamos en 1882, en la ciudad de Nueva York. Era lunes, un cinco de septiembre. Albert Southwick mira por la ventana; en la Quinta Avenida discurre una manifestación de trabajadores. La revolución de las máquinas ya era una realidad. La vida sería más cómoda. David McMillan, senador y amigo de Albert entró en la habitación. Este entregó al político un cartapacio de cuero que contenía unos documentos.

Un salto en la narración, a 1883, a Buffalo. Cervera elige un sistema de alternancia de acciones que va creando un sugestivo suspense. El lector no tiene muchas pistas. Existe una oposición aparente entre los "científico" y lo "primario". Personajes opuestos, lugares diferentes. Un dato puede ayudar; cada vez es mayor la oposición a la horca como forma de ejecución. La "civilización" puede ayudar a una muerte más digna. En 1890 en una silla robusta Kemmler fue electrocutado, una carnicería.