Ahora que la política es un patio donde se mezclan las luces con las sombras, un parterre asaetado por tenues claroscuros. Cuando la democracia es una alondra que agoniza, sin alas, rota, en un rincón, y la monarquía es un negro acantilado contra el que chocan las olas más umbrías, me acuerdo de ellos: los que lucharon sosteniendo en sus ojos y sus brazos una herida tricolor. Hoy nadie recuerda sus rostros, ni sus nombres; pero yo oigo su olvido, la luz de sus huesos en las cunetas.

Fueron pobres y honrados; lo dieron todo por nosotros. Creyeron que era posible la justicia y que había que segar el miedo y la pobreza para cocer el pan de la igualdad. Casi todos murieron con el fin de la Segunda. Los que nos sentimos herederos de su causa, hoy luchamos para que se instaure la Tercera y el ánimo vuelva a los que sueñan que es posible un país gobernado por la razón y la dignidad.