Habla con la sobriedad del pueblo llano y con la contundencia del que sirve a la verdad, la esperanza y la justicia. Lo vi hace unas noches, condenando a los soberbios y a los que negocian con la salud del oprimido, en un programa de televisión. Palpitaba en su voz esa limpia dignidad que asiste a los hombres que nunca traicionaron la firme confianza de los que un día le dieron el voto.

En la casta política, hoy tan depauperada, es un diamante en bruto, un mirlo blanco posado en el verde laurel de la inocencia. No muchos del gremio donde un día se batió el cobre pueden alzar la voz como él la alza sin barnizar con esputos al ciudadano. Ni siquiera hizo uso del coche oficial cuando podía. Siempre tuvo muy claro que estaba al servicio de su gente y no como otros, subidos en la arrogancia, que disfrutan poniendo al pueblo de rodillas y obligando al humilde a que les haga reverencias.